sábado, 7 de julio de 2012

Singularidad monegrina

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No existe, con datos objetivos y contrastados, ninguna otra zona o espacio físico en nuestro territorio nacional, y tal vez en toda Europa, que pueda siquiera compararse a las singularidades, novedades, rareza y riqueza biológicas que hoy están documentadas científicamente de Los Monegros’.
Manifiesto científico por los Monegros

‘Una singularidad, como en el espacio sideral, como en este maravilloso y rico paisaje alucinantemente marciano de Los Monegros, es algo fuera de lo común. Como una estrella congelada y colapsada sobre sí misma, como un agujero negro. Como un lugar sin masa. Como lo nunca visto. Es decir, como los Monegros.’
‘Deja de divagar, Fernando. Eres muy denso. Tú mismo te vas a colapsar sobre tu propio espacio si no dejas de ser tan soñador y pasas a vivir en el mundo real’. Amaia empezaba a alejarse de Fernando, dirigiéndose hacia la zona del rodaje. ‘Pisa tierra, chico. Todo lo que te divierte está en las nubes. Escalar, divagar sobre el éter y las nubes… Yo, en cambio, me voy a trabajar. Queda poco tiempo de luz para el rodaje’ Lo miró a los ojos con expresión apenada. ‘Despierta y haz algo tangible’. Diciendo esto, Amaia acabó de alejarse de Fernando. Éste temía que fuera para siempre, atraído por otro cuerpo más atractivo, como en el espacio hacían las estrellas grandes con las pequeñas. Y como en España hacían las estrellas de televisión con las jóvenes aún impresionables. Puñetero Mario Brasas.
Si pudiera retorcerle el pescuezo a ese gañán. Ese tipo de yogurines marcaban muchos músculos, sí. Pero a ver si aguantaban el fuerte brazo de un escalador que sube un nivel 7, pensó Fernando, simulando que no observaba con recelo la filmación de la escena de película que tenía ante sí. Los Monegros y Mario Brasas. Las rocas al fondo imitando al Monument Valley. Pura simulación la del cine, como la suya propia, pues fingía que era capaz de seguir revisando su tesis en aquella localización de rodaje como si nada ocurriera y que, aunque Amaia estuviera trabajando de asistente personal de Brasas y que se sonrieran y tocaran demasiado amigablemente para tener una relación solo profesional, confiaba tanto en ella como para no temer que el galán de moda del cine español la fuera a seducir.  
‘Mario… Mario Brasas. Te queremos todas’ las cientos de adolescentes que asistían al rodaje chillaron como locas al sonido seco de la claqueta que daba por terminada la escena. Así no había quien pudiera concentrarse ni leer nada.
‘Pues es sólo mío, que lo sepáis, moninas’.  Amaia apartó a las fans hasta llevar al niñato a la roulotte cinematográfica. Antes de dejarlo subir por la escalerilla, le secó el sudor de la cara con una toalla de cachemira. Le quitó las botas y comenzó a limpiarlas laboriosamente con un cepillo suave. Entretanto, sin que su novia se diera cuenta, Brasas se quitó la camiseta de cow-boy. Lo que pensaba, se dijo Fernando. Todos músculos marcados, pero de adorno. Torso desnudo, pantalón vaquero, sombrero tejano comprado por el departamento de atrezzo en un chino, sonrisa profidén.
Amaia, todavía agitando el cepillo sobre el cuero de las botas de cow-boy, escupió sobre ellas. Las frotaba con fuerza renovada, queriendo darles más brillo. 
Si no fuera porque la compañía en la que trabajaba Amaia había conseguido el contrato para asegurar el filme y la integridad física de Brasas, lo retaría a escalar una buena vía. Quién sabe, un resbaloncito, el mosquetón mal asegurado a su arnés, un friend que se salía de la roca y provocaba que la cuerda se soltara. Fernando salivaba como el perro de Pavlov mientras imaginaba toda suerte de muertes escabrosas de Brasas, siempre cayendo precipicio abajo, como acababan los malos en las películas de Bruce Willis. Ya estaba divagando en su particular reino de Oz. Se percató de que, mientras imaginaba todo aquello, se le estaba cayendo la baba sobre el ensayo y que se corría su tinta. Se curvó hacia el ensayo y, tras sacarse un kleenex del bolsillo del chándal de monte, lo pasó suavemente sobre el dossier sin tapas y dejó el folio sobre el que estaba leyendo seco pero ondulado. Maldita sea. Así no lo podría presentar en la Universidad de Zaragoza. Otra semana de retraso para presentar la tesis. O si no, a pagar otros 100 euros para que alguien se lo volviera a pasar a ordenador. Porque entre los tachones, los añadidos de última hora, las gotas de lluvia que habían difuminado parte del texto haciéndolo ilegible y su propia baba de hacía un momento, tendría que reescribir de nuevo buena parte del manuscrito. Sólo a él se le ocurría escribir a lápiz su tesis en pleno siglo XXI. Él y su aversión por la tecnología siempre que no estuviera al servicio de la biología, su futura profesión. Ni redactar a ordenador, ni gastar un folio de más, ni tener un estúpido iphone ni tuitear ni la madre que lo parió. ¿Alguna de esas frivolidades iba acaso a frenar la erosión del desierto de los monegros? se preguntaba. ¿O a conseguir que los jóvenes dejaran de abandonar los pueblos monegrinos por Huesca y Zaragoza? ¿Qué, en definitiva, los monegros y su riqueza biológica no desaparecieran bajo una arena peor que la del desierto, la de los especuladores y constructores de casinos en los monegros?
Lo malo es que Fernando en el fondo no creía en estos ideales. Nada puede parar el progreso, pensaba en el fondo. Era un iluso cobarde. Lo sabía.
Podía leer y releer las notas técnicas que otros biólogos habían escrito antes que él y siempre con el mismo desenlace: seguía sin creer en un futuro sostenible para los Monegros. E, invadido por ese desánimo de fondo, no hacía nada tangible por ayudar al futuro de los Monegros. Sólo algo difuso e ideal: escribir su tesis.
De esta forma, esa sensación de impotencia se instalaba en su espíritu cuando leía trabajos como el siguiente:

