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‘No
existe, con datos objetivos y contrastados, ninguna otra zona o espacio físico
en nuestro territorio nacional, y tal vez en toda Europa, que pueda siquiera
compararse a las singularidades,
novedades, rareza y riqueza biológicas que hoy están documentadas
científicamente de Los Monegros’.
Manifiesto científico por los
Monegros
‘Una singularidad, como en el
espacio sideral, como en este maravilloso y rico paisaje alucinantemente
marciano de Los Monegros, es algo fuera de lo común. Como una estrella congelada
y colapsada sobre sí misma, como un agujero negro. Como un lugar sin masa. Como
lo nunca visto. Es decir, como los Monegros.’
‘Deja de divagar, Fernando. Eres muy
denso. Tú mismo te vas a colapsar sobre tu propio espacio si no dejas de ser
tan soñador y pasas a vivir en el mundo real’. Amaia empezaba a alejarse de
Fernando, dirigiéndose hacia la zona del rodaje. ‘Pisa tierra, chico. Todo lo
que te divierte está en las nubes. Escalar, divagar sobre el éter y las nubes… Yo,
en cambio, me voy a trabajar. Queda poco tiempo de luz para el rodaje’ Lo miró
a los ojos con expresión apenada. ‘Despierta y haz algo tangible’. Diciendo
esto, Amaia acabó de alejarse de Fernando. Éste temía que fuera para siempre,
atraído por otro cuerpo más atractivo, como en el espacio hacían las estrellas
grandes con las pequeñas. Y como en España hacían las estrellas de televisión
con las jóvenes aún impresionables. Puñetero Mario Brasas.
Si pudiera retorcerle el pescuezo a
ese gañán. Ese tipo de yogurines marcaban muchos músculos, sí. Pero a ver si
aguantaban el fuerte brazo de un escalador que sube un nivel 7, pensó Fernando,
simulando que no observaba con recelo la filmación de la escena de película que
tenía ante sí. Los Monegros y Mario Brasas. Las rocas al fondo imitando al
Monument Valley. Pura simulación la del cine, como la suya propia, pues fingía
que era capaz de seguir revisando su tesis en aquella localización de rodaje como
si nada ocurriera y que, aunque Amaia estuviera trabajando de asistente
personal de Brasas y que se sonrieran y tocaran demasiado amigablemente para
tener una relación solo profesional, confiaba tanto en ella como para no temer
que el galán de moda del cine español la fuera a seducir.
‘Mario… Mario Brasas. Te queremos
todas’ las cientos de adolescentes que asistían al rodaje chillaron como locas
al sonido seco de la claqueta que daba por terminada la escena. Así no había
quien pudiera concentrarse ni leer nada.
‘Pues es sólo mío, que lo sepáis,
moninas’. Amaia apartó a las fans hasta
llevar al niñato a la roulotte cinematográfica. Antes de dejarlo subir por la
escalerilla, le secó el sudor de la cara con una toalla de cachemira. Le quitó
las botas y comenzó a limpiarlas laboriosamente con un cepillo suave.
Entretanto, sin que su novia se diera cuenta, Brasas se quitó la camiseta de cow-boy.
Lo que pensaba, se dijo Fernando. Todos músculos marcados, pero de adorno.
Torso desnudo, pantalón vaquero, sombrero tejano comprado por el departamento
de atrezzo en un chino, sonrisa profidén.
Amaia, todavía agitando el cepillo
sobre el cuero de las botas de cow-boy, escupió sobre ellas. Las frotaba con
fuerza renovada, queriendo darles más brillo.
Si no fuera porque la compañía en la
que trabajaba Amaia había conseguido el contrato para asegurar el filme y la
integridad física de Brasas, lo retaría a escalar una buena vía. Quién sabe, un
resbaloncito, el mosquetón mal asegurado a su arnés, un friend que se salía de
la roca y provocaba que la cuerda se soltara. Fernando salivaba como el perro
de Pavlov mientras imaginaba toda suerte de muertes escabrosas de Brasas,
siempre cayendo precipicio abajo, como acababan los malos en las películas de
Bruce Willis. Ya estaba divagando en su particular reino de Oz. Se percató de
que, mientras imaginaba todo aquello, se le estaba cayendo la baba sobre el
ensayo y que se corría su tinta. Se curvó hacia el ensayo y, tras sacarse un
kleenex del bolsillo del chándal de monte, lo pasó suavemente sobre el dossier
sin tapas y dejó el folio sobre el que estaba leyendo seco pero ondulado.
