martes, 15 de junio de 2010

Cabeza y piel

Ana esperaba en la mesa de la terracita bajo el sol del verano. El calor la sofocaba. Para enfriarse pidió que encendieran un ventilador a su espalda. Se sentía muy mona con su vestidito azul floreado y mientras se tocaba la cabeza, con el cabello ordenadamente recogido, se preguntaba precisamente por qué había venido tan mona a la cita. Sabía que Juan, según había oído comentar, sólo quería meterse en sus faldas, usando sus propias palabras. Tras una relación larga no necesitaba nada de eso. Sólo sentirse tranquila. Si acaso, volvió a razonar mientras se tocaba la frente, tantearía la posibilidad de que Juan pudiera darle una relación seria, que es lo que buscaba. Por eso y nada más seguía mirando el reloj de su iphone a la espera de Juan.

Esas autopistas de cuatro carriles me crispaban los nervios. Me imaginé cómo sería el cuerpo desnudo de Ana. Pequeño, firme, curvado, femenino. Pasó a continuación por mi mente un destello de Pamela, mi última novia, e hice un esfuerzo consciente por apartarlo. Aceleré bruscamente. Me sequé el sudor del vello del antebrazo y sin apartar la vista de la carretera, pasé revista a mi indumentaria. Camisa de tiras y shorts blancos. Piel bronceada. Me juzgué muy atractivo. Ana no podría resistirse. Tina Turner cantaba en la radio ‘What´s love got to do with it’ y subí el volumen. Eso era, qué tendría que ver el amor con todo aquello, pensé, y volví a imaginar a Ana desnuda, esta vez incluyéndome en la imagen.

Ana, harta de consultar el reloj, miró a los jóvenes jugando al volley-ball en la playa. En un receso del juego, un chico hacía carantoñas a su novia. Ana sonrió. Pidió que apagaran el ventilador y desciñendo el pasador, se soltó el pelo.

Observé con gusto el mar al fondo de la ruta. Lo interpreté como una premonición de liberación y placer y de nuevo fantaseé con la desnudez de Ana.

Tras saludarse amistosamente y beber unas copas, se levantaron a bailar la salsa. Ana estaba contenta. Había olvidado su anterior relación, su necesidad de estar tranquila, incluso la posibilidad de comenzar algo serio con alguien. Sin darse cuenta dejó caer el tirante del vestido a la altura de su hombro.

Aparté un mechón moreno y besé el hombro. Sentí que era fresco y suave.

Ana, acalorada, se abanicó con la mano, sonrió, se soltó de Juan y se retiró.

Temiendo haberme insinuado demasiado pronto, la así nerviosamente por el brazo.

Ana se volvió con expresión sorprendida.

—No te vayas— dije sin pensarlo—. Te quiero.

—Sólo iba al baño— respondió Ana sin saber qué decir, al tiempo que retrocedió dos pasos y pensó que aquel chico había perdido la cabeza por ella. Ciñendo el pasador, se recogió el cabello y se marchó.

—Tú me sientes con la cabeza— grité al tiempo que sentí todo el calor del verano derretirse en mi pecho—. Yo te pienso con la piel— musité mientras Ana se alejaba.


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