jueves, 6 de mayo de 2010

Inferior inferior

‘Cuatro millones de parados, ¡qué drama! Menos mal que hoy me ascienden. Me hurgo en el bolsillo y junto a mi vieja canica aparece la pelota de golf del partido del último viernes. No sé por qué está ahí, junto a mi canica talismán. ¿Qué haces rebuscando en la chaqueta, Javier? ¿Sigues jugando con la canica que me ganaste en el patio del colegio? Ríe Lucas, siempre tan delgado y con su paso seguro y ágil para estar en la cincuentena. Maldito seas, Lucas. Siempre riéndote de mí. Yo también he entrado en la cincuentena, pero con un paso peor que el tuyo. Sonrío tímidamente y bajo la mirada, asintiendo. Espero en la antesala de su despacho, sentado en una silla de asiento de cuero gastado y con el acolchado arrancado en el respaldo, que se me clava en los riñones. Entro al despacho con estos dos caballeros, Javier. Espera ahí, será cosa de un minuto. Lucas sonríe y entre el sol pesado de la sobremesa resalta el color blanco de sus dientes. ¡Qué sonrisa tan falsa tienes! Casi como esos ojos azules tuyos, tan inexpresivos, con los que camuflas siempre tus intenciones. Creo que gracias a eso me has superado siempre, desde chicos y siempre he sido tu inferior aunque secretamente me sienta superior a ti, un inferior superior. Porque con tu porte de niño bueno rubio y tu sonrisa y tus ojos inexpresivos, nunca he sabido anticipar tus intenciones. Ni atajar tus regates al fútbol, ni competir con tus requiebros a las chicas, ni prever tus maniobras a mi espalda. Siempre retorcido, nunca de frente. Me consuelo pensando que con el ascenso a directivo, diré adiós a las odiosas partidas de golf, a hacerte la pelota entre hoyo y hoyo y que por fin, tras toda una vida, te trataré de igual a igual y ya no seré tu inferior. Perdone, ¿quiere una taza de café, señor Sala? Rebotando en mis propios pensamientos, doy un pequeño brinco al oír a la secretaria. ¿Cómo? Respondo sofocado, como arrancado bruscamente de un sueño. El Señor Becerra me ha avisado por el comunicador que los candidatos saldrán en breve. ¿Candidatos? ¿No irá a darle mi puesto a esos mozuelos recién salidos de la universidad? La mano en el bolsillo, dejo de acariciar la canica y aprieto rabiosamente la pelota de golf. De perder el puesto, soy capaz de molerlo a bastonazos con su propio palo de golf. Porque, con todo, somos amigos y todo lo hemos compartido, hasta a Marga, que acabó por quitármela, aunque no del todo. El cristal traslúcido se emborrona con tres sombras que se agrandan y salen por la puerta. Lucas despide a los jóvenes de antes con un apretón de manos, se vuelve hacia mí y me indica con un gesto que ya puedo pasar. Me sonríe. Esa sonrisa falsa, esos ojos fríos. Si voy a ser el parado cuatro millones uno, me pagarás esta y todas las pasadas juntas, ahora mismo. Me siento frente a la mesa de cedro, rígido como el palo de golf que descansa en delicado equilibrio apoyado sobre el archivador. Javier, hoy es un día que nunca olvidarás. ¿Si será cínico? He explotado. Ya está, sin marcha atrás. No, no lo olvidarás tú. Interrumpo. No lo olvidarás como tampoco todas las veces que te he engañado con Marga. Pude haberlo hecho cuando los tres vivíamos en el pueblo. Pero esperé a que me la arrebataras. Me pauso e imprimo a la voz el odio acumulado en una vida. Casada me supo mejor. Javier, te equivocas, no sigas. Responde Lucas con la voz levemente alterada. Conozco cada libra de su carne, la suavidad de sus pechos, el olor de la violeta de su ingle, el sabor de su entraña… Embebido en mi glorioso instante de vendetta, enrojezco como un diablo y pierdo el resuello. Me levanto hacia el archivador, blando el bastón amenazadoramente y con el movimiento vuelco sin pretenderlo la hilera de documentos que descansan sobre la mesa de cedro. ‘Ascenso del Sr. Javier Sala a la dirección contable’. ‘Contrato de prácticas para estudiantes’. Me fallan las piernas y caigo sobre la butaca. Rebusco en el bolsillo y poso temblorosamente sobre el cedro la pelota de golf junto al bastón. Era broma. Río sonrojado, pero ya no como un diablo sino como cuando de niños Lucas me colaba un regate entre las piernas en el patio del colegio. Quería invitarte al golf para mañana. Imito cómicamente un swing alzando nuevamente el bastón de golf. Lucas sonríe extrañamente y me interroga con una mirada inexpresiva. ¿Estaré despedido? Nunca supe leer en esos ojos. ¡Si seré gilipollas!’.

Fin





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