Maldita sea. Así no lo podría presentar en la Universidad de Zaragoza. Otra
semana de retraso para presentar la tesis. O si no, a pagar otros 100 euros
para que alguien se lo volviera a pasar a ordenador. Porque entre los tachones,
los añadidos de última hora, las gotas de lluvia que habían difuminado parte
del texto haciéndolo ilegible y su propia baba de hacía un momento, tendría que
reescribir de nuevo buena parte del manuscrito. Sólo a él se le ocurría
escribir a lápiz su tesis en pleno siglo XXI. Él y su aversión por la
tecnología siempre que no estuviera al servicio de la biología, su futura
profesión. Ni redactar a ordenador, ni gastar un folio de más, ni tener un
estúpido iphone ni tuitear ni la madre que lo parió. ¿Alguna de esas frivolidades
iba acaso a frenar la erosión del desierto de los monegros? se preguntaba. ¿O a
conseguir que los jóvenes dejaran de abandonar los pueblos monegrinos por
Huesca y Zaragoza? ¿Qué, en definitiva, los monegros y su riqueza biológica no
desaparecieran bajo una arena peor que la del desierto, la de los especuladores
y constructores de casinos en los monegros?
Lo malo es que Fernando en el fondo
no creía en estos ideales. Nada puede parar el progreso, pensaba en el fondo.
Era un iluso cobarde. Lo sabía.
Podía leer y releer las notas
técnicas que otros biólogos habían escrito antes que él y siempre con el mismo
desenlace: seguía sin creer en un futuro sostenible para los Monegros. E,
invadido por ese desánimo de fondo, no hacía nada tangible por ayudar al futuro
de los Monegros. Sólo algo difuso e ideal: escribir su tesis.
De esta forma, esa sensación de
impotencia se instalaba en su espíritu cuando leía trabajos como el siguiente:
El País.
Archivo. Domingo, 27 de marzo de 2005
Reportaje:LOS
MONEGROS
La estepa
asiática de España
“Un paisaje
aragonés único en Europa, emparentado con las estepas asiáticas. Tras sus
tierras áridas y descarnadas, Los Monegros esconden un tesoro natural
históricamente despreciado. Sus vecinos llevan un siglo pidiendo regadíos. Hoy
también reclaman la protección de sus ecosistemas…”
“…Este
invierno ha nevado en Los Monegros, algo poco habitual, y las manchas blancas
acentúan la impresión de encontrarnos en una estepa asiática, una enorme
extensión de 2.765 kilómetros cuadrados, más que la provincia de Vizcaya, que
se extiende por Huesca y Zaragoza, con 50 pueblos y 21.000 habitantes, capital
en Sariñena. Una línea recta de carretera, y a ambos lados, campos de cereales
o un paisaje de terreno agrietado, de cárcavas, moldeado por la paciente y
contumaz erosión del viento, el agua, el hielo. Frente al silencio, las aves.
Menos mal que abundan las aves, y sisea un sisón, y esos pueblos tan callados
se llenan del ruido de las bandadas de gorriones y estorninos y el zureo de las
paloma…”
“…El nuevo clima de la cuenca mediterránea,
mucho más húmedo en su orilla norte, eliminó rápidamente las estepas, que
quedaron relegadas a enclaves de la orilla sur, a Asia, a islas mediterráneas y
a la costa oriental de la península Ibérica. Mientras tanto, en Los Monegros,
los cambios climáticos llegaron siempre atenuados por la barrera de montañas
que los rodean, y ahí permanece, como en una isla, un fragmento de la
vegetación mesiniense. En otros lugares de la península Ibérica también quedan
estepas, amparadas por un clima árido debido a su situación más meridional, y
entre ellas están claramente las almerienses, pero esas estepas están en más
claro contacto con las norteafricanas. En Los Monegros, las distintas especies
han tenido, ante esa cierta estabilidad del clima, la posibilidad de permanecer
a lo largo de cinco millones de años sin evolucionar. Un tesoro guardado con
5.392 especies de flora y fauna descritas, donde destacan los 3.296 insectos,
306 arañas, 164 aves y 1.210 plantas…”
O este testimonio dentro del mismo artículo:
“… Los
Monegros es el único lugar del mundo donde está comprobado que existen más de
150 especies de invertebrados desconocidas hasta hace poco; además se ha
comprobado que los parentescos más cercanos no les ligan con especies de su
entorno, sino de estepas centroasiáticas". Veinte especies llevan el
nombre de su descubridor, Javier Blasco Zumeta, maestro de Pina de Ebro: que si
Lepthotorax blascoi (una hormiga muy pequeña de color rojizo), que si
Orthotylus blascoi (una chinche que se alimenta de las sabinas albares), que si
Aphis blascoi (un pulgón), y una pequeña mosca amarillenta de entre dos y
cuatro milímetros ha sido bautizada, en homenaje a sus dos hijas, Trixoscelis
sabinaevae. "Este paisaje siempre ha estado muy poco valorado, y yo vi así
la oportunidad de demostrar el valor de mi tierra. A raíz de todo esto han
venido muchas misiones científicas, que se quedan asombradas, ¿pero qué sitio
es éste?, les encanta”.
