sábado, 9 de mayo de 2009

Guernica. Parte 3.
(El Sr. Dominguez se incorpora del diván y por detrás de José Luis comienza también a buscar las lentes. Las encuentra, se agacha a recogerlas y cuando empieza a erguirse con ellas en la mano topa con el traser de José Luis, que, doblado por la cintura, retrocedía buscando las lentes. El vientre bajo del Sr. Domínguez se encalla en la espalda baja de José Luis.
Entra la secretaria. Se queda paralizada. Vuelve a salir.
José Luis grita espantado y el Sr. Domínguez, sorprendido, deja caer las gafas, que en el desconcierto, son pisadas por José Luis. Las ve en el piso, las recoge y se las calza. Un espejo está claramente roto y el roto astillado y con ralladuras).
- José Luis (se ha vuelto a sentar y muy gravemente mira al señor Domínguez, de nuevo acostado en el diván): Sigamos.
Le decía, señor mío, ¡que esto es muy serio!
(Se le cae el cristal roto. Sigue mirándolo como si no hubiera pasado nada, ahora a través del armazón sin un cristal de las lentes. Pausa. Comienza a pasear frente al diván, acechante. El Sr. Domínguez mira asustado. José Luis sigue pululando hasta que se para frente frente al Sr. Domínguez).
(Bruscamente) ¿Desde cuándo está usted enamorado de su madre?
(El Sr. Domínguez se cae del diván).
¿Es por ello que no consuma Ud. con las mujeres? ¿Por eso es onanista?
(El Sr. Domínguez comienza a rodar por el suelo, a golpearlo con sus puños y a gemir como un chico).
(Vuelve a entrar la secretaria. Mira el panorama y sale).
- José Luis (indiferente a todo, grita): Confiese, Ud. adora a Onán, ¡Onanita!
(Lo señala con el índice acusador y el Sr. Domínguez, con convulsiones, se agita en el suelo).
- Sr. Domínguez (se arrodilla y entrecruza las manos): ¡Piedad! ¡Acudí a Ud. porque no consigo comprometerme con las mujeres! ¡No puedo! (imita la famosa entonación de Chiquito de la Calzada).
- José Luis (continúa, inquisitorialmente, en pie. Lo vuelve a señalar y pregunta con ira):
¿Ordenó Ud. el código rojo? (Se alborota y pega un saltito). ¡Uy, no! Eso es de otra obra.
(Pausa. Carraspea un poco. Vuelve a preparar el dedo índice y antes mira el estado y limpieza de sus uñas). ¿Tiene Ud. miedo al compromiso?
- Sr. Domínguez: ¡Miedo no! ¡Ascoo!! (Vuelve a retorcerse por el piso de parquet). Soy un miserable. (Solloza levemente).
- José Luis: Está bien, no hay para tanto, ¿no ve que todo tiene solución?
(Pausa. El Sr. Domínguez intenta ganar de nuevo el diván, reptando. Ya casi se ha tumbado).
(José Luis ojea de nuevo los folletos de viaje).
Al hilo de esto, ¿cómo vuela un avión? (El Sr. Domínguez, sobresaltado por la extrañeza de la pregunta, vuelve a caerse del diván).
- Sr. Domínguez: ¿Qué?!
- José Luis: Que cómo vuela. ¿Por qué se mantiene en el aire?
- Sr. Domínguez (se toca la comisura de los labios): Verá, las aspas de los motores aumentan la fuerza del aire que entra por ellas y ejercen una presión contraria que impulsa y levanta el aparato).
(José Luis toma notas apresuradamente).
- José Luis (se acerca con su butaca rodante a la cabecera del diván): ¿Y cómo hacen las alas para no romperse con la fuerza del viento?
- Sr. Domínguez: Buena pregunta (Levanta los brazos y juega con ellos paralelos al piso). Las alas son apósitos muy pesados que salen del cuerpo del avión. ¿Por qué no se rompen? (Pausa).
