miércoles, 23 de junio de 2010

Burbujas de vida

- Pasa a analizar la siguiente.
- El lector ya está encendido. Proyectando imágenes.
- ¿Qué tienes?
- Aparece el sujeto que portaba la muestra. Está en uno de esos espacios que observamos ayer en el avistamiento: Ya sabes… formaciones clorofílicas alimentadas por un sistema de savia y fotosíntesis. Lo que llaman bosque. Hay un grupo de sujetos manipulando objetos. Éstos emiten sonidos en sucesión ordenada. Otros individuos agitan las extremidades en un patrón impredecible de movimiento. Nuestro sujeto está entre ellos. Parece una fémina. Se le acerca un ejemplar del sexo opuesto. No comprendo… tras una comunicación corta, juntan los labios. La imagen se corta.
- Está bien. Suspendo otra burbuja más sobre el vector. ¿Qué ves?
- El mismo sujeto. Toca su vientre… está visiblemente abultado. Enarca los labios hacia arriba y relaja las mejillas.
- Espera… la gráfica del vector muestra una expansión de energía interna. ¿Cuál es la causa?
- Parece que el sujeto está creando una imagen autónoma que no ha ocurrido aún.
- ¿Qué es?
- Ve la imagen de un embrión en su interior. Una cría. Ahora la imagen retorna a ella. Vuelve a enarcar los labios.
- Interesante… el vector muestra una brusca plenitud en los sistemas de vida del sujeto- el alienígena cierra el lector. Las imágenes tridimensionales se desvanecen.
- No lo entiendo. ¿Y cada imagen estaba incrustada en las burbujas que erupta ese líquido?
- Así es. Ellos lo llaman recuerdos placenteros.
- Y emanan con la ingestión del líquido contenido en el recipiente que le sustrajimos a la hembra humana.
- Debe de ser un líquido muy poderoso. Tenemos que conseguirlo. Enciende el lector y amplia la imagen. ¿Cómo se llama?
- Cava catalán- el alienígena jefe, impresionado, apaga el lector.


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martes, 15 de junio de 2010

Cabeza y piel

Ana esperaba en la mesa de la terracita bajo el sol del verano. El calor la sofocaba. Para enfriarse pidió que encendieran un ventilador a su espalda. Se sentía muy mona con su vestidito azul floreado y mientras se tocaba la cabeza, con el cabello ordenadamente recogido, se preguntaba precisamente por qué había venido tan mona a la cita. Sabía que Juan, según había oído comentar, sólo quería meterse en sus faldas, usando sus propias palabras. Tras una relación larga no necesitaba nada de eso. Sólo sentirse tranquila. Si acaso, volvió a razonar mientras se tocaba la frente, tantearía la posibilidad de que Juan pudiera darle una relación seria, que es lo que buscaba. Por eso y nada más seguía mirando el reloj de su iphone a la espera de Juan.

Esas autopistas de cuatro carriles me crispaban los nervios. Me imaginé cómo sería el cuerpo desnudo de Ana. Pequeño, firme, curvado, femenino. Pasó a continuación por mi mente un destello de Pamela, mi última novia, e hice un esfuerzo consciente por apartarlo. Aceleré bruscamente. Me sequé el sudor del vello del antebrazo y sin apartar la vista de la carretera, pasé revista a mi indumentaria. Camisa de tiras y shorts blancos. Piel bronceada. Me juzgué muy atractivo. Ana no podría resistirse. Tina Turner cantaba en la radio ‘What´s love got to do with it’ y subí el volumen. Eso era, qué tendría que ver el amor con todo aquello, pensé, y volví a imaginar a Ana desnuda, esta vez incluyéndome en la imagen.

Ana, harta de consultar el reloj, miró a los jóvenes jugando al volley-ball en la playa. En un receso del juego, un chico hacía carantoñas a su novia. Ana sonrió. Pidió que apagaran el ventilador y desciñendo el pasador, se soltó el pelo.

