sábado, 7 de julio de 2012

Dos vías opuestas

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‘Coge una cuartilla y dóblala en dos. Luego la vuelves a doblar. Pero el doblez en el otro sentido, ¿eh? Ahora levantas, como si fueran alerones de un avión, los extremos de cada mitad’.
Es tan guapa Amaia. Esa carita fina, los brazos y la cintura finitos, la piel suave y bronceada. Esos dientes blancos como espuma mediterránea. Le paso diez años, sí. ¿Y a quién le importa eso? Espero que a ella no, vaya.
No me interesa en absoluto la papiroflexia. Se ha empeñado en que venga y yo hago cualquier cosa que me pida. Quizá sea una estrategia equivocada. Dicen que cuanto menos caso les haces, más posibilidades tienes de conquistarlas.
En fin, así tiene que ser. Cuando la conocí en el albergue de los Mallos, sudada, fibrosa, con el pelo suelto tras la ventisca pasada en la escalada, no me imaginé que iba a tener otras aficiones tan tranquilas. Demasiado tranquila. Me estoy aburriendo. Ponme una vía 7 mínimo y ahí sí que produzco adrenalina. Claro que, al lado de ella, también la produzco. Me pongo más nervioso que haciendo equilibrios sobre una cuerda en un principio. Siento que no me hace caso. Eso me pone nervioso. Eso me pone inseguro.
‘Entonces ya has doblado las cuatro esquinas. A modo de alerón, recuerda. Te ha quedado un cuadrado que tienes que doblar por la mitad’.
¿Sufrirá de amnesia selectiva? ¿Dónde está aquella mujer excitante y amante de las aventuras? Le estuve dando cuerda durante toda una subida. En los dos sentidos. Le daba cuerda mientras equipaba aquella vía y también se la daba contándole mis escaladas en la Patagonia argentina. Cómo subí aquel 8b+, abriendo ruta para los hermanos Pou. Pobrecillos, es que necesitaban de mi ayuda para abrir esas rutas. Todos hemos tenido que aprender en un momento dado. Lo bueno es que Amaia se lo creía todo. Estaba aprendiendo a escalar y ya casi subía lo mismo que yo. No es mucho decir, por otra parte. Cincos pelados y poco más. Pero yo llevo años en esto y ella un curso de dos meses en fines de semana. Es tan flexible. Ligera. Dura. Sus brazos, sus senos, su derrière, todo me parecen aristas de roca. Mira, como las esculturas de pajaritas que me indica una y otra vez para que me inspire. Ni con esas. O este papel es más difícil de doblar que el metal o es que me he perdido ya en la explicación. Este folio parece más ya un barquito que una pajarita.
‘Lo has vuelto a doblar del otro sentido. Otra vez doblas sobre sí mismas cada una de las cuatro esquinas. Te vuelve a quedar un cuadrado’.
¿Pero de verdad una persona puede cambiar tanto de una semana a otra? Su manera de vestir era distinta. Cuando salimos al pueblo tras escalar llevaba un pantalón ajustado. Se le marcaba todo lo que ya me había imaginado dándole cuerda, debajo de ella. Un top fucsia. Debajo del top, sus formas me recordaban a los conglomerados de bolos grandes de los mallos. Cualquiera que haya escalado en Riglos, sabe que las vías están llenas de panzas. En su vientre, desnudo y moreno entre el top y la malla, ninguna panza. Todo bultos de abdominales de mujer, tostados, con vello suave y rubio, una peca, los tatuajes de una mariposa y de las huellas descendientes de un gatito. La piel deslumbrante, con brillos de aloe-vera o algo así, porque olía tan fresquita. Me la quería comer. Como deseaba a esa mujer.
‘Te han quedado unas fisuras en cada triangulo que divide al cuadrado. Metes los dedos por ellas. Así, con paciencia, vas creando el pico a la pajarita’.
