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domingo, 15 de diciembre de 2013
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sábado, 7 de julio de 2012
Singularidad monegrina
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‘No
existe, con datos objetivos y contrastados, ninguna otra zona o espacio físico
en nuestro territorio nacional, y tal vez en toda Europa, que pueda siquiera
compararse a las singularidades,
novedades, rareza y riqueza biológicas que hoy están documentadas
científicamente de Los Monegros’.
Manifiesto científico por los
Monegros
‘Una singularidad, como en el
espacio sideral, como en este maravilloso y rico paisaje alucinantemente
marciano de Los Monegros, es algo fuera de lo común. Como una estrella congelada
y colapsada sobre sí misma, como un agujero negro. Como un lugar sin masa. Como
lo nunca visto. Es decir, como los Monegros.’
‘Deja de divagar, Fernando. Eres muy
denso. Tú mismo te vas a colapsar sobre tu propio espacio si no dejas de ser
tan soñador y pasas a vivir en el mundo real’. Amaia empezaba a alejarse de
Fernando, dirigiéndose hacia la zona del rodaje. ‘Pisa tierra, chico. Todo lo
que te divierte está en las nubes. Escalar, divagar sobre el éter y las nubes… Yo,
en cambio, me voy a trabajar. Queda poco tiempo de luz para el rodaje’ Lo miró
a los ojos con expresión apenada. ‘Despierta y haz algo tangible’. Diciendo
esto, Amaia acabó de alejarse de Fernando. Éste temía que fuera para siempre,
atraído por otro cuerpo más atractivo, como en el espacio hacían las estrellas
grandes con las pequeñas. Y como en España hacían las estrellas de televisión
con las jóvenes aún impresionables. Puñetero Mario Brasas.
Si pudiera retorcerle el pescuezo a
ese gañán. Ese tipo de yogurines marcaban muchos músculos, sí. Pero a ver si
aguantaban el fuerte brazo de un escalador que sube un nivel 7, pensó Fernando,
simulando que no observaba con recelo la filmación de la escena de película que
tenía ante sí. Los Monegros y Mario Brasas. Las rocas al fondo imitando al
Monument Valley. Pura simulación la del cine, como la suya propia, pues fingía
que era capaz de seguir revisando su tesis en aquella localización de rodaje como
si nada ocurriera y que, aunque Amaia estuviera trabajando de asistente
personal de Brasas y que se sonrieran y tocaran demasiado amigablemente para
tener una relación solo profesional, confiaba tanto en ella como para no temer
que el galán de moda del cine español la fuera a seducir.
‘Mario… Mario Brasas. Te queremos
todas’ las cientos de adolescentes que asistían al rodaje chillaron como locas
al sonido seco de la claqueta que daba por terminada la escena. Así no había
quien pudiera concentrarse ni leer nada.
‘Pues es sólo mío, que lo sepáis,
moninas’. Amaia apartó a las fans hasta
llevar al niñato a la roulotte cinematográfica. Antes de dejarlo subir por la
escalerilla, le secó el sudor de la cara con una toalla de cachemira. Le quitó
las botas y comenzó a limpiarlas laboriosamente con un cepillo suave.
Entretanto, sin que su novia se diera cuenta, Brasas se quitó la camiseta de cow-boy.
Lo que pensaba, se dijo Fernando. Todos músculos marcados, pero de adorno.
Torso desnudo, pantalón vaquero, sombrero tejano comprado por el departamento
de atrezzo en un chino, sonrisa profidén.
Amaia, todavía agitando el cepillo
sobre el cuero de las botas de cow-boy, escupió sobre ellas. Las frotaba con
fuerza renovada, queriendo darles más brillo.
Si no fuera porque la compañía en la
que trabajaba Amaia había conseguido el contrato para asegurar el filme y la
integridad física de Brasas, lo retaría a escalar una buena vía. Quién sabe, un
resbaloncito, el mosquetón mal asegurado a su arnés, un friend que se salía de
la roca y provocaba que la cuerda se soltara. Fernando salivaba como el perro
de Pavlov mientras imaginaba toda suerte de muertes escabrosas de Brasas,
siempre cayendo precipicio abajo, como acababan los malos en las películas de
Bruce Willis. Ya estaba divagando en su particular reino de Oz. Se percató de
que, mientras imaginaba todo aquello, se le estaba cayendo la baba sobre el
ensayo y que se corría su tinta. Se curvó hacia el ensayo y, tras sacarse un
kleenex del bolsillo del chándal de monte, lo pasó suavemente sobre el dossier
sin tapas y dejó el folio sobre el que estaba leyendo seco pero ondulado.
Maldita sea. Así no lo podría presentar en la Universidad de Zaragoza. Otra
semana de retraso para presentar la tesis. O si no, a pagar otros 100 euros
para que alguien se lo volviera a pasar a ordenador. Porque entre los tachones,
los añadidos de última hora, las gotas de lluvia que habían difuminado parte
del texto haciéndolo ilegible y su propia baba de hacía un momento, tendría que
reescribir de nuevo buena parte del manuscrito. Sólo a él se le ocurría
escribir a lápiz su tesis en pleno siglo XXI. Él y su aversión por la
tecnología siempre que no estuviera al servicio de la biología, su futura
profesión. Ni redactar a ordenador, ni gastar un folio de más, ni tener un
estúpido iphone ni tuitear ni la madre que lo parió. ¿Alguna de esas frivolidades
iba acaso a frenar la erosión del desierto de los monegros? se preguntaba. ¿O a
conseguir que los jóvenes dejaran de abandonar los pueblos monegrinos por
Huesca y Zaragoza? ¿Qué, en definitiva, los monegros y su riqueza biológica no
desaparecieran bajo una arena peor que la del desierto, la de los especuladores
y constructores de casinos en los monegros?