El País. Archivo. Domingo, 27 de marzo de 2005   
Reportaje:LOS MONEGROS
La estepa asiática de España
“Un paisaje aragonés único en Europa, emparentado con las estepas asiáticas. Tras sus tierras áridas y descarnadas, Los Monegros esconden un tesoro natural históricamente despreciado. Sus vecinos llevan un siglo pidiendo regadíos. Hoy también reclaman la protección de sus ecosistemas…”
“…Este invierno ha nevado en Los Monegros, algo poco habitual, y las manchas blancas acentúan la impresión de encontrarnos en una estepa asiática, una enorme extensión de 2.765 kilómetros cuadrados, más que la provincia de Vizcaya, que se extiende por Huesca y Zaragoza, con 50 pueblos y 21.000 habitantes, capital en Sariñena. Una línea recta de carretera, y a ambos lados, campos de cereales o un paisaje de terreno agrietado, de cárcavas, moldeado por la paciente y contumaz erosión del viento, el agua, el hielo. Frente al silencio, las aves. Menos mal que abundan las aves, y sisea un sisón, y esos pueblos tan callados se llenan del ruido de las bandadas de gorriones y estorninos y el zureo de las paloma…”

 “…El nuevo clima de la cuenca mediterránea, mucho más húmedo en su orilla norte, eliminó rápidamente las estepas, que quedaron relegadas a enclaves de la orilla sur, a Asia, a islas mediterráneas y a la costa oriental de la península Ibérica. Mientras tanto, en Los Monegros, los cambios climáticos llegaron siempre atenuados por la barrera de montañas que los rodean, y ahí permanece, como en una isla, un fragmento de la vegetación mesiniense. En otros lugares de la península Ibérica también quedan estepas, amparadas por un clima árido debido a su situación más meridional, y entre ellas están claramente las almerienses, pero esas estepas están en más claro contacto con las norteafricanas. En Los Monegros, las distintas especies han tenido, ante esa cierta estabilidad del clima, la posibilidad de permanecer a lo largo de cinco millones de años sin evolucionar. Un tesoro guardado con 5.392 especies de flora y fauna descritas, donde destacan los 3.296 insectos, 306 arañas, 164 aves y 1.210 plantas…”
O este testimonio dentro del mismo artículo:
“… Los Monegros es el único lugar del mundo donde está comprobado que existen más de 150 especies de invertebrados desconocidas hasta hace poco; además se ha comprobado que los parentescos más cercanos no les ligan con especies de su entorno, sino de estepas centroasiáticas". Veinte especies llevan el nombre de su descubridor, Javier Blasco Zumeta, maestro de Pina de Ebro: que si Lepthotorax blascoi (una hormiga muy pequeña de color rojizo), que si Orthotylus blascoi (una chinche que se alimenta de las sabinas albares), que si Aphis blascoi (un pulgón), y una pequeña mosca amarillenta de entre dos y cuatro milímetros ha sido bautizada, en homenaje a sus dos hijas, Trixoscelis sabinaevae. "Este paisaje siempre ha estado muy poco valorado, y yo vi así la oportunidad de demostrar el valor de mi tierra. A raíz de todo esto han venido muchas misiones científicas, que se quedan asombradas, ¿pero qué sitio es éste?, les encanta”.
Se sentía impotente. ¿Qué podía hacer para ayudar a preservar los tesoros descritos en aquel articulo de ‘El País’?