Se sentía impotente. ¿Qué podía
hacer para ayudar a preservar los tesoros descritos en aquel articulo de ‘El
País’?
Por ello también se sentía cobarde,
sin hacer nada. Iluso, pensando que todo se arreglaría solo. Era tan iluso como
para pretender sacar tiempo para acabar su tesis y además pasar un fin de semana romántico con su
novia. Iluso. El Quijote nunca había pasado por los monegros. Y si lo había
hecho se había vuelto rápido para la Mancha. Porque ningún monegrino había sido
tan valiente como el de la triste figura como para intentar que lo que parecían
locuras se volvieran realidad. Ni una peli de Mario Brasas ni un casino en los
monegros eran la respuesta. Había que poner en marcha medidas serias evitar que
los jóvenes dejaran los pueblos, para impedir tonterías que dañaban la riqueza
de una de las pocas estepas del mundo protegidas por las montañas. Pero él,
además de iluso, siempre había sido cobarde. Por eso soñaba tanto y hacía tan
poco. Hasta su único pasatiempo valiente, la escalada, lo obligaba a estar casi
todo el tiempo entre las nubes.
Era un cobarde que se resistía a
actuar. Miraba a otro lado cuando, año tras año, como en los libros de Historia
que aún leía cuando no redactaba su tesis, pasados los idus de Julio, les
invadían hordas de jóvenes distintos a los que abandonaban el pueblo. Hatajos
de otro tipo de jóvenes, gamberros de precisión de cohorte romana en su misión
de destrozar la naturaleza y de descontrol y desmadre bárbaro en su obstinación
sonámbula de danzas adoratorias de ritmos electrónicos. Maldito festival del
desierto y la madre que lo trajo. Para destrozar el ecosistema es lo para lo
único que valía.
Ya volvía a divagar. Así le venía
pasando durante meses. No se concentraba y de esa manera era una misión
titánica acabar la tesis. ¿Cómo no creía en su propio trabajo, en los
argumentos volcados en su tesis, tras documentarse en artículos de prensa sobre
el gran trabajo que hacían sus paísanos de los Monegros?
Si sólo bastaba leerlo para creer en
el futuro de los Monegros:
“El
Periódico de Aragón
Farlete
Un cinturón
verde monegrino
El
ayuntamiento organiza plantaciones de árboles desde hace cinco años para luchar
contra la desertización Alumnos de distintos colegios realizan la actividad en
días festivos Los vecinos llevan años luchando y acudiendo a reforestar la zona
de los alrededores.
F. VALERO
30/04/2012
Farlete, en
pleno Monegros zaragozanos, es una localidad muy afectada por la desertización.
Pero hace ya tiempo que ha decidido plantarle cara al avance de la aridez y
todos los años, desde hace cinco, organiza una plantación de árboles. La última
de estas iniciativas, desarrollada recientemente, fue llevada a cabo por el
colegio de Farlete y dos centros de enseñanza de Zaragoza, el Sagrado Corazón y
el José Antonio Labordeta. Intervino asimismo la asociación Aragonexistas,
presidida por Susana Aperte, así como el diseñador de moda Enrique Lafuente.
Hijos y
padres se reunieron en el pabellón Monegros Sur y desde ahí marcharon hasta el
lugar elegido para la plantación: un campo de cultivo cedido por el
ayuntamiento. En la parcela se habían marcado las líneas de plantado con un
surco de vertedera y el marco de plantación era más o menos de dos pasos.
Este año se
han repoblado diez hectáreas, una cifra nunca lograda hasta ahora. "La
idea es crear un cinturón verde al norte del pueblo", señala el alcalde de
Farlete, Héctor Azara. "No es una tarea fácil, pues el clima es muy árido
y este año, para colmo, no ha llovido nada y el terreno no está en buenas
condiciones", añadió.
Se plantaron
pinos, encinas y plantas aromáticas como el romero y el tomillo, todas cedidas
por el Gobierno de Aragón. Debido a la sequía, este año se ha realizado un
riego en paralelo a la plantación, para lo que se disponía de una cisterna de
9.000 litros donde los niños llenaban sus garrafas para luego vaciarlas junto a
los árboles.
El proceso
se completó con la realización de una olla para la captación del agua de la
lluvia y para que se produzca también algo de sombra en la base del árbol”.
Sería que nunca había sido un gran
fan de la intertextualidad, esto es, de mezclar textos provenientes de fuentes
diversas en un único trabajo, como era su tesis. Además, lo más grave, es que
seguía sin creer en que el futuro de los monegros pudiera ser halagüeño y, por
ello, no hacía hueco a propagar noticias positivas como la anterior en el
espíritu y premisas de su tesis. Como Pedro, no creería el alcance de esos
hechos monegrinos hasta que no lo viera con sus propios ojos. Y, claro, él
apenas había experimentado la dinámica de las cosas de los monegros en los últimos cuatro años. Casi
todos pasados en Zaragoza, estudiando. Hasta en los veranos.