Lo malo es que Fernando en el fondo
no creía en estos ideales. Nada puede parar el progreso, pensaba en el fondo.
Era un iluso cobarde. Lo sabía.
Podía leer y releer las notas
técnicas que otros biólogos habían escrito antes que él y siempre con el mismo
desenlace: seguía sin creer en un futuro sostenible para los Monegros. E,
invadido por ese desánimo de fondo, no hacía nada tangible por ayudar al futuro
de los Monegros. Sólo algo difuso e ideal: escribir su tesis.
De esta forma, esa sensación de
impotencia se instalaba en su espíritu cuando leía trabajos como el siguiente:
El País.
Archivo. Domingo, 27 de marzo de 2005
Reportaje:LOS
MONEGROS
La estepa
asiática de España
“Un paisaje
aragonés único en Europa, emparentado con las estepas asiáticas. Tras sus
tierras áridas y descarnadas, Los Monegros esconden un tesoro natural
históricamente despreciado. Sus vecinos llevan un siglo pidiendo regadíos. Hoy
también reclaman la protección de sus ecosistemas…”
“…Este
invierno ha nevado en Los Monegros, algo poco habitual, y las manchas blancas
acentúan la impresión de encontrarnos en una estepa asiática, una enorme
extensión de 2.765 kilómetros cuadrados, más que la provincia de Vizcaya, que
se extiende por Huesca y Zaragoza, con 50 pueblos y 21.000 habitantes, capital
en Sariñena. Una línea recta de carretera, y a ambos lados, campos de cereales
o un paisaje de terreno agrietado, de cárcavas, moldeado por la paciente y
contumaz erosión del viento, el agua, el hielo. Frente al silencio, las aves.
Menos mal que abundan las aves, y sisea un sisón, y esos pueblos tan callados
se llenan del ruido de las bandadas de gorriones y estorninos y el zureo de las
paloma…”
“…El nuevo clima de la cuenca mediterránea,
mucho más húmedo en su orilla norte, eliminó rápidamente las estepas, que
quedaron relegadas a enclaves de la orilla sur, a Asia, a islas mediterráneas y
a la costa oriental de la península Ibérica. Mientras tanto, en Los Monegros,
los cambios climáticos llegaron siempre atenuados por la barrera de montañas
que los rodean, y ahí permanece, como en una isla, un fragmento de la
vegetación mesiniense. En otros lugares de la península Ibérica también quedan
estepas, amparadas por un clima árido debido a su situación más meridional, y
entre ellas están claramente las almerienses, pero esas estepas están en más
claro contacto con las norteafricanas. En Los Monegros, las distintas especies
han tenido, ante esa cierta estabilidad del clima, la posibilidad de permanecer
a lo largo de cinco millones de años sin evolucionar. Un tesoro guardado con
5.392 especies de flora y fauna descritas, donde destacan los 3.296 insectos,
306 arañas, 164 aves y 1.210 plantas…”
O este testimonio dentro del mismo artículo:
“… Los
Monegros es el único lugar del mundo donde está comprobado que existen más de
150 especies de invertebrados desconocidas hasta hace poco; además se ha
comprobado que los parentescos más cercanos no les ligan con especies de su
entorno, sino de estepas centroasiáticas". Veinte especies llevan el
nombre de su descubridor, Javier Blasco Zumeta, maestro de Pina de Ebro: que si
Lepthotorax blascoi (una hormiga muy pequeña de color rojizo), que si
Orthotylus blascoi (una chinche que se alimenta de las sabinas albares), que si
Aphis blascoi (un pulgón), y una pequeña mosca amarillenta de entre dos y
cuatro milímetros ha sido bautizada, en homenaje a sus dos hijas, Trixoscelis
sabinaevae. "Este paisaje siempre ha estado muy poco valorado, y yo vi así
la oportunidad de demostrar el valor de mi tierra. A raíz de todo esto han
venido muchas misiones científicas, que se quedan asombradas, ¿pero qué sitio
es éste?, les encanta”.
Se sentía impotente. ¿Qué podía
hacer para ayudar a preservar los tesoros descritos en aquel articulo de ‘El
País’?
Por ello también se sentía cobarde,
sin hacer nada. Iluso, pensando que todo se arreglaría solo. Era tan iluso como
para pretender sacar tiempo para acabar su tesis y además pasar un fin de semana romántico con su
novia. Iluso. El Quijote nunca había pasado por los monegros. Y si lo había
hecho se había vuelto rápido para la Mancha. Porque ningún monegrino había sido
tan valiente como el de la triste figura como para intentar que lo que parecían
locuras se volvieran realidad. Ni una peli de Mario Brasas ni un casino en los
monegros eran la respuesta. Había que poner en marcha medidas serias evitar que
los jóvenes dejaran los pueblos, para impedir tonterías que dañaban la riqueza
de una de las pocas estepas del mundo protegidas por las montañas. Pero él,
además de iluso, siempre había sido cobarde. Por eso soñaba tanto y hacía tan
poco. Hasta su único pasatiempo valiente, la escalada, lo obligaba a estar casi
todo el tiempo entre las nubes.
Era un cobarde que se resistía a
actuar. Miraba a otro lado cuando, año tras año, como en los libros de Historia
que aún leía cuando no redactaba su tesis, pasados los idus de Julio, les
invadían hordas de jóvenes distintos a los que abandonaban el pueblo. Hatajos
de otro tipo de jóvenes, gamberros de precisión de cohorte romana en su misión
de destrozar la naturaleza y de descontrol y desmadre bárbaro en su obstinación
sonámbula de danzas adoratorias de ritmos electrónicos. Maldito festival del
desierto y la madre que lo trajo. Para destrozar el ecosistema es lo para lo
único que valía.