Los cabellos rubios relumbraban con estrellitas de brillantina. Tenía una rosa roja colocaba sobre la oreja. En el bar, tras beber unos mojitos, nos besamos. Me supo a hierbabuena y menta. Un beso corto pero muy intenso. Como coronar una cima. Bueno, casi. En realidad, coronar, lo esperaba para hoy. O para otra cita. Da igual. No tengo prisa. Una cita es como una sesión de escalada. Hay que conocer bien la roca. Mirar bien los matices de cada saliente, estudiar bien el camino a seguir. Así quiero ir yo con Amaia. No es un aquí te pillo,  aquí te mato. Ha de ser para largo. Como un buen escalador. Minimizando riesgos. Esta iba a ser la mujer de mi vida. La que me mostró ser aquel día en los Mallos y a la noche en el bar. Pero ésta parece ser otra mujer. Es increíble, como diría David Bisbal. Qué cambio.
‘Luego haces lo mismo con las otras tres esquinas. Es decir, como tres picos más. Lo que te queda es una suerte de mesa con cuatro picos que hacen de patas’.
¿Pero de qué me habla esta mujer? ¿Se le habrá ido la cabeza? Me habla de patas, de pajaritas… cuando la conocí hablaba de vías, cuerdas, mosquetones, placas, equipar rutas, rocas, aventuras, mojitos y era una diosa de la sensualidad con su top fucsia y el ombligo tostado. Ahora no la reconozco. Quizá sea un caso de estos de doble personalidad. Va vestida hasta el cuello. Parece salida de ‘Amar en tiempos revueltos’. Vestido gris de una pieza con encajes en cuello y mangas. Faldón del vestido hasta los tobillos. Peinado a lo Betty la fea. Piel blancuzca como Andrés Iniesta. ¿Iría la otra noche maquillada de cuerpo para aparentar bronceado?
En cualquier caso, yo me voy. Quién sabe si esto es contagioso.
‘Pero, bueno, Fernando. ¿Me estás prestando caso? ¿Para eso te enseño a hacer pajaritas?’
‘Sí, sí, cómo no. Me habré distraído sin darme cuenta. Sigue, sigue con la explicación’.    
Además tiene mal humor. Esta es de las que te atan en corto. Con la personalidad excitante y desinhibida que me mostró aquella noche… no doy crédito.
Sólo cabe una salida. Si no está loca y simplemente tiene un período de amnesia o lo que sea, voy a hacer algo que la hará salir de su shock y volver a su ser anterior, el que me enamoró. Voy a escalar delante de ella.
Ajá. Subo el pedestal. Pan comido. Esto no será ni una vía dos. Hasta mi sobrinito lo sube. ¡Hop! Salto y me agarro con la mano izquierda al filo de arriba. Huy, casi corta. Lo llego a saber y traigo guantes. Levanto la pierna derecha y hago apoyo con la punta del pie en la fisura entre la cabeza y el cuerpo.
‘Y los tres picos que acabas de hacer, los vuelves a doblar. Porque no van a ser picos. Pico sólo hay uno. Van a ser las dos patas y la colita’.
Ni me está mirando. Ésta tipa vive en su mundo. ¿Quizá la despertaría mejor de su letargo con un electro-shock? En fin, yo a lo mío. Espero que este shock de verme escalar un monumento, sin electro pero con fuerza de brazos y piernas, la haga recordar sus tiempos de escaladora de Riglos.
Cambio de mano. En un visto y no visto, suelto la izquierda y me agarro con la derecha. Sigo fijo con la pierna derecha en la fisura del cuello. La pierna izquierda suelta y de mientras, estiro un poco el brazo izquierdo, agitándolo con fuerza, arriba y abajo, arriba y abajo. Ya ha bajado la sangre al antebrazo. Listo para el último impulso. Cambio de mano otra vez. La izquierda a dónde estaba. La derecha suelta. Lo visualizo: hacer un brinco explosivo con la pierna derecha, llevar la izquierda al descanso que hay en la arista del pecho del animal, flexionar el brazo izquierdo como si fuera una dominada a una sola mano, llevar la mano derecha a la parte de atrás de la cabeza, salto de fuerza con todo el cuerpo y sentarme a horcajadas, una pierna a cada lado, en la escultura.
Ahora…, ahoraa…, ahoraaa…, ¡hop! Hecho. Ya estoy arriba. Esto ni Patxi Usobiaga.