Y encima, su propia vida, aparte de
la del ecosistema de los monegros, era complicada: Amaia le venía a última hora con que el fin de
semana le venía perfecto para seguir velando por la seguridad de Mario Brasas
en el rodaje de su western monegrino. Tanto que se había convertida en su
asistente personal.
Adiós romanticismo. Al traste con
los planes para el único fin de semana libre tras seis meses encerrado de lunes
a viernes en la biblioteca de la facultad. Sábados y domingos redactando en el
cuarto. Domingos a partir de las siete de la tarde, una hora para el vermut con
los amigos y dos horas para ver pelis en dvd del Brasas ése en casa de Amaia. Y
así durante medio año.
Así pues, mientras él acababa sus
‘Añadidos al Manifiesto científico por los Monegros desde un punto de vista de
las ciencias biológicas’, sus propósitos se iban al garete. Adiós a los planes
de naturaleza. Adiós a los planes de paz y tranquilidad. Adiós al sano
entretenimiento del aeródromo de Tardienta.
Ah… ¡dios!
‘Brasas está besándole a Amaia y yo divagando’
gritó al ver a Brasas semidesnudo explorando con su lengua la epiglotis de
Amaia.
‘Brasas’ Fernando machacó con su
índice el hombro de Mario Brasas hasta que aquel abrió los ojos y sacó la
lengua de la boca de su novia. ‘En el desierto se pueden hacer muchas más cosas
que besar a las novias de otros tipos’.
‘Ah, ¿sí? ¿Y cualej son?’ preguntó Brasas sacando pecho.
‘Parad los dos. Ha sido algo así
como lo que hablas de las singularidades en Marte. Un pronto, vamos’ gritó
Amaia. ‘Déjalo, Fernando. Han sido dos besos nada más’.
‘Qué cosas más raras le metes en la
cabeza a tu novia’. Amaia se apartó aún más de Brasas al oír aquello.
‘Tiene razón mi novia, Brasas. Los
Monegros es algo singular en el universo.’ Se acercó un paso más a Brasas. ‘Porque como
te iba a decir, se puede pasear a camello, subirse a una cosechadora o a un
sidecar, hacer una barbacoa a la luz de la luna, cenar en una jaima como los
bereberes, volar en ultraligero, jugar al futbolín humano y muchas cosas más’.
Fernando se pausó y miró a Brasas como veía hacerlo a Clint Eastwood en las
películas de Harry el Sucio. ‘Pero, ¿sabes que es lo que no se puede hacer?
‘Besar a la novia de este tipo en
concreto’. Fernando sacó a pasear su fuerte brazo de biólogo escalador y tumbó
a Mario Brasas de un seco golpe en la mandíbula.
‘Como te decía, los Monegros son una
singularidad. Hacen que un escalador cobarde y soñador por fin crea en sí
mismo’ miró a Brasas, aturdido sobre la arena monegrina ‘y se redima, como un
personaje de John Wayne, plantando cara al malo y llevándose a la chica. Que
aquello que ha leído y estudiado y amado toda su vida, se vuelva realidad en su
corazón. Juro a Dios que a partir de hoy, en todo el planeta no habrá un
activista y defensor más activo y ardiente que yo de la causa ecologista en Los
Monegros ’ Fernando levantó el puño como Escarlata en ‘Lo que el viento se
llevó’ tras jurar que nunca más pasaría hambre, y se sintió lleno, orgulloso de
sí mismo por vez primera en muchos años. Ya no era iluso. Ya no era cobarde.
Era un gladiador en pro del ecosistema monegrino y él, y mucha gente como él,
mantendrían entonces y en el futuro a venir la riqueza de los Monegros, y
harían que los futuros niños y jóvenes monegrinitos no tuvieran que dejar los
pueblos para buscarse la vida en las ciudades capitales.
‘No te reconozco. Has cambiado casi
de repente, como influido por una fuerza desconocido’ sonrió Amaia a Fernando
como hacía tiempo que no veía hacérselo.
‘No es desconocida. Es la fuerza de
Aragón. Aquí se siente más que en ningún otro sitio’ respondió Fernando.
‘Es una singularidad… monegrina’
añadió Amaia y lo besó de verdad, con mil veces más fervor y fuerza que los
besos a Mario Brasas, aún retorcido y medio atontado, sobre la arena del
desierto.
Fernando rodeó por el hombro a
Amaia. Como en un verdadero western monegrino, sobre el desierto de Tardienta caminaron
juntos hacia la puesta de sol.