Ya volvía a divagar. Así le venía
pasando durante meses. No se concentraba y de esa manera era una misión
titánica acabar la tesis. ¿Cómo no creía en su propio trabajo, en los
argumentos volcados en su tesis, tras documentarse en artículos de prensa sobre
el gran trabajo que hacían sus paísanos de los Monegros?
Si sólo bastaba leerlo para creer en
el futuro de los Monegros:
“El
Periódico de Aragón
Farlete
Un cinturón
verde monegrino
El
ayuntamiento organiza plantaciones de árboles desde hace cinco años para luchar
contra la desertización Alumnos de distintos colegios realizan la actividad en
días festivos Los vecinos llevan años luchando y acudiendo a reforestar la zona
de los alrededores.
F. VALERO
30/04/2012
Farlete, en
pleno Monegros zaragozanos, es una localidad muy afectada por la desertización.
Pero hace ya tiempo que ha decidido plantarle cara al avance de la aridez y
todos los años, desde hace cinco, organiza una plantación de árboles. La última
de estas iniciativas, desarrollada recientemente, fue llevada a cabo por el
colegio de Farlete y dos centros de enseñanza de Zaragoza, el Sagrado Corazón y
el José Antonio Labordeta. Intervino asimismo la asociación Aragonexistas,
presidida por Susana Aperte, así como el diseñador de moda Enrique Lafuente.
Hijos y
padres se reunieron en el pabellón Monegros Sur y desde ahí marcharon hasta el
lugar elegido para la plantación: un campo de cultivo cedido por el
ayuntamiento. En la parcela se habían marcado las líneas de plantado con un
surco de vertedera y el marco de plantación era más o menos de dos pasos.
Este año se
han repoblado diez hectáreas, una cifra nunca lograda hasta ahora. "La
idea es crear un cinturón verde al norte del pueblo", señala el alcalde de
Farlete, Héctor Azara. "No es una tarea fácil, pues el clima es muy árido
y este año, para colmo, no ha llovido nada y el terreno no está en buenas
condiciones", añadió.
Se plantaron
pinos, encinas y plantas aromáticas como el romero y el tomillo, todas cedidas
por el Gobierno de Aragón. Debido a la sequía, este año se ha realizado un
riego en paralelo a la plantación, para lo que se disponía de una cisterna de
9.000 litros donde los niños llenaban sus garrafas para luego vaciarlas junto a
los árboles.
El proceso
se completó con la realización de una olla para la captación del agua de la
lluvia y para que se produzca también algo de sombra en la base del árbol”.
Sería que nunca había sido un gran
fan de la intertextualidad, esto es, de mezclar textos provenientes de fuentes
diversas en un único trabajo, como era su tesis. Además, lo más grave, es que
seguía sin creer en que el futuro de los monegros pudiera ser halagüeño y, por
ello, no hacía hueco a propagar noticias positivas como la anterior en el
espíritu y premisas de su tesis. Como Pedro, no creería el alcance de esos
hechos monegrinos hasta que no lo viera con sus propios ojos. Y, claro, él
apenas había experimentado la dinámica de las cosas de los monegros en los últimos cuatro años. Casi
todos pasados en Zaragoza, estudiando. Hasta en los veranos.
Y encima, su propia vida, aparte de
la del ecosistema de los monegros, era complicada: Amaia le venía a última hora con que el fin de
semana le venía perfecto para seguir velando por la seguridad de Mario Brasas
en el rodaje de su western monegrino. Tanto que se había convertida en su
asistente personal.
Adiós romanticismo. Al traste con
los planes para el único fin de semana libre tras seis meses encerrado de lunes
a viernes en la biblioteca de la facultad. Sábados y domingos redactando en el
cuarto. Domingos a partir de las siete de la tarde, una hora para el vermut con
los amigos y dos horas para ver pelis en dvd del Brasas ése en casa de Amaia. Y
así durante medio año.
Así pues, mientras él acababa sus
‘Añadidos al Manifiesto científico por los Monegros desde un punto de vista de
las ciencias biológicas’, sus propósitos se iban al garete. Adiós a los planes
de naturaleza. Adiós a los planes de paz y tranquilidad. Adiós al sano
entretenimiento del aeródromo de Tardienta.
Ah… ¡dios!
‘Brasas está besándole a Amaia y yo divagando’
gritó al ver a Brasas semidesnudo explorando con su lengua la epiglotis de
Amaia.
‘Brasas’ Fernando machacó con su
índice el hombro de Mario Brasas hasta que aquel abrió los ojos y sacó la
lengua de la boca de su novia. ‘En el desierto se pueden hacer muchas más cosas
que besar a las novias de otros tipos’.
‘Ah, ¿sí? ¿Y cualej son?’ preguntó Brasas sacando pecho.
‘Parad los dos. Ha sido algo así
como lo que hablas de las singularidades en Marte. Un pronto, vamos’ gritó
Amaia. ‘Déjalo, Fernando. Han sido dos besos nada más’.
‘Qué cosas más raras le metes en la
cabeza a tu novia’. Amaia se apartó aún más de Brasas al oír aquello.
‘Tiene razón mi novia, Brasas. Los
Monegros es algo singular en el universo.’ Se acercó un paso más a Brasas. ‘Porque como
te iba a decir, se puede pasear a camello, subirse a una cosechadora o a un
sidecar, hacer una barbacoa a la luz de la luna, cenar en una jaima como los
bereberes, volar en ultraligero, jugar al futbolín humano y muchas cosas más’.