Observé con gusto el mar al fondo de la ruta. Lo interpreté como una premonición de liberación y placer y de nuevo fantaseé con la desnudez de Ana.

Tras saludarse amistosamente y beber unas copas, se levantaron a bailar la salsa. Ana estaba contenta. Había olvidado su anterior relación, su necesidad de estar tranquila, incluso la posibilidad de comenzar algo serio con alguien. Sin darse cuenta dejó caer el tirante del vestido a la altura de su hombro.

Aparté un mechón moreno y besé el hombro. Sentí que era fresco y suave.

Ana, acalorada, se abanicó con la mano, sonrió, se soltó de Juan y se retiró.

Temiendo haberme insinuado demasiado pronto, la así nerviosamente por el brazo.

Ana se volvió con expresión sorprendida.

—No te vayas— dije sin pensarlo—. Te quiero.

—Sólo iba al baño— respondió Ana sin saber qué decir, al tiempo que retrocedió dos pasos y pensó que aquel chico había perdido la cabeza por ella. Ciñendo el pasador, se recogió el cabello y se marchó.

—Tú me sientes con la cabeza— grité al tiempo que sentí todo el calor del verano derretirse en mi pecho—. Yo te pienso con la piel— musité mientras Ana se alejaba.


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jueves, 3 de junio de 2010

…des morceaux de vie, pedaços de vida, slices of life, trozos de vida, dei brani di vita…

Un joven cruza la calle subido en su bicicleta. Repara en un agente de tráfico que intenta informar, con bastante torpeza, a un ciudadano francés que estudia un mapa de la ciudad en su iphone. El joven se detiene y baja de la bicicleta. Ofrece su ayuda al hombre francés, visiblemente asaltado por la angustia. Aliviado al oírle hablar en su idioma, explica su problema: tres días atrás la policía le ha tomado por un delincuente, le han puesto las esposas al disponerse a subir a su auto y ha acabado preventivamente en la comisaría.
Este día, ya liberado, pregunta al agente por la ubicación del depósito de vehículos, a dónde pretende ir para recuperar su automóvil.

Una sala de ordenadores. Una joven, acentuada su pronunciación por un ligero deje extranjero, consulta a un hombre la manera de encender una de las máquinas. Se la indica y tras unos minutos, la chica abandona la sala.
El hombre, sentado aún frente al ordenador, se rasca una ceja. Se decide a salir él también. Fuera el día es radiante. Distingue a la chica, se acerca e inicia una pequeña conversación en portugués. Se sientan en un banco, frente a frente. El hombre habla a la chica mientras observa sus senos, clareados y oscurecidos al mismo tiempo por una franja de sombra. Menciona, como casualmente y sin motivo, que Jayne Mansfield tenía unos senos desmesurados. Deliberadamente balancea un poco la cabeza hasta tener una visión más limpia de esa anatomía en claroscuro, se queda en una inestable postura entre acurrucada y torcida, pierde el equilibrio y se cae del banco. Se disculpa aduciendo su falta de dominio de la lengua. La chica lo abofetea, se levanta del banco y se aleja.

Durante una conferencia de prensa en USA, un jugador de basket foráneo es presentado como la nueva adquisición de un equipo norteamericano. A las cuestiones que plantean los periodistas responde con tono seguro y voz firme. Las portadas de los diarios deportivos locales destacarán la impresión de madurez desprendida por el jugador.

