viernes, 16 de mayo de 2008

'Guernica' Parte 2

José Luis viste completamente de negro, un pantalón y un jersey ceñido. Solo sus lentes de montura blanca iluminan su silueta y realzan sus ojos, rápidos e inteligentes. Parece un cruce entre la elegante distancia de un arquitecto y la extravagancia de Andy Warhol. Se le acerca un crítico de arte vestido con boina y casaca militar, divertido atuendo para su cincuentena ya rebasada.
- Crítico: Muy interesante su obra en el Arte Buenos Aires (le acerca la mano para estrecharla).
- José Luis (finge atusarse la sien en ese momento y evita el apretón de manos): Gracias, Scioli. Me gustó tu crítica. (Le da una palmada en el hombro. Scioli se despide con un discreto gesto. Los amigos de José Luis fingen una conversación de fondo).
- José Luis (refiriéndose a quien quiera escucharlo, aunque más bien se lo dice a sí mismo): Es antihigiénico dar la mano. Se transmiten microbios a millones.
- Sebastián (bebiendo una copa de champagne): Buen chico, Scioli, ¿no? Siempre me parecieron acertadas sus críticas. Un tipo muy informado (sigue bebiendo champagne).
- Alfredo: Es crítico desde hace veinte años. Los mismos que lleva sin producir una sola obra.
- Ana: Ah, pero ¿es artista también Scioli?
- José Luis: Sí lo era, cariño. Bastante bueno, ví algunas obras suyas. La presión de rendir, eso acabó con su arte, según oí.
- Amelia: ¿Algo así como Verón en el 2002?
- José Luis: Dejalo ya, no te metás con mi Estudiantes de La Plata.
Además, los argentinos no estamos acostumbrados a rendir bajo presión, preferimos hablar y saber por qué hemos de hacer las cosas, no hacerlas porque sí, como un alemán. (Pausa). Luego contamos con argumentos para no hacerlas.
- Sebastián: Vamos, ché. No rompás con esas generalizaciones. En la Argentina millones de personas se parten el lomo laburando.
- José Luis: O haciendo que laburamos, que es peor. (Pausa).
A mi consulta vino un paciente al que llamaremos Gastón. Estaba angustiado porque no rendía con las minas. (Agita ligeramente su pipa, absorbe con disfrute y suelta una bocanada).
Le quise tranquilizar, que si su novia lo amaba, que no reparaba en el rendimiento... Pues comenzó a llorar hasta romperse y revelarme que le venía ocurriendo lo mismo desde los quince años de edad.
Es un ejemplo de lo que te digo, che. Las porteñas son relindas y el argentino no está acostumbrado a rendir bajo presión.
- Ana: ¡Pobre chico! (Bebe champagne, sigue con las lentes puestas, al igual que los demás).
- José Luis: Y sí. Para contenerlo tiré de todo mi chamusho psiquiátrico... ya sabeis, no lo entiende nadie, yo a veces tampoco (se ríe exageradamente y se recobra súbitamente)... y cuando hacen un esfuerzo por comprender algo, se frustran y se tranquilizan.
- Ana: ¡Qué listo es mi José Luis! (se dan un besito).
- José Luis: Así que le dije, con estas mismas palabras (se para un segundo y recita con tono rimbombante): Mi diagnóstico es que usted, en su no consciente, persiste, desde sus quince años, en la idea de que el onanismo se la dejó pequeña e inutil. (Alfredo ríe, Ana sacude su cabeza, Sebastián se atraganta y expulsa el champagne como un geyser y riega a Amelia. José Luis prosigue tranquilo).
Y le pregunte '¿Pensó usted por qué se presiona por rendir?' '¿Para compensar que en el fondo teme haberla estropeado con el onanismo y que ya no le rinda?' (Silencio).
Yo pensaba que el tipo no hablaba porque se había visto retratado en su dolencia y que entonces lo había curado.