Fernando se pausó y miró a Brasas como veía hacerlo a Clint Eastwood en las
películas de Harry el Sucio. ‘Pero, ¿sabes que es lo que no se puede hacer?
‘Besar a la novia de este tipo en
concreto’. Fernando sacó a pasear su fuerte brazo de biólogo escalador y tumbó
a Mario Brasas de un seco golpe en la mandíbula.
‘Como te decía, los Monegros son una
singularidad. Hacen que un escalador cobarde y soñador por fin crea en sí
mismo’ miró a Brasas, aturdido sobre la arena monegrina ‘y se redima, como un
personaje de John Wayne, plantando cara al malo y llevándose a la chica. Que
aquello que ha leído y estudiado y amado toda su vida, se vuelva realidad en su
corazón. Juro a Dios que a partir de hoy, en todo el planeta no habrá un
activista y defensor más activo y ardiente que yo de la causa ecologista en Los
Monegros ’ Fernando levantó el puño como Escarlata en ‘Lo que el viento se
llevó’ tras jurar que nunca más pasaría hambre, y se sintió lleno, orgulloso de
sí mismo por vez primera en muchos años. Ya no era iluso. Ya no era cobarde.
Era un gladiador en pro del ecosistema monegrino y él, y mucha gente como él,
mantendrían entonces y en el futuro a venir la riqueza de los Monegros, y
harían que los futuros niños y jóvenes monegrinitos no tuvieran que dejar los
pueblos para buscarse la vida en las ciudades capitales.
‘No te reconozco. Has cambiado casi
de repente, como influido por una fuerza desconocido’ sonrió Amaia a Fernando
como hacía tiempo que no veía hacérselo.
‘No es desconocida. Es la fuerza de
Aragón. Aquí se siente más que en ningún otro sitio’ respondió Fernando.
‘Es una singularidad… monegrina’
añadió Amaia y lo besó de verdad, con mil veces más fervor y fuerza que los
besos a Mario Brasas, aún retorcido y medio atontado, sobre la arena del
desierto.
Fernando rodeó por el hombro a
Amaia. Como en un verdadero western monegrino, sobre el desierto de Tardienta caminaron
juntos hacia la puesta de sol.
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Dos vías opuestas
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‘Coge
una cuartilla y dóblala en dos. Luego la vuelves a doblar. Pero el doblez en el
otro sentido, ¿eh? Ahora levantas, como si fueran alerones de un avión, los
extremos de cada mitad’.
Es
tan guapa Amaia. Esa carita fina, los brazos y la cintura finitos, la piel
suave y bronceada. Esos dientes blancos como espuma mediterránea. Le paso diez
años, sí. ¿Y a quién le importa eso? Espero que a ella no, vaya.
No
me interesa en absoluto la papiroflexia. Se ha empeñado en que venga y yo hago
cualquier cosa que me pida. Quizá sea una estrategia equivocada. Dicen que
cuanto menos caso les haces, más posibilidades tienes de conquistarlas.
En
fin, así tiene que ser. Cuando la conocí en el albergue de los Mallos, sudada,
fibrosa, con el pelo suelto tras la ventisca pasada en la escalada, no me
imaginé que iba a tener otras aficiones tan tranquilas. Demasiado tranquila. Me
estoy aburriendo. Ponme una vía 7 mínimo y ahí sí que produzco adrenalina. Claro
que, al lado de ella, también la produzco. Me pongo más nervioso que haciendo
equilibrios sobre una cuerda en un principio. Siento que no me hace caso. Eso
me pone nervioso. Eso me pone inseguro.
‘Entonces
ya has doblado las cuatro esquinas. A modo de alerón, recuerda. Te ha quedado
un cuadrado que tienes que doblar por la mitad’.
¿Sufrirá
de amnesia selectiva? ¿Dónde está aquella mujer excitante y amante de las
aventuras? Le estuve dando cuerda durante toda una subida. En los dos sentidos.
Le daba cuerda mientras equipaba aquella vía y también se la daba contándole
mis escaladas en la Patagonia argentina. Cómo subí aquel 8b+, abriendo ruta
para los hermanos Pou. Pobrecillos, es que necesitaban de mi ayuda para abrir
esas rutas. Todos hemos tenido que aprender en un momento dado. Lo bueno es que
Amaia se lo creía todo. Estaba aprendiendo a escalar y ya casi subía lo mismo
que yo. No es mucho decir, por otra parte. Cincos pelados y poco más. Pero yo
llevo años en esto y ella un curso de dos meses en fines de semana. Es tan
flexible. Ligera. Dura. Sus brazos, sus senos, su derrière, todo me parecen
aristas de roca. Mira, como las esculturas de pajaritas que me indica una y
otra vez para que me inspire. Ni con esas. O este papel es más difícil de
doblar que el metal o es que me he perdido ya en la explicación. Este folio
parece más ya un barquito que una pajarita.
‘Lo
has vuelto a doblar del otro sentido. Otra vez doblas sobre sí mismas cada una
de las cuatro esquinas. Te vuelve a quedar un cuadrado’.
¿Pero
de verdad una persona puede cambiar tanto de una semana a otra? Su manera de
vestir era distinta. Cuando salimos al pueblo tras escalar llevaba un pantalón
ajustado. Se le marcaba todo lo que ya me había imaginado dándole cuerda,
debajo de ella. Un top fucsia. Debajo del top, sus formas me recordaban a los
conglomerados de bolos grandes de los mallos. Cualquiera que haya escalado en
Riglos, sabe que las vías están llenas de panzas. En su vientre, desnudo y
moreno entre el top y la malla, ninguna panza. Todo bultos de abdominales de
mujer, tostados, con vello suave y rubio, una peca, los tatuajes de una
mariposa y de las huellas descendientes de un gatito. La piel deslumbrante, con
brillos de aloe-vera o algo así, porque olía tan fresquita. Me la quería comer.