‘Pío, pío, pío. Ahora ya tienes una pajarita. Le mueves el piquito, la colita. Porque a su modo tiene vida, ¿sabes?’
Qué tía más ñoña. Ni me ha visto subir.
‘Pero, ¿qué haces ahí, vándalo? ¿No sabes que te pueden multar por subirte a un monumento público?’
Me está riñendo otra vez. Pobre chica. En el fondo me da pena. Le he de buscar un buen psiquiatra.
‘Y ¿cómo has conseguido subirte hasta ahí? Te vas a hacer daño. Pareces una lagartija’.
¿Esta tía se acuerda de haber escalado alguna vez en su vida? Lo suyo parece más grave de lo que creía.
‘Encima haces el gamberro en uno de los emblemas de Huesca. Vergüenza tenía que darte. Baja antes de que te rompas una pierna’.
Me hace sentir como un niño. Es el tipo de mujer maternal que más odio, tratando a los hombres como a sus hijos. Me gustaba más su lado sensual. Es lo que tiene la doble personalidad, parece.
‘Baja ya de la pajarita de Ramón Acín’.
‘¿Qué tendrá que ver Ramoncín en esto? ¿No serás también tú de la SGAE? Me lo tenía que haber supuesto, con lo rarita que eres’ le digo a la tiparraca, mirándola hacia abajo.
‘Y tú, Amaia. ¿Por qué has venido tan tarde? ¿No habíamos quedado las dos para que os enseñara a hacer pajaritas de papel a ti y al bárbaro este que conociste en Riglos? En el mejor lugar de Huesca. En el parque Miguel Servet, frente a las pajaritas. Para que os inspirarais con ellas y aprendierais mejor la papiroflexia. Y vienes a escondidas y te subes, igual que éste, mientras lo reñía, a la otra pajarita. Luego te quejas de que nos traten de brutos a los aragoneses.’
Reacciono súbito. ¿A quién está hablando? Levanto la cabeza y miro frente a mí.  
‘¿Eh? Si estás aquí. Has venido. Entonces, ¿quién es esa doble tuya de allá abajo?’ miro emocionado a Amaia y sonrío, loco de contento. Está frente a mí. Subida a la otra pajarita. Lo ha debido de hacer en un momentito de nada, mientras estaba distraído con la bronca que me estaba echando esa extraña.
Pero ésta sí que es Amaia. No hay duda. Sexy, ombliguito tostado al aire, pequita en el abdominal, melena rubia al viento y sensual sonrisa de real hembra.
‘¿Quién es esa pirada?’ pregunto.
‘Oye. Cuidado, que es mi hermana. Puede que seamos diametralmente opuestas, como estas dos pajaritas mismamente, pero es mi hermana gemela, así que no te pases mi un pelo’ me responde Amaia.  
‘No te pases ni una pluma, más bien’ dice la otra desde abajo.
‘Es verdad. Perdona, Rottenmeier’ bromeo mirando a su hermana.
‘Me llamo Pitita’.
‘Como las palomas. Por eso te gustan tanto las pajaritas’.
‘Imbécil. Da gracias a que no escalo y que tengo mucho sentido del humor. Si no, subiría allá arriba y te saltaba dos dientes de cuajo de un puñetazo’.
‘Hala, Pitita. No te enfades. No te conocía y te lo dice de broma’ le responde Amaia.
Nos besamos. Apasionadamente. Haciendo fuerza con las piernas, pegándolas como lapas a cada lado de los extremos de los picos de las pajaritas. Con el tronco de nuestros cuerpos en vilo, suspendidos en el aire, horizontales al suelo. Pura fuerza de abdominales. Es un ejercicio que nos vendrá muy bien  para la próxima vez en los Riglos. Echamos los brazos hacia adelante y nos apoyamos el uno en el otro entrelazándonos las manos. La unión más perfecta. Parecemos dos saltimbanquis.
‘Menudo par de imbéciles. Os complementáis el uno al otro. Mejor aún que las pajaritas de metal. No merecéis estar en este parque. Me voy a buscar a un guardia’.
Seguimos besándonos. Esta vez Amaia huele aún mejor que en los Riglos. Huele a árboles. Tan bien como el propio parque.

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