Por ello también se sentía cobarde, sin hacer nada. Iluso, pensando que todo se arreglaría solo. Era tan iluso como para pretender sacar tiempo para acabar su tesis y además  pasar un fin de semana romántico con su novia. Iluso. El Quijote nunca había pasado por los monegros. Y si lo había hecho se había vuelto rápido para la Mancha. Porque ningún monegrino había sido tan valiente como el de la triste figura como para intentar que lo que parecían locuras se volvieran realidad. Ni una peli de Mario Brasas ni un casino en los monegros eran la respuesta. Había que poner en marcha medidas serias evitar que los jóvenes dejaran los pueblos, para impedir tonterías que dañaban la riqueza de una de las pocas estepas del mundo protegidas por las montañas. Pero él, además de iluso, siempre había sido cobarde. Por eso soñaba tanto y hacía tan poco. Hasta su único pasatiempo valiente, la escalada, lo obligaba a estar casi todo el tiempo entre las nubes.
Era un cobarde que se resistía a actuar. Miraba a otro lado cuando, año tras año, como en los libros de Historia que aún leía cuando no redactaba su tesis, pasados los idus de Julio, les invadían hordas de jóvenes distintos a los que abandonaban el pueblo. Hatajos de otro tipo de jóvenes, gamberros de precisión de cohorte romana en su misión de destrozar la naturaleza y de descontrol y desmadre bárbaro en su obstinación sonámbula de danzas adoratorias de ritmos electrónicos. Maldito festival del desierto y la madre que lo trajo. Para destrozar el ecosistema es lo para lo único que valía.
Ya volvía a divagar. Así le venía pasando durante meses. No se concentraba y de esa manera era una misión titánica acabar la tesis. ¿Cómo no creía en su propio trabajo, en los argumentos volcados en su tesis, tras documentarse en artículos de prensa sobre el gran trabajo que hacían sus paísanos de los Monegros?
Si sólo bastaba leerlo para creer en el futuro de los Monegros:
“El Periódico de Aragón
Farlete
Un cinturón verde monegrino
El ayuntamiento organiza plantaciones de árboles desde hace cinco años para luchar contra la desertización Alumnos de distintos colegios realizan la actividad en días festivos Los vecinos llevan años luchando y acudiendo a reforestar la zona de los alrededores.
F. VALERO 30/04/2012
Farlete, en pleno Monegros zaragozanos, es una localidad muy afectada por la desertización. Pero hace ya tiempo que ha decidido plantarle cara al avance de la aridez y todos los años, desde hace cinco, organiza una plantación de árboles. La última de estas iniciativas, desarrollada recientemente, fue llevada a cabo por el colegio de Farlete y dos centros de enseñanza de Zaragoza, el Sagrado Corazón y el José Antonio Labordeta. Intervino asimismo la asociación Aragonexistas, presidida por Susana Aperte, así como el diseñador de moda Enrique Lafuente.

Hijos y padres se reunieron en el pabellón Monegros Sur y desde ahí marcharon hasta el lugar elegido para la plantación: un campo de cultivo cedido por el ayuntamiento. En la parcela se habían marcado las líneas de plantado con un surco de vertedera y el marco de plantación era más o menos de dos pasos.

Este año se han repoblado diez hectáreas, una cifra nunca lograda hasta ahora. "La idea es crear un cinturón verde al norte del pueblo", señala el alcalde de Farlete, Héctor Azara. "No es una tarea fácil, pues el clima es muy árido y este año, para colmo, no ha llovido nada y el terreno no está en buenas condiciones", añadió.

Se plantaron pinos, encinas y plantas aromáticas como el romero y el tomillo, todas cedidas por el Gobierno de Aragón. Debido a la sequía, este año se ha realizado un riego en paralelo a la plantación, para lo que se disponía de una cisterna de 9.000 litros donde los niños llenaban sus garrafas para luego vaciarlas junto a los árboles.

El proceso se completó con la realización de una olla para la captación del agua de la lluvia y para que se produzca también algo de sombra en la base del árbol”.