Como deseaba a esa mujer.
‘Te
han quedado unas fisuras en cada triangulo que divide al cuadrado. Metes los
dedos por ellas. Así, con paciencia, vas creando el pico a la pajarita’.
Los
cabellos rubios relumbraban con estrellitas de brillantina. Tenía una rosa roja
colocaba sobre la oreja. En el bar, tras beber unos mojitos, nos besamos. Me
supo a hierbabuena y menta. Un beso corto pero muy intenso. Como coronar una
cima. Bueno, casi. En realidad, coronar, lo esperaba para hoy. O para otra
cita. Da igual. No tengo prisa. Una cita es como una sesión de escalada. Hay
que conocer bien la roca. Mirar bien los matices de cada saliente, estudiar
bien el camino a seguir. Así quiero ir yo con Amaia. No es un aquí te
pillo, aquí te mato. Ha de ser para
largo. Como un buen escalador. Minimizando riesgos. Esta iba a ser la mujer de
mi vida. La que me mostró ser aquel día en los Mallos y a la noche en el bar. Pero
ésta parece ser otra mujer. Es increíble, como diría David Bisbal. Qué cambio.
‘Luego
haces lo mismo con las otras tres esquinas. Es decir, como tres picos más. Lo
que te queda es una suerte de mesa con cuatro picos que hacen de patas’.
¿Pero
de qué me habla esta mujer? ¿Se le habrá ido la cabeza? Me habla de patas, de
pajaritas… cuando la conocí hablaba de vías, cuerdas, mosquetones, placas,
equipar rutas, rocas, aventuras, mojitos y era una diosa de la sensualidad con
su top fucsia y el ombligo tostado. Ahora no la reconozco. Quizá sea un caso de
estos de doble personalidad. Va vestida hasta el cuello. Parece salida de ‘Amar
en tiempos revueltos’. Vestido gris de una pieza con encajes en cuello y
mangas. Faldón del vestido hasta los tobillos. Peinado a lo Betty la fea. Piel
blancuzca como Andrés Iniesta. ¿Iría la otra noche maquillada de cuerpo para
aparentar bronceado?
En
cualquier caso, yo me voy. Quién sabe si esto es contagioso.
‘Pero,
bueno, Fernando. ¿Me estás prestando caso? ¿Para eso te enseño a hacer
pajaritas?’
‘Sí,
sí, cómo no. Me habré distraído sin darme cuenta. Sigue, sigue con la
explicación’.
Además
tiene mal humor. Esta es de las que te atan en corto. Con la personalidad
excitante y desinhibida que me mostró aquella noche… no doy crédito.
Sólo
cabe una salida. Si no está loca y simplemente tiene un período de amnesia o lo
que sea, voy a hacer algo que la hará salir de su shock y volver a su ser
anterior, el que me enamoró. Voy a escalar delante de ella.
Ajá.
Subo el pedestal. Pan comido. Esto no será ni una vía dos. Hasta mi sobrinito
lo sube. ¡Hop! Salto y me agarro con la mano izquierda al filo de arriba. Huy,
casi corta. Lo llego a saber y traigo guantes. Levanto la pierna derecha y hago
apoyo con la punta del pie en la fisura entre la cabeza y el cuerpo.
‘Y
los tres picos que acabas de hacer, los vuelves a doblar. Porque no van a ser
picos. Pico sólo hay uno. Van a ser las dos patas y la colita’.
Ni
me está mirando. Ésta tipa vive en su mundo. ¿Quizá la despertaría mejor de su
letargo con un electro-shock? En fin, yo a lo mío. Espero que este shock de
verme escalar un monumento, sin electro pero con fuerza de brazos y piernas, la
haga recordar sus tiempos de escaladora de Riglos.
Cambio
de mano. En un visto y no visto, suelto la izquierda y me agarro con la
derecha. Sigo fijo con la pierna derecha en la fisura del cuello. La pierna
izquierda suelta y de mientras, estiro un poco el brazo izquierdo, agitándolo
con fuerza, arriba y abajo, arriba y abajo. Ya ha bajado la sangre al
antebrazo. Listo para el último impulso. Cambio de mano otra vez. La izquierda
a dónde estaba. La derecha suelta. Lo visualizo: hacer un brinco explosivo con
la pierna derecha, llevar la izquierda al descanso que hay en la arista del
pecho del animal, flexionar el brazo izquierdo como si fuera una dominada a una
sola mano, llevar la mano derecha a la parte de atrás de la cabeza, salto de
fuerza con todo el cuerpo y sentarme a horcajadas, una pierna a cada lado, en
la escultura.
Ahora…,
ahoraa…, ahoraaa…, ¡hop! Hecho. Ya estoy arriba. Esto ni Patxi Usobiaga.
‘Pío,
pío, pío. Ahora ya tienes una pajarita. Le mueves el piquito, la colita. Porque
a su modo tiene vida, ¿sabes?’
Qué
tía más ñoña. Ni me ha visto subir.
‘Pero,
¿qué haces ahí, vándalo? ¿No sabes que te pueden multar por subirte a un
monumento público?’
Me
está riñendo otra vez. Pobre chica. En el fondo me da pena. Le he de buscar un
buen psiquiatra.
‘Y
¿cómo has conseguido subirte hasta ahí? Te vas a hacer daño. Pareces una
lagartija’.
¿Esta
tía se acuerda de haber escalado alguna vez en su vida? Lo suyo parece más
grave de lo que creía.
