martes, 25 de marzo de 2008

'El iphonsito' Parte 3

- Narrador: El iphonsito llega a su altura álgida y en un número de volatilización mágica se transfigura en la diosa griega del amor Afrodita, realzándose el cambio con una pompa de humo brumoso, de cuya aureola, en forma de concha mítica, surge la más bella y sexual Mujer.
Como en toda comedia griega... ¿os dije que ésta era griega? (puntualiza la entonación), los conflictos de los personajes son resueltos por la intervención de los dioses... (cae la entonación, subrayando el impasse del climax).


(La cámara vuelve a ralentizarse. Bud y Terence permanecen impávidos y mudos. Hasta el sátiro exhibe una concentración y mutismo infantiles, desconocidos para él).

- Narrador: Se impone con una brutal y cortante necesariedad una sensación de omnipresencia y culminación. Esta completitud invade y llena la conciencia de nuestros tres espectadores, y los transforma, hacia una hondura profunda, esencial.
La irreprimible atracción de lo Especial, magnética, insecuenciada y cuántica (¡Hola, hola!) deviene y desaparece en la forma del más puro y limpio de los lenguajes, articulado en la sencilla voz de la diosa:

- Afrodita: ¡Cohone, ya me estáis hodiendo!

- Narrador: El paso intránsido y seco, violento, de la celestialidad a la vulgaridad más televisiva atrapa a Terence y Bud en un nuevo asombro. Se les ve abrir las bocas, pero no son capaces de emitir palabra. Siguen mudos).

- Afrodita: Apolo y yo estábamos creando galaxias enanas, tratando un tema muy importante.
- Terence: ¿Cuál? (intrigado, en un aire de elevada curiosidad).
- Afrodita: ¡El de los polvos cósmicos!
- Bud (henchido, crecido en confianza): ¡Esa línea también la uso yo para ligar, ja, ja, ja! (ríe estúpidamente, mientras que Terence se muestra contrariado).
- Afrodita: Pero en fin, sé porque habeis venido a este templo griego.
- Terence: ¿El del Balboa Park? (sorprendido ante la certidumbre del guión). ¿Está bien el guión?
- Bud: Yo entré buscando mi iphonsito. Casi iba a triunfar con una chati cuando este payaso (señalando a Terence) me lo ha quitado.
- Terence: ¡No lo escuche, divina Afrodita! Yo estaba pintando a la más bella de las ninfas...
- Sátiro (interrumpe a Terence):... y yo les arrebaté el artilugio orgásmico, ¡ja, ja, ja!
- Bud (al sátiro): ¡Tú calla ya, atontao!
- Afrodita: ¡Silencio todos! (adquiere un tono grave, demandando atención).
He visto que no sabéis usar vuestra sexualidad: Bud (dirigiéndose al interfecto), quieres madurar y ser amado, pero tu infantilismo no te permite conocer mujer (se enfoca a Bud, atónito, mudo. Ha perdido su ansiosa furia y está absorto ante la revelación y presencia de la verdad).
Terence, conquistas a cada mujer que encuentras y así tratas de ahogar esa inseguridad que te quema el alma, pues tú eres el único al que no has conquistado.
Y tú, ser extraño (refiriéndose al sátiro), tú buscas en el iphonsito una concreción de la Totalidad, tu Cosmogonía, tu construcción de una Identidad Plena: ¡Aún no lo has aceptado, pero eres maricón!
(Un segundo incómodo transcurre, lento, pesado como un siglo. Nadie reacciona. La incomodidad se masca como un chicle).
- Afrodita (continúa): El sexo no es parcialidad genital, sino Unidad espiritual: dos personas amándose, transformándose en seres humanos ideales, completos, que alcanzan el Amor Único que hay por debajo de todas las cosas. (Distorsiona su voz hacia un tono dulzón y proselitista. Acaba la línea y mira directamente a la cámara, se confronta a ella, arma laboriosamente una sonrisa perfecta y artificial y varios de sus dientes emiten un destello de luz cegador. Saluda a la cámara con un ademán de la mano).

(Los tres personajes siguen sin reaccionar).

- Afrodita (continúa): ¡Decid algo, cohone! (sin poder reprimir su impaciencia).
- Bud (mira a los demás, como por fin concienciado y a la vez decepcionado de que ésta haya sido toda la explicación tan esperada):
¡Que te folle un pez!
- Terence: ¡Sí, eso, que le sodomice un escualo!
- Sátiro: Vamos, ¡maricón yo! ¡Decirle eso a una, huy, uno!

- Narrador: Bud y Terence no lo quisieron reconocer en aquel momento, pero después aceptaron que las señales de Afrodita les habían cambiado las vidas (entonando gravemente, subrayando cómicamente una revelación esencial).



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