El caso es que, por contra, el tipo se puso rojo, se levantó del diván y comenzó a gritar y a acercarseme. Yo no sabía qué hacer, creía que el tipo iba a agarrarsela a trompadas conmigo y le dije lo primero que se me vino a la mente: que compensar un miedo no era malo, que todos en la Argentina lo hacíamos. (Hablando muy rápido). Que el intelectual busca suplir su falta de fe religiosa con el arte, a la que convierte a su vez en religión. Que nos compensamos y liberamos con el futbol para no pensar en las inseguridades que nos angustian, en el trabajo, en la desigualdad, en que cualquier chorro te puede matar en la esquina por robarte cuatro pesos, en que nuestra economía no compite con la de los vecinos y que quizá no todo sea culpa de nuestros políticos ladrones, que quizá todos actuemos un poco como ellos, como una nación de egoístas desunidos, que sólo se unen en torno al futbol cada cuatro años.
(Se calla y queda mirando un cuadro expuesto delante de él. Está atónito, se ha quedado paralizado, en contraste con su largo monólogo de hace unos segundos).
- Amelia: ¿Y?
- José Luis: Pensaba en las emociones de ese cuadro.
- Ana: Pero, ¿qué pasó?
- José Luis: Creo que podría llegar a imaginar las del artista, pero no las que siente el cuadro.
- Ana: ¡Con el paciente!
- José Luis: Le dije que no dejara el onanismo.
(Mientras vuelve a beber de su copa, pasa por delante del grupo Marta Minujín, acompañada de una amiga, ambas hablando y gesticulando delante del mismo cuadro que ha observado José Luis). (José Luis mira fugazmente a la Minujín-Samotracia y seguidamente observa a la autora).
- José Luis (a Ana): Ya está. Voy a contárselo. (Apura del todo la copa).
- Ana: ¿Contarle el qué? (lo agarra del brazo).
- José Luis: Lo de mi proyecto, el de la performance en el estadio de futbol.
- Ana: ¿Eso? Creía que estabas bromeando.
- José Luis: ¿Por qué bromeando? Llevo tiempo dándole vueltas a la cabeza. Es, es un proyecto distinto, puede ayudar a la Argentina, que veamos que somos un poco ridículos ahora, pero que fuimos grandes y podemos despertar. (Mira a su esposa. Se rasca una ceja y baja levemente la cabeza).
- Ana: Adelante.
- José Luis: ¿Adelante?
- Ana: Es cierto, me parece brillante (lo empuja graciosamente por la espalda).
- José Luis (resiste el movimiento. Se para): Esperá, esperá. Que yo... yo en el fondo soy más psiquiatra que artista. (Vuelve a mirar a Marta Minujín, que sigue charlando delante del cuadro). No me va a hacer caso... como artista apenás soy conocido.
- Ana: Andá (lo vuelve a empujar y José Luis comienza a moverse, con un poco de inercia, como dando un tropezón, hacia la Minujín. Cuando casi ha llegado a ella, un fotógrafo aparece y le saca un retrato, en el que se presume que también aparecerá José Luis. Marta sonríe y saluda al fotógrafo. José Luis se aparta rápidamente).
- Ana (se vuelve cuando José Luis la toca por la espalda): ¿Qué pasó?
- José Luis: Nada, vino un fotógrafo y me retrató junto a Marta antes de que pudiera hablar con ella.
- Ana: ¿Y qué? ¿No le contaste luego?
- José Luis: Me incomodé con la foto, me fuí.
- Ana: ¿Por qué? Sos artista, es normal que te tomen fotos en museos con otros artistas.
- José Luis: Mañana tengo un paciente temprano. Es mejor que nos retiremos.
- Ana: ¿Qué más da ahora el trabajo? ¿Y tu proyecto?
- José Luis: No entendés, no puedo aparecer en prensa como un artista. ¿Qué pensarán en el hospital?
- Ana (se saca las lentes, José Luis sigue con ellas): ¿Por qué te da tanto miedo que en el trabajo sepan que eres artista?
- José Luis: Porque pensarán que no voy a rendir.
(Se aleja hacia la barra-ambigú y se une al resto de amigos. Ana se queda sóla. Pasa un momento. Lo sigue).


