jueves, 8 de diciembre de 2011

Una puerta se abre, ninguna se cierra

Hacía media hora que David esperaba. Con el trasero apoyado sobre la barandilla, se había entretenido observando pasar a las prostitutas por la pasarela y a algún apostador haciendo tiempo en la playa hasta el siguiente ‘black-jack’. Pero ya se estaba cansando de esperar. La paciencia tenía un límite y cuando viera aparecer a Ricardo, le iba a decir algo más que palabras. Era el hombre equivocado para hacer enfadar. Maldita sea, si había sido capaz de sobrevivir a una adolescencia en las afueras, ese madero no se iba a reír de él en su misma cara.
Por ahí aparecía. Por fin. Ahora vas a ver lo que es un tipo duro, pensó.
“Media hora tarde. No me lo vuelvas a hacer, o si no…”
“Si no, ¿qué? ¿Me vas a zurrar con esos bracitos de rapero blanco?” Ricardo retorció la muñeca de David, lanzando su cuerpo contra él y arrinconándolo contra la barandilla.
“Vamos, tío, suelta. Si era broma… ¿cómo iba a pelearme con mi futuro cuñado?” dijo David. “Además, tienes razones para alegrarte, hombre: por fin he dado con el paradero de mi hermana”.
Ricardo soltó la muñeca de David. Había esperado tanto descubrir dónde estaba Raquel, que ahora se sentía loco de contento. Pero a ese macarra no se lo iba a mostrar-siguió con su cara de tipo duro.
“¿Has hablado con ella? ¿Crees que la voy a recuperar?”
“No sé, Ricardo”. Puede que ya no fuera madero, pero le seguía teniendo miedo. “Ya sabes lo que dicen…” hizo una pausa, “…una puerta se cierra y otra se abre. Raquel es muy testaruda” dijo David.
“¿Qué quieres decir?” Se le acercó con cara de pocos amigos.
“Nada, nada, tío… Que seguro que el plan funciona… tu regalo la volverá loquita. Mañana la tendrás otra vez en tus brazos”.
“Eso espero. Porque si no es así, te haré a ti culpable de perderla otra vez”.
“Tranquilo. Dalo por hecho”. David sonreía y trataba de quitarse el temblor que le venía cada vez que estaba con ese gigante. Un bastardo muy violento. No lo quería por cuñado. Ni creía que Raquel lo quisiera para algo más que una aventura. Y menos desde que le dijo que Ricardo era un poli.
“Está bien, está bien. Tienes razón. Funcionará mi plan del paquete” dijo Ricardo. Se paseaba nervioso en círculo por la pasarela.
Se paró y preguntó a David: “Pero, ¿qué pasará si el paquete no le llega a tiempo? ¿No dices que ahora Raquel es una exportadora de éxito y que nunca está más de veinticuatro horas en una misma ciudad?”
“Tranqui… Correos nunca falla. Con Paquete Express Internacional, en un día el envío estará en Baltimore. A tiempo para que lo reciba mi hermana y nosotros nos presentemos allí para verlo todo”.
“¿Raquel está en Estados Unidos?” Ricardo palideció ligeramente. Tenía miedo a volar. Dio un suspiro profundo y preguntó: “¿Y tienes los billetes?”
“Relájate, amigo. ¿Por quién me tomas? Aquí están”. Se los tendió y Ricardo se los guardó en el abrigo tras echarles un vistazo rápido.
“Por fin me iré de esta ciudad de mierda…” gritó, “… sus casinos, la corrupción, los bingueros…” Un tipo, por la pasarela hacia el casino, volvió la mirada.
“¿Y tú qué miras?” dijo Ricardo, dando dos pasos hacia el tipo, que echó a correr.
“Vamos, no hagas escenas” dijo David. “Te llevaré a un sitio hasta que abra Correos. Nos divertiremos, verás”.
Quizá el enano tuviera razón. Tenía que calmarse. Desde que lo dejó Raquel, quizá anduviera un poco irritable. Demonios, si no lo hubieran echado del cuerpo… Pero fue por la ruptura. Estaba muy afectado y por eso hizo aquellas cosas malas. Pero eso era parte del pasado. Ahora volvería con Raquel y todo volvería a ser como antes. El plan era magnífico: a Raquel le llega un paquete de unos supuestos vendedores con los que se ha citado. Aparecen ellos dos, vestidos de ejecutivos, como en aquel mismo momento, haciéndose pasar por distribuidores de Baltimore. Ella ya habrá abierto el paquete. Tras ver el ramo de rosas que tiene dentro, mirará a Ricardo como solía hacer antes. Seguro que entonces volverá conmigo, se imaginó Ricardo.
“Está bien, enano. ¿A dónde vamos?”
Entraron a un establecimiento cercano a la playa. “Tarot tecnológico” decía el cartel de la puerta. Menuda idiotez, pero, ¿qué mas daba?... Si mañana estaría con Raquel. Parecía que el enano conocía al dueño. Algún rapero reconvertido. Tras saludarse y bromear acerca del traje y la corbata, David le preguntó si en su garito adivinaban si… vamos a ver, un paquete enviado a través de Correos o bien por otra compañía, llegaría correctamente al destino.
“Os voy a mostrar lo último en tarot tecnológico. Vais a flipar, tíos”. El hippie ese vendedor amigo del enano sonrió. Tras ver el rostro serio de Ricardo, se apresuró a meter unos datos en un ordenador.
“Ahora veréis las predicciones, colegas. Lo primero, si enviáis el paquete que dices…” ahora su mirada sólo se dirigía a David, “por medio de la compañía X”.
El hippie pulsó un botón del ordenador y una pantalla de lona blanca como las del cine empezó a emitir una película. En ella se veía un paquete atascado en una aduana y después, en un lugar que parecía una oficina, un tipo grande de espaldas- ¿sería Ricardo?- besando a una mujer con el rostro borroso.
“Nunca muestra las caras de los personajes. Pero da una idea, ¿no?” Ricardo gruñó y el vendedor emitió la otra predicción: “Esto es si lo mandáis por Correos”.
Las imágenes mostraron un paquete abierto sobre la mesa de trabajo de la misma oficina. Después la mujer abofeteaba al hombre.
“Suficientes tonterías por hoy” dijo Ricardo. “Vámonos ya a Correos”.
Se levantó de su butaca y salió de la tienda con David tras decirle al vendedor que por aquella majadería no pagarían ni un céntimo.
“Así es la vida, bastardo” dijo el vendedor lo suficientemente bajo como para que Ricardo no lo oyera. “No se puede tener todo. Una puerta se cierra y otra se abre”.

