jueves, 25 de febrero de 2010

'Fiesta en el páramo'


'Fiesta en el páramo' (homenaje a 'Lluvia ligera' de Thomas Pynchon).
Cuatro hombres arrastran con dificultad los pies por la arena de un camino. El denso sol de Junio hace saltar chispas en los granos de arena. Dos de los hombres, bailando juntos, la hollan y remueven con sus pasos.
- Chicos, acabad con ese baile o me voy a enfadar- grita Levine.- Ese tipo de relaciones no están muy bien vistas en Fort Roach.
Baxter y Picnic, hasta entonces entrelazados en un torpe intento de bailar el mambo, se separan rígidamente.
- Métete en tus asuntos, Levine- protesta Picnic.
- Sí- añade Baxter-. A éste y a mí nos echan hoy el lazo, nos casamos, mientras que tú sólamente te reenganchas. Déjanos preparar el baile como nos venga en gana.
Los cuatro siguen caminando con desgana a la vera del río seco. En la base militar de Fort Roach, en Louisiana, en 1957, no resulta común ver a cuatro jóvenes tan bien vestidos, con sus gorras relucientes y el uniforme de gala, enteramente de blanco, como una manada de espectros bajo el sol color limón.
Habitualmente el equipo de técnicos de comunicación de tercera categoría viste un uniforme simple, acorde a sus tareas simples. Hoy, sin embargo, es un día especial.
- Maldito séas, Levine -continúa Picnic con un acento sureño lento y suave-. Eres el maldito genio del batallón y te conformas con reengancharte al servicio junto a nosotros, como un especialista de tercera más.
- La paga es suficiente y cada vez me gusta más la música sureña de los garitos del pueblo- sonríe, sin mostrar si la sonrisa es claramente irónica o franca.
Pega un lametón a su helado de cucurucho, cuya crema derretida se desliza pegajosamente hacia el vértice del barquillo.
El grupo de amigos enfila un sendero de gravilla roja balizado por estacas de madera cuarteada. Sus mocasines, todavía arrastrados, crepitan sobre las pequeñas piedras del camino y la soledad del lugar amplifica el ruido de los pasos.
A través de las ramas desnudas de un árbol seco se adivina la lejana silueta de un buitre en las alturas.
El sol lo paraliza todo, hasta el viento, que no corre, como encorsetado por la lenta elasticidad del calor.
- Chico, me estoy sofocando -se queja Baxter, mientras las gotas de sudor le engrudan el cabello y empapan sus axilas.
- Maldito séas tú también, Rizzo -prosigue Baxter tras echar una ojeada al atuendo de Rizzo-. Ni una mancha de sudor. ¿Cómo lo haces?
Rizzo es un tipo alto y delgado, de tez brillante y gesto inteligente.
- Mira a tu alrededor- exhala una bocanada de humo, pastosa, que queda impregnada en la sequedad del ambiente-. Estamos en el páramo.
- ¿Y por eso tú no sudas, pedazo de sabihondo relamido?- interviene Picnic con el mismo hablar sureño dormido.
- No sudo, maldito asno de Louisiana, porque no quiero acabar siendo yo también parte del páramo-. Rizzo se atusa un bigotito como el de Errol Flynn con un minúsculo peine sacado de la levita del uniforme-. Las formas y un poco de cultura es lo único que nos queda en este maldito lugar.
Levine empieza a frotar un resto de helado que ha caído en su prominente panza. Como no sale, lo deja estar, maculando la blancura del uniforme. Saca un 'yo-yo' del bolsillo del pantalón y comienza a jugar con él. Rizzo se le queda mirando.
- ¿Ves a este tipo jugando al yo-yo, Picnic? Es más inteligente que todos nosotros juntos- dice Rizzo.
Levine desenrolla el yo-yo, ajeno a lo que dicen de él.
-... pero prefiere vivir en Fort Roach, rodeado de rocas baldías donde ni los árboles ni él puedan echar raíces, y evitar el trabajo y el matrimonio.
- A mí me suena bien- responde Levine brevemente.
- Hoy me caso- dice Picnic con el acento aún más cansado que antes-. Éste, en cambio, no se acuerda de las caras de sus diez últimas amantes.
- Milagros del 'scotch'- responde Levine.
El cuarteto sale del camino de gravilla. Han llegado frente a un gran barracón metálico de olor acre, coronado por una bandera inmóvil cuyas barras y estrellas se han raído por el calor.
Desde la antesala del club de oficiales, adornada por la única parcela de yerbín del fuerte, se escucha el eco distorsionado y lento de los metales de una 'big band'.
- Aquí dentro se está fresco- grita alborozado Baxter al entrar y comienza a bailar descoordinadamente los ritmos de Buddy Holly.
- No has aprendido ni un paso, inútil- lo reprende Levine.
- ¿Quieres callarte, animal? Estoy tratando de buscar a Betsy-. Baxter busca con la mirada a su prometida entre la semisombra del barracón.
Lo único que encuentra es la boina reluciente sobre el rostro huesudo del teniente Pierce.
- Aprovechen mientras puedan a restregar las pichitas contra sus novias. Mañana, tras el reenganche, sus culos serán míos- susurra el teniente con calma, sin dejo alguno de amenaza.
- Es un capullo- dice Picnic en bajo mientras el teniente se aleja hacia el bol de ponche.
- Nos trata así porque tú le recuerdas a él de jóven, cuando salió de West Point. Por eso le molesta que séas un vago- interviene Rizzo dirigiéndose a Levine.
- Olvídalo. Busquémos unas pollitas- responde Levine.
- ¡Eh!- grita Baxter- Esa gordita no para de mirarte.
Una muchacha gorda, con el rostro rosáceo y nariz de cerdita los mira de reojo, bailando sóla bajo la canasta de baloncesto.
- Es horrorosa- concluye Picnic.
- Las gorditas son las más agradecidas- dice Levine secándose el reguero de ponche de sus labios con la manga de la levita.
Se acerca con decisión a la muchacha, quien, tímidamente, baja la cabeza. Los tres amigos le siguen.
- Disculpe... ¿nos conocemos?- pregunta Levine imitando la voz suave de Marlon Brando.
- Pues- responde la chica alzando apocadamente la mirada-... tal vez yo esté equivocada, pero me parece que usted es el padre de uno de mis niños-…
Levine abre la boca, sorprendido.
- …El bar Bixby, ¿recuerda?
Levine pone la mirada en blanco e inmediatamente se echa las manos a la cabeza.
- …Esta vez no te dejaré escapar... te amo- dice la muchacha gorda y abraza a Levine, cuyo tronco ha quedado completamente rígido.
Picnic y Baxter comienzan a reir en alto, mientras bailan burlonamente unos pasos nupciales.
- Lo veía venir- suspira con suficiencia Rizzo.
Buddy Holly sigue cantando en la penumbra del barracón y suena más apagado que nunca.
Fin