Sería que nunca había sido un gran fan de la intertextualidad, esto es, de mezclar textos provenientes de fuentes diversas en un único trabajo, como era su tesis. Además, lo más grave, es que seguía sin creer en que el futuro de los monegros pudiera ser halagüeño y, por ello, no hacía hueco a propagar noticias positivas como la anterior en el espíritu y premisas de su tesis. Como Pedro, no creería el alcance de esos hechos monegrinos hasta que no lo viera con sus propios ojos. Y, claro, él apenas había experimentado la dinámica de las cosas de los  monegros en los últimos cuatro años. Casi todos pasados en Zaragoza, estudiando. Hasta en los veranos. 
Y encima, su propia vida, aparte de la del ecosistema de los monegros, era complicada:  Amaia le venía a última hora con que el fin de semana le venía perfecto para seguir velando por la seguridad de Mario Brasas en el rodaje de su western monegrino. Tanto que se había convertida en su asistente personal.
Adiós romanticismo. Al traste con los planes para el único fin de semana libre tras seis meses encerrado de lunes a viernes en la biblioteca de la facultad. Sábados y domingos redactando en el cuarto. Domingos a partir de las siete de la tarde, una hora para el vermut con los amigos y dos horas para ver pelis en dvd del Brasas ése en casa de Amaia. Y así durante medio año.
Así pues, mientras él acababa sus ‘Añadidos al Manifiesto científico por los Monegros desde un punto de vista de las ciencias biológicas’, sus propósitos se iban al garete. Adiós a los planes de naturaleza. Adiós a los planes de paz y tranquilidad. Adiós al sano entretenimiento del aeródromo de Tardienta.
Ah… ¡dios!
 ‘Brasas está besándole a Amaia y yo divagando’ gritó al ver a Brasas semidesnudo explorando con su lengua la epiglotis de Amaia.
‘Brasas’ Fernando machacó con su índice el hombro de Mario Brasas hasta que aquel abrió los ojos y sacó la lengua de la boca de su novia. ‘En el desierto se pueden hacer muchas más cosas que besar a las novias de otros tipos’.
‘Ah, ¿sí? ¿Y cualej son?’ preguntó Brasas sacando pecho.
‘Parad los dos. Ha sido algo así como lo que hablas de las singularidades en Marte. Un pronto, vamos’ gritó Amaia. ‘Déjalo, Fernando. Han sido dos besos nada más’.
‘Qué cosas más raras le metes en la cabeza a tu novia’. Amaia se apartó aún más de Brasas al oír aquello.
‘Tiene razón mi novia, Brasas. Los Monegros es algo singular en el universo.’  Se acercó un paso más a Brasas. ‘Porque como te iba a decir, se puede pasear a camello, subirse a una cosechadora o a un sidecar, hacer una barbacoa a la luz de la luna, cenar en una jaima como los bereberes, volar en ultraligero, jugar al futbolín humano y muchas cosas más’. Fernando se pausó y miró a Brasas como veía hacerlo a Clint Eastwood en las películas de Harry el Sucio. ‘Pero, ¿sabes que es lo que no se puede hacer?
‘Besar a la novia de este tipo en concreto’. Fernando sacó a pasear su fuerte brazo de biólogo escalador y tumbó a Mario Brasas de un seco golpe en la mandíbula.
‘Como te decía, los Monegros son una singularidad. Hacen que un escalador cobarde y soñador por fin crea en sí mismo’ miró a Brasas, aturdido sobre la arena monegrina ‘y se redima, como un personaje de John Wayne, plantando cara al malo y llevándose a la chica. Que aquello que ha leído y estudiado y amado toda su vida, se vuelva realidad en su corazón. Juro a Dios que a partir de hoy, en todo el planeta no habrá un activista y defensor más activo y ardiente que yo de la causa ecologista en Los Monegros ’ Fernando levantó el puño como Escarlata en ‘Lo que el viento se llevó’ tras jurar que nunca más pasaría hambre, y se sintió lleno, orgulloso de sí mismo por vez primera en muchos años. Ya no era iluso. Ya no era cobarde. Era un gladiador en pro del ecosistema monegrino y él, y mucha gente como él, mantendrían entonces y en el futuro a venir la riqueza de los Monegros, y harían que los futuros niños y jóvenes monegrinitos no tuvieran que dejar los pueblos para buscarse la vida en las ciudades capitales. 
‘No te reconozco. Has cambiado casi de repente, como influido por una fuerza desconocido’ sonrió Amaia a Fernando como hacía tiempo que no veía hacérselo.
‘No es desconocida. Es la fuerza de Aragón. Aquí se siente más que en ningún otro sitio’ respondió Fernando.
‘Es una singularidad… monegrina’ añadió Amaia y lo besó de verdad, con mil veces más fervor y fuerza que los besos a Mario Brasas, aún retorcido y medio atontado, sobre la arena del desierto.
Fernando rodeó por el hombro a Amaia. Como en un verdadero western monegrino, sobre el desierto de Tardienta caminaron juntos hacia la puesta de sol.

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