El vuelo a Baltimore fue bueno. La secretaria de Raquel, una americana de mediana edad con las gafas colgadas al cuello, los acompañó a la puerta.
“Estos son los distribuidores que ayer solicitaron cita con usted”.
Raquel estaba oliendo una rosa roja del ramo. El paquete estaba posado sobre su escritorio. Se volvió y vio entrar a su hermano y a Ricardo. Trastabilló un poco, pero no llegó a caer. Se enderezó ayudada por la secretaria. Como si su hermano no estuviera, miró fijamente a Ricardo. ¿Sería aquella una de las miradas que le dirigía antaño?




Pulsa en los dos botones de abajo si te gusta lo que lees (así el blog tendrá más lectores)Top BlogsLiteratureAdd to Technorati Favorites

viernes, 4 de noviembre de 2011

Desensamble

Extracto de la tercera fase del sueño de Sol Moreno:
La compañera le grita que es un poco fantasma. A los diez segundos Sol se acerca veloz con el balón pegado al pie. Sol le pide que se desmarque. Le pasa el balón a la compañera. Está defendida por una rival, pero lo recibe y devuelve al primer toque. Sol corre, hace un control y levanta ligeramente el balón sobre la portera rival.

“No lo había considerado” dice el presidente. Mientras se acerca a Sol, se mesa los cabellos. “Por cierto, Moreno, vuelva en media hora”. Hace una pausa. “Se ha abierto una vacante”.

Sol está en la barra. Dice a sus amigas “Un segundo chicas. Voy a hablar con Guzmán”. Se levanta. Así, sin pensárselo dos veces. “Hola. Ahora os lo devuelvo”.

“Se la tengo jurada”. Ha caído tras una zancadilla. Se limpia el barro de las rodillas. Su compañera se ha parado a levantarla. “Voy tras ella, le robo el balón. Entonces, cuando te me acerques, te la paso, me haces una pared y la levanto como Torres en el europeo.” Sol inicia un esprint.

A Guzmán tras una larga pausa parece faltarle la respiración. Le dice que le ha dejado sin aliento. Sol sonríe, lo mira y se siente triunfal. A Guzmán le brillan los ojos y le dice “eres una pícara” y “estoy loco por ti”. Ambos beben sus gin-tonics.
Dice Guzmán “por cierto, ¿qué me ibas a contar?”
“El jefe me ha dicho ‘el puesto de jefa de marketing es tuyo’ ”.