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lunes, 8 de febrero de 2010

'El éxito está en la mente'

'La arena juega en mi rostro, llevada por el viento.
Abro los ojos, veo el sol a través de mis pestañas, que descomponen su luz como un caleidoscopio.

Me incorporo: allí está Elisabetta, completamente desnuda, tumbada en la orilla.
Mis amigos del country club suelen decirme que una mujer así está conmigo por el dinero.
Yo les respondo: no está conmigo por el dinero. Está conmigo por el éxito.

La sigo observando, confundido su cuerpo entre la dureza tersa de un remolino de arena.
Me acerco a ella y como si fuera el amo de los elementos, el aire cesa.
Abre los ojos y en ellos percibo el reflejo del brillo marino.
En la orilla las olas mueren y renacen con un suspiro balsámico.
El chapoteo del agua crea curiosos sonidos incidentales sobre la eslora de mi yate.


Aunque esto pueda parecer bucólico, no soy un poeta: soy un hombre de éxito. Tengo una casa en la playa, una modelo tostándose en la arena y un yate con mi nombre en la popa. ¿Soy materialista? Sí, rotundo.
Soy un hombre de éxito, hecho a mí mismo. He creado negocios que sólo yo he podido vislumbrar, he creído en ellos, los he llevado al éxito. Ha sido así por mi fe, mi tesón, mi confianza.
Porque como siempre digo, el éxito está en la mente. Y mi mente cree en el éxito y atrae al éxito.

Espolvoreo un hilito de arena en el pequeño ombligo de Elisabetta. Me tumbo y empezamos a achucharnos. Tengo treinta y cinco años: ¿no soy el hombre más afortunado del planeta?

Suena el iphone. Maldicion. Justo ahora. Me reclama el consejo de administración, seguro.
No quiero levantarme, no quiero levantarme...'



- Despierta, Melecio. Ya es la hora de la siega.

El sol aprieta fuerte en la sien del Melecio. Una orquesta de chicharras envuelve con persistencia su cuerpo enjuto y curtido. El sueño, profundo, descarga el peso en su organismo y una sonrisa floja le pende del rostro.

- No sé como un vago así, a sus treinta y cinco añazos, está siempre tan feliz. Siempre contento, durmiendo como un lirón, conquistando a todas las mozas del pueblo... con el poco jornal que ganamos.
- ¡Qué quieres! Quien no se consuela es porque no quiere. Siempre han dicho que la felicidad y el éxito se llevan dentro, en la mente.

Melecio despereza los brazos sobre el montón de heno apilado en la llanura.
Unas briznas de paja juegan en su rostro, llevadas por el viento.


Fin


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