Una sala de consulta. Un diván en el centro de la escena, una butaca de cuero delante de aquel. Al lado de la butaca una mesa con libros de psiquiatría, revistas, un metrónomo y unos folletos. Al inicio de la escena se oirán algunos 'claxsons' y murmullos de viandantes, sonidos que se entiende provienen del gran ventanal dibujado en el fondo de la escena.
José Luis está sentado en la butaca. Viste una bata blanca de médico. No hay nadie más en la sala. Coge unos folletos de la mesa aneja y comienza a hojearlos.

- José Luis (cantando): ¡Brasiiilll, na, na, na, na...! (mueve las manos como si fueran maracas, se levanta y baila con una mulata imaginaria. Torpemente marca unos pasos de samba. De repente se lleva las manos a la cabeza).
¡El avión! (Se tambalea, como perdiendo el sentido) ¡Nunca podré hacerlo, no aguanto el miedo a volar!
(Se acerca a la mesa y saca del cajón un paquete de cigarrillos. Enciende uno y comienza a fumarlo ávidamente).
¡Aaaah! (Se tumba en el diván, cruza holgadamente las piernas y vuelve a exhalar) ¡Qué nervios con solo pensarlo!
(Se oye llamar a la puerta)
- Voz femenina: Doctor Varesi, el señor Dominguez, su paciente de las nueve está aquí. ¿Le hago pasar?
(José Luis se levanta atropelladamente del diván. Hace aspavientos para ahuyentar el humo del tabaco).
- José Luis (da dos tosidos e imposta un tono de voz serio y profesional): Sí, por favor, hágalo pasar.
- El señor Domínguez: ¡Buenos días, doctor! (Le da un enérgico apretón de manos). ¿Qué tal pasó el fin de semana?
- José Luis (desvía la mirada y contesta rápidamente): Bien, bien, preparando las consultas, aunque ello no hace al caso. (Rebusca unos papeles en la mesa escritorio. Ve los folletos de viaje y se sobresalta levemente en el sillón. Los arroja a la papelera. Se toca la barbilla, estudia otros documentos, se lleva la mano a la cabeza y cierra los ojos en actitud de pensar).
- El señor Domínguez (husmea varias veces desde el diván): Huele a puritos Davidoff. ¡Me encantan! ¿Sería usted tan amable de invitarme a uno?
- José Luis (da un salto en la butaca y repite muy rápido el ademán de esfumar el tabaco): ¿Fumar aquí? ¡Por favor, me insulta usted!
- El señor Domínguez (con tono de disculpa): Disculpe, creí haber olido a tabaco. Igual no es algo serio.
- José Luis: Au contraire, mon ami. Es algo muy serio. ¡Aquí salvamos la salud de las personas! ¿Qué la salud? ¡La vida! No hay tiempo para 'fumares', solo para 'estudiares' los casos.
- El señor Domínguez: Mis 'perdonares'..., perdón, mis disculpas.
(José Luis se echa el aliento a las manos y hace un visible gesto de repugnancia. Se lleva las manos a la cabeza. El señor Domínguez, tumbado de espaldas a José Luis, no ve nada).
(El sr. Domínguez tiene unos treinta años. Es un hombre atractivo con un cuidado aspecto en el peinado, vestido y en toda su apariencia. Habla rápido, sin dudas, ni pausas. Sus gestos, su manera de tomar asiento o de dar un apretón de manos son enérgicos y decididos. Prodiga fácilmente su sonrisa y todo en él comunica una picardía e 'insouciance' infantilmente encantadoras, que llevan a preguntarse qué hace en la consulta de un psiquiatra).
- José Luis: Sr. Domínguez, comentábamos el otro día...
- Sr. Domínguez: Llámeme Jaime.
- José Luis: No, era el Viernes. Decíamos que tenía problemas para comprometerse con una mujer, Sr. Domínguez.
- Sr. Domínguez: Jaime.
- José Luis (se rasca la barbilla, se saca las lentes, las mira detenidamente, echa el vaho del aliento a los cristales y los limpia con un paño. Súbitamente mira al Sr. Domínguez): Caso resuelto. (Lanza las gafas por los aires y se queda mirándolo).
- Sr. Domínguez: ¿Caso resuelto?
- José Luis: Elemental, si la mujer decía llamarse Jaime, usted no podía comprometerse con ella. (Pausa. Vuelve a fijar pesadamente la mirada en el sr. Domínguez). Era un hombre.
(José Luis sonríe triunfalmente).
- Sr. Domínguez: Sí, claro... ¡no! Quiero decir, sí había un hombre, ¡yo!, que me llamo Jaime. En cuanto a Dorita, le puedo garantizar que es una mujer. (Guiña el ojo al doctor. Este sonríe y se queda estático, como pasmado).
- José Luis (sigue con la sonrisa estática): ¿Y bien mujer? (mima con las manos el gesto de palpar unos grandes pechos).
- Sr. Domínguez (asintiendo): Bien mujer (repite el gesto de los pechos grandes mas uno de la silueta de una guitarra. Hace un silbido de admiración. José Luis se pone a reir. Ambos pierden la mirada en el techo de la habitación. Pausa. Se oye un claxon desde la ventana. José Luis pega un tumbo en la butaca. Se aclara la garganta y vuelve a poner una voz muy seria).
- José Luis: En fin, confusiones aparte, ¡esto es muy serio!, ¡es su vida la que está en juego, caballero, no la mía!
(El sr. Domínguez, tumbado en el diván, pone una cara de desconcierto. José Luis se levanta y busca por el piso las gafas).












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