El presidente coge una foto sobre su escritorio y la observa. Sol, mirando de reojo, se da cuenta de que es la foto del abuelo del presidente frente a la antigua fábrica. Esta es la mía, se dice Sol.
“Perdón, no he podido evitar escuchar” dice Sol. Se pregunta si habrán notado que espiaba la conversación. Quietos la miran de arriba abajo, con los ojos muy abiertos. “Oí que la empresa ‘Y’ no tuvo que deslocalizar la producción. Únicamente tuvo que llevar parte de las piezas producidas en origen para que las ensamblaran en China –asegurándose de que siguieran con las mismas calidades”. Callados, siguen mirándola. Mecachis, esta pipiola de falda corta y zapatos de diseño les viene a dar lecciones. Se espera una mala contestación.

Guzmán pregunta “¿Qué cuentas, Sol? Pareces muy contenta”.
“Aún más que cuando te gané a braza en los campeonatos de La Rioja. En cadetes, ¿recuerdas?
“Ya salió la Phelps riojana” responde Guzmán. “En serio, ¿qué te pasa?”.
Sol da unos pasos de merengue y le roza el pecho con el dedo índice. Los amigos de Guzmán la miran fijamente. No llega a los treinta, está más morena y atractiva tras el verano y tiene el cuerpo duro de cuando marchó a la universidad. Baila con zapatos de tacón de aguja. En sus pies parecen ligeros como unas bailarinas.
“Parece que la pandilla no te ha olvidado” dice Guzmán. “Ya sólo por cómo te miran…”.
“Pues no van a hacer nada más que eso. Porque por fin vas a ser mío… –lo besa largamente –y yo tuya”.

Sol Moreno abre la puerta y deja un informe sobre la mesa del presidente. Lo ve discutir con el director. Se pregunta de qué hablaran. Finge ordenar unos archivos en la estantería y escucha.
“He dicho que no estoy dispuesto a deslocalizar la fábrica. Se acabó” dice el presidente.
“Pero los costes suben y la competencia nos está aniquilando” dice el director. “O hacemos algo o tendremos que despedir a gente”.

“¡Gol!”. El entrenador levanta el puño. El público aplaude. Sol es abrazada por sus compañeras. El entrenador pide al cuarto árbitro un cambio. El partido acabará en pocos minutos. Sol corre hacia el banquillo mientras el público corea ‘Viva el Sol Moreno’. Piensa ‘me he salido’.
“Con 3-0 a favor, aún has querido meter el cuarto” dice el entrenador. “Sigue así de ambiciosa, Sol”.
“Es que estas nuevas zapatillas me hacían volar”. Se seca el rostro con un paño.


Sol se mueve de un lado a otro en el pasillo del hospital. La doctora Gloria abre una puerta.
“Señorita Moreno” dice, invitándola a entrar. Ya dentro del despacho se besan en las mejillas. “...tiempo sin verte, Sol. ¿Qué te trae por aquí?” pregunta Gloria. “Siempre estás más sana que una manzana.”
“Verás, Gloria…” juega con su trenza. “Estoy teniendo sueños raros”.
“¿De qué tipo?”
Sol carraspea: “Cada noche se me repite en sueños lo que he hecho durante el día. A fragmentos. Revueltos entre sí”.
Gloria se toma una breve pausa: “¿Estás teniendo stress? ¿Trabajo?” Se acerca a Sol y baja la voz. “¿Problemas con Guzmán?”
“No, lo de siempre”. Sol se sonroja.
“¿Algún cambio en tu vida?
“Nada especial… bueno, espera” dice Sol. “Es sobre el trabajo. Ya sólo hacemos las piezas. Se mandan a China para ensamblar los zapatos. La idea ha sido mía y me han subido por ello el sueldo”.
Gloria sonríe a su amiga: “Eso no es malo”.
“Todo lo contrario.” Se pregunta si es una hipocondriaca. Si todo le está yendo de maravilla. Se tranquiliza. “Estoy contenta en el trabajo, con Guzmán, hago ejercicio, voy a clases de baile, subo el Isasa una vez por semana, enseño natación a los niños una hora tras el trabajo, hago centros de mesa de ganchillo…”
“Paaara.” Gloria la coge del antebrazo. La mira directamente a los ojos. “¿No son ésas muchas cosas?”
“Así es la mujer postmoderna, ¿no?” dice Sol. “De aquí allá, muchas cosas, todo rápido, todo inconexo… en fin, un no parar”.
“La vida se nos escapa entre los dedos, ¿no?” dice Gloria. “Como piezas por ensamblar… –se pausa- como ocurre en tu fábrica”.
“Mira, no lo había pensado así”.
“En conclusión, Sol: que tú no tienes nada. Sólo cansancio”. Gloria garabatea un informe. Alza la mirada del papel y dice: “Tienes que descansar”.
“Me dejas más tranquila, chica” dice Sol. “Trataré de bajar el pistón, pero aún es pronto para tomarse vacaciones… si no estamos más que en Octubre”. Empieza a levantarse. “Además, mientras me siga sintiendo bien en mis zapatos…”.