- José Luis: Sí, ¿por qué? (Muerde la punta de la birome y mira los folletos de viaje, alternativamente).
- Sr. Domínguez: Porque son alargadas y reparten la presión del aire entre toda su superficie.
- José Luis (se ha puesto cara a cara con el Sr. Domínguez): Prodigioso. Un aparato tan grande y pesado, con unas alas tan largas... vuela y no se rompe.
- Sr. Domínguez: ¡No se rompe! (Imita con la mano la estela de un avión. Ambos ríen y se abrazan. José Luis lanza los folletos de viaje por los aires).
- José Luis: ¡Ja, ja, ja! ¡Viva! (Levanta los brazos en señal de victoria. El Sr. Domínguez, también de pie y brincando, se para y luce pensativo).
- Sr. Domínguez: ¿Y qué tiene esto que ver con mi terapia?
- José Luis (deja de bailar y se queda inexpresivo por un segundo. Pausa): Vamos a ver, ¿aquí quién dirige la terapia? ¿Usted o yo?
- Sr. Domínguez (acobardándose): Perdone, yo...
- José Luis: Y túmbese en el diván. ¡Qué descaro y arrojo en un paciente! ¡Qué diría Freud!
- Sr. Domínguez: Lo siento, me atendré a las normas de la psiquiatría, no volverá a ocurrir.
- José Luis: Mejor así, mejor así (recoge los folletos de viaje del piso, cuidándose de que el Sr. Domínguez, otra vez de espaldas en el diván, no lo vea).
Y cambiando de tema, ¿cómo fue su último vuelo?
- Sr. Domínguez (en un tono inaudible, casi para sí mismo): No entiendo qué tiene que ver...
- José Luis (inflexiblemente): ¿Decía?
- Sr. Domínguez (alto y muy rápidamente al inicio): Sí, el 4 de junio último. Hará de ello unos cuatro días. Volvíamos para Buenos Aires, la tarde del match contra Alemania en la Copa del Mundo.
- José Luis: ...¿que ganamos?
- Sr. Domínguez: No, perdimos.
- José Luis (de nuevo severamente): Por supuesto. Quería testar su conexión con la realidad. Sigamos y no me contradiga más.
- Sr. Domínguez: No, no (comienza a reírse).
- José Luis: ¿Qué tiene de gracioso?
- Sr. Domínguez: Oh, nada, disculpe. Es que me acordé... ese día vestía yo la remera albiceleste y dejé al copiloto a los mandos y fui con el pasaje a animar y botar con la selección. ¡Soy de Argentinaa, es un sentimientuuu, no puedo parar! (Canta).
- José Luis (posa la birome en el escritorio y acerca nuevamente su butaca al diván):
¿Y no tuvo miedo a parecer... (Pausa. Se saca las lentes)... distinto?
- Sr. Domínguez: ¿Pues?
- José Luis: Podría ser expulsado, perder su laburo.
- Sr. Domínguez (se rasca la barbilla): Nunca lo pensé.
(José Luis se ha levantado. Da un ligero traspiés y se cae en la butaca. Mira su reloj de pulsera).
- José Luis (con voz muy débil): Me despisté, Sr. Domínguez. Pasó de la hora hace rato.
(El Sr. Domínguez se pone en pie y alcanza el umbral de la habitación. Va a dar la mano a José Luis).
- Sr. Domínguez (mira hacia la pared de la entrada): ¿Qué es ese cuadro? Estos pintores modernos, no los entiendo. Un buen paisaje, aún...
- José Luis (se vuelve hacia el cuadro y evita darle la mano): Oh, no es nada. Estoy de mudanza, lo habrán puesto ahí.
- Sr. Domínguez (se acerca al cuadro y lee admirado de una inscripción): El Guernica. Picasso.
(Abre la puerta y sale de la estancia).








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