‘Encima
haces el gamberro en uno de los emblemas de Huesca. Vergüenza tenía que darte. Baja
antes de que te rompas una pierna’.
Me
hace sentir como un niño. Es el tipo de mujer maternal que más odio, tratando a
los hombres como a sus hijos. Me gustaba más su lado sensual. Es lo que tiene
la doble personalidad, parece.
‘Baja
ya de la pajarita de Ramón Acín’.
‘¿Qué
tendrá que ver Ramoncín en esto? ¿No serás también tú de la SGAE? Me lo tenía
que haber supuesto, con lo rarita que eres’ le digo a la tiparraca, mirándola
hacia abajo.
‘Y
tú, Amaia. ¿Por qué has venido tan tarde? ¿No habíamos quedado las dos para que
os enseñara a hacer pajaritas de papel a ti y al bárbaro este que conociste en
Riglos? En el mejor lugar de Huesca. En el parque Miguel Servet, frente a las
pajaritas. Para que os inspirarais con ellas y aprendierais mejor la
papiroflexia. Y vienes a escondidas y te subes, igual que éste, mientras lo
reñía, a la otra pajarita. Luego te quejas de que nos traten de brutos a los
aragoneses.’
Reacciono
súbito. ¿A quién está hablando? Levanto la cabeza y miro frente a mí.
‘¿Eh?
Si estás aquí. Has venido. Entonces, ¿quién es esa doble tuya de allá abajo?’
miro emocionado a Amaia y sonrío, loco de contento. Está frente a mí. Subida a
la otra pajarita. Lo ha debido de hacer en un momentito de nada, mientras
estaba distraído con la bronca que me estaba echando esa extraña.
Pero
ésta sí que es Amaia. No hay duda. Sexy, ombliguito tostado al aire, pequita en
el abdominal, melena rubia al viento y sensual sonrisa de real hembra.
‘¿Quién
es esa pirada?’ pregunto.
‘Oye.
Cuidado, que es mi hermana. Puede que seamos diametralmente opuestas, como
estas dos pajaritas mismamente, pero es mi hermana gemela, así que no te pases
mi un pelo’ me responde Amaia.
‘No
te pases ni una pluma, más bien’ dice la otra desde abajo.
‘Es
verdad. Perdona, Rottenmeier’ bromeo mirando a su hermana.
‘Me
llamo Pitita’.
‘Como
las palomas. Por eso te gustan tanto las pajaritas’.
‘Imbécil.
Da gracias a que no escalo y que tengo mucho sentido del humor. Si no, subiría
allá arriba y te saltaba dos dientes de cuajo de un puñetazo’.
‘Hala,
Pitita. No te enfades. No te conocía y te lo dice de broma’ le responde Amaia.
Nos
besamos. Apasionadamente. Haciendo fuerza con las piernas, pegándolas como
lapas a cada lado de los extremos de los picos de las pajaritas. Con el tronco
de nuestros cuerpos en vilo, suspendidos en el aire, horizontales al suelo.
Pura fuerza de abdominales. Es un ejercicio que nos vendrá muy bien para la próxima vez en los Riglos. Echamos los
brazos hacia adelante y nos apoyamos el uno en el otro entrelazándonos las
manos. La unión más perfecta. Parecemos dos saltimbanquis.
‘Menudo
par de imbéciles. Os complementáis el uno al otro. Mejor aún que las pajaritas
de metal. No merecéis estar en este parque. Me voy a buscar a un guardia’.
Seguimos
besándonos. Esta vez Amaia huele aún mejor que en los Riglos. Huele a árboles.
Tan bien como el propio parque.
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El bosque animalado
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El
día de los ‘deseos se cumplen’ un hada mágica se acercó a Burlada. Al parecer
vino porque un niño del pueblo, Panchito, se había quejado en sueños de que su
gatita Amaia andaba afónica esos días y no podía maullar. El hada buena Giselle,
que, como era novata, le acababan de conceder sus alas allá donde se conceden
las alas, esto es, en el alegre país de Oz, entendió mal el deseo de Panchito.
En vez de curar el catarro de garganta de su gatita para que pudiera maullar de
nuevo, hizo un hechizo para que todos los animalitos de Burlada pudieran hablar
tal y como lo hacemos nosotros los humanos. Al momento de hacer el hechizo, el
perro Zacarías empezó a comentarle al perro Pintxo que las acciones en Bolsa de
Perriskas, su compañía favorita de comida para animales, estaban cayendo y que
como él había invertido mucho en Perriskas, estaba muy preocupado. ‘Cosas de la
economía que yo no entiendo’ le contestó Pintxo. A mí lo que de verdad me
importa es que los dueños del Osasuna nos permitan entrar al Reyno de Navarra
para ver el fútbol los domingos. Al ver que los demás perros de la zona, se
unían a la conversación y se mordían entre sí –lamentablemente, las discusiones
de fútbol siempre acaban así, incluso entre los perros-, el hada buena
primeriza se asustó y pensó que había cometido un error muy gordo. Pulsó el botón
a turbo-reacción de sus alas provisionales chinas –temiendo que tras la
metedura de pata, ya nunca obtuviera las alas definitivas naturales- y se fue
volando de Burlada más rápido que un rayo en mitad de la tormenta. El caso es
que, marchada el hada buena, los animales de Burlada seguían alborotados y
expresaban a voz en grito la indignación que les causaban los más diversos
asuntos. El mono Ramiro, al que le encantaba cantar ópera en sus ratos libres,
emitió un agudísimo grito, lo que los amantes de la ópera llaman do de pecho,
para hacer callar a sus amigos animales: ‘¡Oooorden’ chilló con su do de pecho.