Pulsa en los dos botones de abajo si te gusta lo que lees (así el blog tendrá más lectores)Top BlogsLiteratureAdd to Technorati Favorites

¿Es malo cambiar de opinión?

Odio los refranes. Estoy casi seguro de que es por causa de ellos que esta tarde la paso solo en la playa bajo la lluvia. A la gente común le gustan los dichos y refranes porque se supone que son fieles a la realidad y porque son inalterables y, si son inalterables, las verdades que nos procuran acerca de la vida no cambian, ergo la realidad no cambia y podemos tener certezas sobre la vida y la realidad y dominarlas. YO DIFIERO. Mis amigos, que no difieren, piensan p.ej. que el dicho las bicicletas son para el verano es una verdad absoluta y entonces se pasan las tardes de verano viendo el Tour y me dejan solo en la playa. Hay que diferir: las bicis son buenas para todo el año y no sólo para el verano, mientras que la playa sólo es buena en verano. Y yo pienso, ¿que llueva en verano es razón para no ir a la playa? ¿Es que no es bella la bruma de un día de lluvia en la playa, es que la arena mojada no nos refresca gratificantemente la planta de los pies? ¿O es que La Concha deja de ser hermosa bajo la lluvia? Pero está visto que para mis amigos sí llueve a gusto de todos: así tienen una excusa más para ver a Contador y Schleck y dejarme solo. Y me duele estar solo porque soy racional pero tengo mi corazoncito. Carmen tampoco lo entiende. El día que la conocí estaba preciosa con su bikini rojo y la piel bronceada contrastando su cabello rubio. Nos hicimos amigos rápido –decía que le gustaba mi conversación- y a la semana ya éramos novios. A la semana y media empezó a decirme que yo era un poco pesado y, ayer, cuando hacíamos dos semanas, me enteré de que empezó a salir con Gorka, que no sólo desconoce el método filosófico, sino que su único mérito es que se parece a Cristiano Ronaldo. Carmen era de las que le gustaba usar refranes y lugares comunes. Nunca me importó mientras salíamos juntos. Ahora, mirando la bruma que difumina Santa Clara y calándome, me doy cuenta de que tendría que haber desconfiado de ella. Y es que hay que desconfiar como un hábito de percibir la realidad. Mirándola con espíritu crítico, dudando de lo que nos quieren vender como verdades absolutas. Dudar, ésa es la clave. Por eso dicen que cambio mucho de opinión, porque dudo mucho. Pero eso es bueno, siempre me lo ha dicho la profesora de Filosofía. ¡Ah, la profesora Morgan… cómo me gustaría que estuviera ahora conmigo, admirando el monte Igeldo bajo los rayos y hablando del arjé y Aristóteles! Pero seguro que quedaría muy raro que viniera conmigo a la playa, porque soy muy joven con quince años… Quince años, también dicen que es la flor de la vida. Lo será, pero ahora estoy muy dolido con Gorka y sobre todo con Carmen. A la semana de empezar a salir, esto es, el jueves pasado, me dijo que lo nuestro sería para siempre y que yo sería el primero en estar dentro de ella. Todo eso ha quedado en papel mojado, como estas líneas que se están borrando, corridas por los goterones que agujerean con fuerza la arena. Cuando vuelva a oír a alguna persona mayor decir con añoranza que el primer amor dura para siempre, le daré un bofetón en todos los morros. Pero en fin, empiezo a tener mucho frío y me estoy calando hasta los huesos. Me voy a ir.
Pero… ¿quién me ha besado en el cuello? Me vuelvo… es Carmen. Se disculpa por haberme engañado con Gorka, dice que fue sólo algo físico y que ya se ha cansado de él. Me cubre con el paraguas. Me peina el pelo mojado y empieza a besarme en los labios. Al principio muy despacito… luego más fuerte. Me gusta el sabor salado del agua de lluvia en sus mejillas y su lengua tropezando con mi aparato dental. Estoy teniendo una erección. Creo que le voy a dar otra chance. Al fin y al cabo, ¿no hay un dicho que afirma que todo el mundo merece una segunda oportunidad?



Pulsa en los dos botones de abajo si te gusta lo que lees (así el blog tendrá más lectores)Top BlogsLiteratureAdd to Technorati Favorites