jueves, 3 de junio de 2010

…des morceaux de vie, pedaços de vida, slices of life, trozos de vida, dei brani di vita…

Un joven cruza la calle subido en su bicicleta. Repara en un agente de tráfico que intenta informar, con bastante torpeza, a un ciudadano francés que estudia un mapa de la ciudad en su iphone. El joven se detiene y baja de la bicicleta. Ofrece su ayuda al hombre francés, visiblemente asaltado por la angustia. Aliviado al oírle hablar en su idioma, explica su problema: tres días atrás la policía le ha tomado por un delincuente, le han puesto las esposas al disponerse a subir a su auto y ha acabado preventivamente en la comisaría.
Este día, ya liberado, pregunta al agente por la ubicación del depósito de vehículos, a dónde pretende ir para recuperar su automóvil.

Una sala de ordenadores. Una joven, acentuada su pronunciación por un ligero deje extranjero, consulta a un hombre la manera de encender una de las máquinas. Se la indica y tras unos minutos, la chica abandona la sala.
El hombre, sentado aún frente al ordenador, se rasca una ceja. Se decide a salir él también. Fuera el día es radiante. Distingue a la chica, se acerca e inicia una pequeña conversación en portugués. Se sientan en un banco, frente a frente. El hombre habla a la chica mientras observa sus senos, clareados y oscurecidos al mismo tiempo por una franja de sombra. Menciona, como casualmente y sin motivo, que Jayne Mansfield tenía unos senos desmesurados. Deliberadamente balancea un poco la cabeza hasta tener una visión más limpia de esa anatomía en claroscuro, se queda en una inestable postura entre acurrucada y torcida, pierde el equilibrio y se cae del banco. Se disculpa aduciendo su falta de dominio de la lengua. La chica lo abofetea, se levanta del banco y se aleja.

Durante una conferencia de prensa en USA, un jugador de basket foráneo es presentado como la nueva adquisición de un equipo norteamericano. A las cuestiones que plantean los periodistas responde con tono seguro y voz firme. Las portadas de los diarios deportivos locales destacarán la impresión de madurez desprendida por el jugador.

Un chico joven, de gafas redondas y con su tonsura (des)vestida por una alopecia aún no extendida, vomita una tempestad erizada de sonidos italianos dirigidos al altavoz de un ordenador portátil. De dicho aparato mana en respuesta una voz de genio de la lámpara. Sostienen una conversación. De ella se desprende que se trata de la madre del chico, discontinuamente llevando y alejando su voz a través de una marejada de olas digitales, sin espuma, crepitando burbujeos numéricos.
Otro joven se aproxima con la disimulada intención de cazar el sentido del estrépito. Arranca furtivamente la huella de una discusión sobre la religión, la movediza extremidad de un ‘la religione é quello que proviamo al nostro interno. Invece, la chiesa é un’istituzione, un radunamento di uomini che organizzano degli affari’.
El cazador de sonidos, pensando que su trampa no ha sido descubierta, pierde sin embargo el hilo de la conversación y dicho hilo no lo recupera ni en sus bolsillos.
El estudiante italiano, reparando que alguien lo acecha, se aleja al tiempo que sigue hablando con el reflejo de la voz de su madre.

Una turista de mediana edad se pasea por las calles de un barrio de origen ubicuo en New York City. Cuenta a sus hijos que tiene sed y les pide que entren a la tienda de comestibles. Quiere conocer el precio de las naranjas expuestas en las cajas del escaparate. ‘One dollar’, les responden con un sonido de lana, como la reverberación lejana de un desconocido código perteneciente a una realidad paralela.
Loca de alegría, aliviada, como si hubiera librado una extenuante batalla contra la humedad que al fin fuera recompensada, disfruta extasiada con sus hijos la agradable nueva de un kilo de naranjas a un dólar.
Sorprendidos y recelosos, entran de nuevo a la tienda para asegurarse de la veracidad de ese precio.
‘Es un dólar la pieza’.
Atónita, se marcha con la intención de aplazar por un tiempo más el alivio de su sed.

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