En ese momento, los perros Zacarías y Pintxo y todos los demás animales de Burlada,
sorprendidos, hicieron silencio. ‘Ya está bien de tanta monería’ dijo el mono
Ramiro. ‘Así está mejor. Lo que vamos a hacer, amigos animales, es preguntar a
nuestros dueños, los niños de Burlada, por qué ahora hablamos como ellos y nos
interesa la bolsa y el fútbol. Queremos que todo vuelva a ser como antes,
cuando sólo dormíamos, jugábamos y no nos quitaba el sueño la bolsa y el
futbol’. Ramiro miró a sus amigos animales y les preguntó: ‘¿Estáis conmigo?’
‘Síiiiiii’
respondieron al unísono los demás animales. ‘Viva el señor alcalde Ramiro, que
mira por nuestros intereses como el más diligente de los próceres que en el
mundo han sido’ gritó el canario Rasputín, que se había aficionado a leer
libros de filosofía y sociología política. El gato Jeremías, al que sólo le
gustaba escuchar al cantante Pitbull, le quitó los libros de un zarpazo y le
obligó a bailar el reggaetón, porque según Jeremías, ‘esos libros provocaban el
nerviosismo en los ánimos de todos los animales’. ‘Vamos a casa de nuestros
dueños, se ha dicho’ entonó el mono Ramiro sobre la melodía de una ópera de
Verdi.‘La donna é mobile, qual piuma al vento, muta d’accento e di pensiero…’
respondieron contentos y alborotados todos los demás animales, sin saber por
qué hablaban ahora en italiano. Los animales de Burlada pararon en primer lugar
en la casa de Panchito. Antes de entrar, llamaron a la puerta, porque eran
animalitos muy bien educados. ¿Qué desean los señores?’ preguntó la gatita
Amaia, vestida de mayordomo y con unos anteojos sobre su hociquito. ¿Qué te
pasa, Amaia? preguntó sorprendido el perro Ramiro. ‘Absolutamente nada, querido
Ramiro. He descubierto, tras una crisis vocacional en la que no podía maullar,
que mi vocación auténtica es servir a mi amo, porque soy un animal de compañía.
Así que me he hecho mayordomo’. ‘Está muy bien’ concluyó Ramiro, viendo que
Amaia acababa de descubrir lo que quería ser de mayor. ‘¿Estaría Panchito
dentro de la casa? Tenemos que tratar con él un asunto de la mayor gravedad’
preguntó Ramiro con la mayor educación, para estar al mismo nivel que la gata
Amaia. ‘Como no. Pasen ustedes. La casa de mi amo es su casa’ respondió la
gatita mientras se retiraba a sus aposentos. Los gatos, perros, canarios,
monos, gusanos y serpientes entraron con gesto serio y modales exquisitos a la
casa de Pintxo. ‘Hola, Pintxo. No sabemos cómo ni por qué, los animales de Burlada
hemos comenzado a hablar. ¿Sabrías qué hacer para que volviéramos a nuestra
situación anterior? preguntó el mono Ramiro. ‘Ya sé que ahora habláis. Amaia
está de lo más rara últimamente. Pero yo no puedo hacer nada. Estoy jugando a
la Play Station y es más, no me importa nada lo que os ocurra. No es mi problema’
dijo Pintxo mientras seguía manipulando los mandos de su videoconsola. Los
animalitos, contrariados, salieron de la casa de Pintxo. Estaban sorprendidos,
porque sabían que antes de que pudieran hablar, siempre habían sido tratados
con mucho cariño por Pintxo. ‘¿Qué le pasará?’ se preguntaron todos los
animales. Fueron a casa de Patxi, el dueño del hámster Nicolás. ‘Me da igual lo
que os pase. Estoy viendo Sálvame y Jorge Javier va a dar una exclusiva’.En
casa de Andrés, el dueño del ciempiés Silvio, Andrés les dijo ‘scusate mi.
Tengo unas invitadas muy divertidas que reclaman de toda mi atención’. Sin
saber a qué se refería ni por qué éste hablaba también en italiano, se dirigieron
esta vez a casa de Emilio, hijo del banquero de Burlada y dueño de la oveja
Jaione. ‘Me estáis haciendo perder el tiempo, perros’ fue su primera respuesta.
‘El tiempo es oro y tengo que encargarme de todos mis amigos en Tuenti, para
que no baje en el índice Redex de popularidad en las redes sociales’. ‘Pero
Emilio’ protestó la oveja Jaione. ‘¿Ya no te acuerdas de mi bee, de mi bee, de
mi bella cara?’ preguntó dolida Jaione. ‘Sí, Jaione. Pero la vida de un niño
hoy en día es muy complicada: redes sociales, actividades extraescolares,
televisión amarillista, Play-Station, teléfono móvil, conciertos de Selena y
Justin Bieber… No nos queda tiempo para casi nada y ahora que habláis, nos
recordáis mucho a todos los personajes que ya vemos en Internet y no sois
novedad alguna. Así que, ospa!’ dijo Emilio con prisa porque tenía que volver
al Tuenti y les cerró la puerta en los hocicos. ‘Espera, Emilio, díme cómo va a
cerrar Perriskas preguntó el perro Zacarías al tiempo que consultaba las
cotizaciones de la bolsa desde el móvil inteligente que guardaba en su pata
delantera. ‘Es inútil, Zacarías. Nos ha cerrado con la puerta en las narices’
consoló el mono Ramiro al perro Zacarías. ‘Los niños se han vuelto egoístas. La
tecnología los ha aislado. Por culpa de internet, el tuenti, los móviles
inteligentes, la play-station y Jorge Javier, han dejado de jugar juntos al
fútbol en el parque, de saltar a la comba, de jugar al escondite tras un seto o
de subirse a los árboles’. ‘O tempora, o mores! como le diría Cicerón a Marco
Antonio’ suspiró el sabio canario Rasputín, hojeando su libro de Historia. El
gato Jeremías le dijo que cada vez lo entendía menos y siguió bailando el
reggaetón. Así andaban nuestros amigos animales burladenses, cabizbajos, camino
al bosque, refugio natural y eterno de los animalitos, donde habían decidido
refugiarse y vivir de ahí en adelante, abandonados como estaban por sus dueños.
