miércoles, 12 de mayo de 2010

Arte útil

Museo de Arte Moderno de la ciudad de Nueva York. Una sala espaciosa, de absoluto blanco, con cuatro pilares y una franja de luz filtrándose por la cristalera del techo. La sala, casi vacía, transmite una sensación primordial, desnuda. Parecida a la que origina la presencia de dos actores —hombre y mujer— completamente desnudos, de pie e inmóviles en el centro de la sala, bajo una limpísima luz solar. Es la exposición ‘Great Nudity’ del MoMa.

Un viejecito, vestido con sencillez y con andares pesados e inseguros, se acerca a la pareja de actores. Se dirige al hombre. Roza la cabeza de nácar de su bastón contra la nalga del actor y susurra:
—Gracias. No sabes cuánto tiempo hacía que no sentía el tacto duro de la carne humana.
Se aleja, tal como ha venido, con su paso inseguro, un poco más ligero, más alegre quizás.

Los demás asistentes a la exposición van y vienen por la sala, leyendo las interpretaciones de la obra impresas, en negro sobre blanco, en las paredes. Describen círculos, retroceden, pululan laboriosamente como hormiguitas que a la postre convergen invariablemente hasta su particular hormiguero: el centro de la representación, la alegórica primera pareja humana.

—Las acciones del sector del automóvil están muy volátiles con la crisis—. Un hombre de cabello fino y facciones aristocráticamente angulosas, vestido con el traje, chaleco y la raya diplomática del banquero de inversión de Wall Street, aconseja al que parece ser un cliente. Se fija de soslayo en el desnudo frontal del hombre.
>> O puedes comprar acciones de Durex. Creo que estaban subiendo dos enteros—. El cliente asiente casi con una reverencia, totalmente atento a las recomendaciones.
>> Y si no Apple. La nueva aplicación de smart-phones, ésta misma —le muestra un iphone con parpadeantes cifras y gráficas de cotizaciones— permite seguir la marcha de los mercados en tiempo real. Va a ser la bomba. Pero vayámonos para llegar antes del cierre—. El banquero parte hacia la salida con paso decidido y el inversor le sigue presto, imitando su forma de andar.

Dos chicos de unos quince años, de uniforme y de piel fina, entran a la sala y sin más preámbulos se dirigen al cuadrado de sol que realza a la pareja.
—¿Qué haces, punk?— pregunta un chico a aquel que justo ha retratado con su móvil el sexo de la actriz.
—Se llama lomografía. Es sacar una foto accidental, normalmente a la altura de la cintura—. Habla lentamente, con pretendida sabiduría, como si estuviera impartiendo una clase magistral—. No se busca la brillantez técnica, solo captar el momento. Lo-mo-gra-fí-a. ¿Entiendes?
—Pues tú has captado lo que es lomo y lo que no es lomo.
—Vamos a Times Square— responde sin hacer caso—. La MTV presenta el último álbum de ‘Maroon 5’.
Los dos chicos salen rápidamente de la sala y se cruzan, sin darle importancia alguna, con Woody Allen y Soon-Yi.
—Woody (rápidamente y entrecortado): nuestra relación es, olvídate de lo que diga el ‘Post’. No, no deberías leer ese panfleto—. Se interrumpe y observa a la pareja de actores—. ¡Qué extraño! Esa mezcla de elementos: solos la luz solar y la primera pareja de la creación. Parece una singularidad cosmológica, un,… un ‘big bang’ de la existencia humana.
—Soon Yi: No te entiendo, Allen.
—Woody (mueve la cabeza, como para olvidar su digresión y retomar su primer razonamiento): Te decía que desde el punto de vista ontológico, la alteridad es. ¿Te acuerdas de Parménides?
—Soon Yi: No (responde con los ojos como platos, perdiendo parte de su orientalidad).
—Woody: El ente… uno, eterno e inmutable, ¿lo ves ahora?
—Soon Yi (observa a los actores mientras habla): Pero el miembro de ese señor es mutable, ¿no?
—Woody: Porque eso no es ente, es cosa.
—Soon Yi: Ah.
—Woody: Vamos al Odeon. Creo que dan una de Bergman.
Ambos salen, al tiempo que una pareja de japoneses, bajando reverencialmente las cabezas, les sonríe.
—Mujer japonesa: ¿No era ésa Soon-Yi? ¿La que se casó siendo menor?
—Hombre japonés: Sí,… coreana tenía que ser.
—Mujer japonesa (mira al actor): Fíjate en ese caballero con aspecto de Samurai. Lo más parecido a él en ti es el objetivo de tu Nikon.
—Hombre japonés: Sí, cariño (con la cabeza gacha retrae el objetivo de su cámara).

Otra pareja de actores desnudos cruza la sala hasta el cuadrado iluminado por el sol. Intercambian unas sonrisas amistosas con la primera pareja de actores. Estos se despiden y se alejan de la cuadrada escena. Desnudos como están, se mezclan entre los demás asistentes. Se paran frente a una pared y leen sobre ella algunas de las explicaciones del autor de la performance.
—Mujer: ¿Quieres creer que esta sesión me ha ayudado?
—Hombre: ¿Cómo?
—Mujer: Cuando actúo en el teatro, pienso que solo me miran a mí y me siento aterrada. Hoy he percibido claramente que ni se fijaban en nosotros.
—Hombre: Ése es el propósito sublimador del arte. Hacerte ser tú misma, sin miedos, solo tú y ahora. Tú misma, tu esencia desnuda de ser racional, con pensamientos racionales y productivos.

Fin






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