Un chico joven, de gafas redondas y con su tonsura (des)vestida por una alopecia aún no extendida, vomita una tempestad erizada de sonidos italianos dirigidos al altavoz de un ordenador portátil. De dicho aparato mana en respuesta una voz de genio de la lámpara. Sostienen una conversación. De ella se desprende que se trata de la madre del chico, discontinuamente llevando y alejando su voz a través de una marejada de olas digitales, sin espuma, crepitando burbujeos numéricos.
Otro joven se aproxima con la disimulada intención de cazar el sentido del estrépito. Arranca furtivamente la huella de una discusión sobre la religión, la movediza extremidad de un ‘la religione é quello que proviamo al nostro interno. Invece, la chiesa é un’istituzione, un radunamento di uomini che organizzano degli affari’.
El cazador de sonidos, pensando que su trampa no ha sido descubierta, pierde sin embargo el hilo de la conversación y dicho hilo no lo recupera ni en sus bolsillos.
El estudiante italiano, reparando que alguien lo acecha, se aleja al tiempo que sigue hablando con el reflejo de la voz de su madre.

Una turista de mediana edad se pasea por las calles de un barrio de origen ubicuo en New York City. Cuenta a sus hijos que tiene sed y les pide que entren a la tienda de comestibles. Quiere conocer el precio de las naranjas expuestas en las cajas del escaparate. ‘One dollar’, les responden con un sonido de lana, como la reverberación lejana de un desconocido código perteneciente a una realidad paralela.
Loca de alegría, aliviada, como si hubiera librado una extenuante batalla contra la humedad que al fin fuera recompensada, disfruta extasiada con sus hijos la agradable nueva de un kilo de naranjas a un dólar.
Sorprendidos y recelosos, entran de nuevo a la tienda para asegurarse de la veracidad de ese precio.
‘Es un dólar la pieza’.
Atónita, se marcha con la intención de aplazar por un tiempo más el alivio de su sed.

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miércoles, 2 de junio de 2010

Atmósfera de Miami (Vice)

— ¡Rapido! ¡El profesor Isi espera la carta que he impreso en el iphone!

Los dos hombres saltaron de un brinco ágil y se hundieron en los asientos del descapotable negro. Arrancaron, dejando una marca de neumático quemado sobre el asfalto y el rugido salvaje del motor suspendido en el aire.

— ¡Acelera, vamos! ¡Es vital que la carta llegue al profesor!

— Tranquilízate. Nunca me gustó escatimar el consumo de mi Ferrari.

Buscó entre el desorden de cedés acumulados en la guantera, sacó uno de Guns & Roses, subió al máximo el volumen del lector y aceleró bruscamente.

La americana se mantuvo impecable, con sus rayas y arrugas orgánicamente combinadas con el vuelo ligero del viento.

Los dos hombres, uno blanco, otro negro, fijaban con seguridad el horizonte de la ruta, con una fuerza imperturbable, algo de inefable colgado en la tensión de sus mandíbulas.

Ajenos al paisaje a su alrededor, conducían furiosamente, con una especie de persistencia ciega, primordiales fuerzas físicas en un universo cinético.

El Ferrari, ruidoso y negro, avanzaba convertido en centelleo brillante.
Las aguas de la bahía de Miami, inmóviles bajo las columnas de la vía elevada, adquirían dorados reflejos resplandecientes, fundido su tintineo lívido con el aire abrasado al paso del auto.

Un último acelerón, un brillo final de sol reflejado en las Ray-Bans, la brisa eterna acariciando los cabellos rápidos de los héroes.


¡Whaaaam!!! El Daytona gira sobre sí, dibuja una parábola que hiere mortalmente el tejido del aire y súbitamente se para y queda mudo, flexible, raseado como una pantera en reposo.


El hombre blanco (su ligera chaqueta ondeante y agitada como la primera mar de la tarde) desciende del auto y deposita la carta en el buzón de la acera.

— Dí, Sonny, ¿por qué nos hemos apresurado tanto para entregar este paquete?
— No te hagas ese tipo de preguntas, Ricco. Son demasiado complicadas. La vida de un poli es así. Recibes las órdenes, las ejecutas. Solo te puedo decir que el asunto del salario de los profesores en Florida es de importancia mayúscula.


El deportivo arrancó dejando un gusto a vértigo en el aire.







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