miércoles, 24 de marzo de 2010

Muguila (dedicado a un gran entrenador)

—¡Jose Antonio! —desde la grada una voz recorre la pista de atletismo. Nadie responde. Un hombre centra su atención en el vertiginoso bailoteo de números de su cronómetro de mano en el iphone.
—¡Más rápido, más rápido! — grita al atleta que corre en la calle uno.
El entrenador está cercano a la setentena. Tiene la altura y el cuerpo fino y longilíneo del antiguo corredor de 800 metros.
Sobre un bigotito indeciso, ni aparente ni discreto —¿una metáfora de su personalidad?— sus ojos, una extraña confusión de chispas de niño vivaracho y de resignación de jubilado ocioso, se exaltan al acercarse de nuevo el atleta por el paso del 400.
—¡Ahora despacioorl! —grita como Chiquito de la Calzada, acompañando de la mano el cómico ondeo de su voz.
¡En esta serie estás entrenando los cambios de ritmo!
El atleta no le ha oído. Ya está lejos, corriendo aún más rápido que en la vuelta anterior, como en pos de un resuello que le hubiera tomado la delantera.
El entrenador empieza a gesticular, desesperado.
—¡Mugui! —grita la misma voz de las gradas.
El entrenador sí se siente aludido esta vez . Sonríe y alza los hombros, como queriendo responder "y ¿qué quieres? Los jóvenes son impetuosos y no saber regular, siempre quieren darlo todo en el tartán".
El atleta corre ya por la mitad del óvalo.
—Muy rápido —grita el entrenador para sí mismo.
Mira el cronómetro de mano, se mesa los cabellos y se muerde el labio inferior para soltar inmediatamente el aire como en una explosión que estremece cada uno de los pelos de su bigote.
El atleta enfila ya la recta final del 100.
—¡Nooorl! —grita desesperado, otra vez con el deje de Chiquito.
Empieza a abrir y cerrar enérgicamente la boca y sus ojos casi llegan a cerrarse, como en un guiño.
El atleta pasa por línea de meta al límite de su velocidad y cae derrengado al suelo.
—¡La serie así no ha valido para nada! ¡Tenías que trabajar el cambio de ritmo, no ir a tope desde el principio! ¿Qué te ha dicho el ‘Mugui’? —le increpa agachándose a ras de pista. Enfadado, se da la vuelta y suelta un esputo.
—Es que… —responde dificultosamente el atleta postrado, aún sin recuperar el resuello fugitivo—, hoy estoy eléctrico, Muguila.
—Que me llaméis Mugui, pase. Que destroces la serie, ¡menos aún! —se pausa y le apunta con el dedo índice—. Pero que me llaméis Muguila, alias muecas, guiños y lapos, ¡eso sí que no!
Se vuelve mirando el cronómetro hacia otro atleta mientras se muerde el labio inferior y suelta explosivamente el aire con una mueca.
Fin



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El nerd (una caricatura).


Toda la vida lo hemos llamado bicho raro o grimoso. En estos tiempos anglófilos y despersonalizados sin embargo, lo llamamos nerd.
El nerd es un sujeto de edad indeterminada -sin iphone-, joven la mayoría de las veces, pero no necesariamente, porque su condición, como la tontería, no tiene edad. Asimismo suele ser hombre, pero puede haber excepciones.
Al nerd a veces también se le llama despectivamente cerebrito, pero no es imprescindible que destaque intelectualmente. Es suficiente con que tenga halitosis.
Aunque ya hemos prevenido que no es obligatoriamente una criatura brillante, al menos sí suele ser alguien instruido –al menos en los libros de ‘El señor de los anillos’- y por deferencia a esa instrucción no se le tilda llanamente de feo, sino de desagradable de ver.
Y es que el nerd tiene una barriga y una papada prominentes, una tez malsana de un color blanco huidizo del sol, unos vellos negros y gruesos, escasos en la tonsura del cogote y discontinuos en la barba, que es lampiña, blanca y brillante de caramelizado sudor viejo en ciertas zonas de las mejillas y poblada de gruesas espinas en otras.
Sus dientes son amarillos con altorrelieves en forma de grumos y su olor corporal es añejo, experimentado e invasivo.
Y es que el nerd odia las duchas tanto como el ejercicio físico. Las duchas comunales de un vestuario se revelan un tormento para él, pues unido al incomodo de desprenderse de sus costras y sudores –el nerd es un hombre de costumbres y cualquier cambio, incluso higiénico, le aterra- , ha de mostrar frente a otros hombres pústulas y secreciones varias, corriendo el riesgo añadido de liberar flatulencias de sonoridad y timbre exquisitos o regüeldos volcánicos en gases y abracadabrantes en estrépito.
La relación con el sexo opuesto supone un capítulo sensiblemente problemático para el nerd. Cuando el hombre nerd divisa a una mujer atractiva, la admira con el arrobo y postración que se dedica a lo inalcanzable, y sintiendo esto, segrega una baba amarilla y densa, ni gris ni perla, como de esputo impregnado de moco, casi seminal.
Esta imagen del semen cobra nuevos significados en el nerd, pues de ser cierto el aforismo ‘semen retentibus, venenus est’, el nerd ya está intoxicado. Y es que al no conocer mujer, rebosa de líquidos como un cráter y todos ellos se coagulan en forma de granos de base roja y cima blanca, que jalonan su rostro en un cromático contrapunto con la negrura de sus cabellos y de sus gafas –tenerlas en el nerd es imperativo, como también lo es que su montura sea de concha azabache-.
A pesar de todo esto, repele a las mujeres no tanto por su físico como por la extrañeza con que se dirige a ellas. Se aposta, mudo, a su lado, como una estatua, y en una suerte de enfermiza fijación fetichista les habla, cuando se arma de valor, fijando pertinazmente la mirada en sus pechos.
Por ello no socializa con amigos agraciados ni exitosos, pues ellos, cruelmente, lo apelan con el feo adjetivo de espantacoños.
Tiene un vozarrón grave de hombre, en él sorpresivo como un bofetón o como el timbre cambiante del niño ya púber. Y es que se asemejaría en bastantes cosas a un adolescente, pues su humor y bromas son igualmente infantiles, incomprensibles y autorreferenciales, de naturaleza plana y explosivas como una martilleante pulsión desvirgatoria no liberada.
Pero no todo es trágico en la vida del nerd. Como alguien dijo una vez, la comedia es una ecuación matemática que iguala a la tragedia añadiéndole el tiempo.
Así pues, con el paso del tiempo, el nerd deja de ser un descastado social y mejora. Comienza a trabajar como programador informático, lee la revista ‘El Jueves’ y colecciona con afán de experto copias de cine de terror, pornográfico y erótico-humorístico, acudiendo a festivales y reuniones del género con una cuchipanda de amigos similares a él, que tras criarlos Dios, se han juntado entre ellos.
De este modo, su necesidad de esparcimiento se ve ya satisfecha, pues gracias a su panda, las partidas de rol y las periódicas visitas a los prostíbulos donde le cargan tarifa doble, se siente finalmente colmado.
Y esta descripción se ajusta fidedignamente al nerd, porque como hacía Cela, está hecha con mucho cariño.
Fin




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