Cuando estaban todos a punto de echarse a dormir bajo una higuera, el perro
Zacarías observó que la hierba del bosque, en vez de ser verde, se estaba
volviendo de color naranja. ‘¡Qué extraño, amigos! ¡Vayamos a ver qué sucede!’
alentó a los demás animalitos. El perro Sherlock, acostumbrado a seguir rastros
de fruta
–puesto
que era un perro vegetariano- concluyó: ‘¡No hay duda! Son cáscaras de naranja.
Seguro que las está echando al suelo Marranón, el frutero guarro del pueblo.
Dice que, como son biodegradables, desaparecerán dentro de medio años a la vez
que fertilizarán la tierra del bosque’. ‘Eso es cierto’ dijo el canario
Rasputín repasando su libro de educación cívica. ‘Las cascas de naranja son
buenas para la tierra, pero en una medida. Si se arrojan tantas como hace
Marranón, no queda hueco libre en el bosque para dar un paseo, correr, jugar al
escondite o cortejar pájaras. Es más, no hay que tirar nada al suelo, ni pipas,
ni chaskys, ni chicles ni cáscaras de naranja. Para eso nuestro buen
ayuntamiento pone las papeleras, para que las usemos. ¡He dicho!’. Sus amigos
lo aplaudieron enloquecidos de alegría y esperanza por su futuro. El perro Zacarías
dejó a un lado las cotizaciones de su móvil inteligente; el mono Ramiro se quitó su traje y corbata de
diputado y volvió a estudiar sus pentagramas de canto; el perro Pantxito
depositó en una papelera su periódico deportivo. Sherlock no se deshizo de su
pipa y su traje-chubasquero de tweed porque decía que era época de lluvias y la
niebla amenazaba descarga. El canario Rasputín le dijo al gato Jeremías que la
trayectoria cinética del reggaetón era harto peculiar y amena y se pusieron a
bailar. Incluso la gatita Amaia acudió al oír a sus amigos y guardó su cofia,
plumero y traje de mayordomo. También vino el ciempiés Silvio, saliendo a la
mitad de la fiesta de la casa de su dueño. El hámster Nicolás y la oveja Jaione
saltaron de alegría y bailaron en pareja un vals vienés. ‘¡Todos a casa de
Marranón!’ gritó el mono Ramiro. Cuando los demás animales de Burlada iban a
seguir el consejo de su amigo mono, el canario Rasputín intervino: ‘Esperad,
¡oh, amigos mios! Estoy seguro de que los niños son buenos. Volverán con
nosotros y nos ayudarán para enseñar a Marranón que es bueno ser limpios,
respetar la naturaleza y apoyarse mutuamente. Dejarán de lado sus pasatiempos
solitarios y juntos a ellos explicaremos a Marranón que hay que cuidar la
naturaleza, madre del movimiento y principio de todo, como decían los
presocráticos’. ‘De acuerdo, Rasputín. ¡Eres grande!, aunque al final no te
hayamos entendido’ clamaron todos y voltearon al canario hacia las alturas, tan
alto, tan alto, que Rasputín tenía que usar sus pequeñas alitas para aterrizar
cada vez que sus amigos lo volteaban para felicitarlo por su inteligencia. Los
animalitos volvieron a las casas. Explicaron a los niños de Burlada que
Marranón estaba ensuciando y echando a perder el bosque con tanta casca de
naranja. Los burladesitos respondieron todos a una: ‘¿Echar a perder nuestro
bosque? ¡Jamás! No mientras nos quede un estertor de aliento en los pulmones’.
Dejaron el tuenti, internet, la play, el móvil y a Jorge Javier con la palabra
en la boca y se dirigieron a casa del frutero Marranón junto a sus animalitos.
‘Marranón. Tienes que dejar de ensuciar el bosque. Para cuando esas cascas se
degraden y fertilicen la tierra, China y EEUU habrán firmado ya el protocolo de
Kyoto’. Esas poderosas palabras hicieron cambiar la actitud de Marranón hacia
la naturaleza. ‘¡Me habéis convencido!’ exclamó alborozado Marranón. ‘A partir
de hoy, seré el txapeldun del activismo ecologista’. Así pues, los niños burlatartxus,
el frutero Garbitxu –a partir de aquel día se cambió de nombre- y los animales
limpiaron de cascas de naranja el bosque, las depositaron en las papeleras de
compostaje del ayuntamiento de Burlada y dejaron el bosque más limpio que una
patena. El hada buena Giselle, desde su mirador en el alegre país de Oz,
recibía las alas definitivas tras haber hecho, a la postre, una buena acción y
lloraba de felicidad. Con los nuevos poderes que le dieron las alas
definitivas, quitó la voz humana a los animales y todo volvió a ser como antes.
Sólo que mejor porque los niños de Burlada habían aprendido a amar la
naturaleza y a ayudarse entre sí y a sus mascotas. Claro que se extrañaban de que,
de cuando en cuando, el perro Zacarías se quedara paralizando observando las
cotizaciones de Perriskas en la tele y el mono Ramiro escuchara tantas horas a
Alfredo Kraus en el tocadiscos.
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