martes, 19 de enero de 2010

'Praxis'. Drama existencialista argentino en un acto.

'Praxis'. Drama existencialista argentino en un acto.

(Estación de tren. Poca iluminación, suponemos que es la última hora de la tarde. Los pocos usuarios del subte que aún quedan en la estación salen de los vagones).

- Daniel: ¿Éste tren aún va hacia el Congreso?
- Revisor: Sí, señor, es el último servicio.

(Un señor de larga barba blanca y expresión beatífica y radiante se acerca a Daniel).

- Señor: Te regalo un consejo. No subas a ese tren.
- Daniel: ¿Desde cuándo un mendigo regala algo? ¡Piérdete, abuelo!
(El señor se retira con una expresión neutra en el rostro).

(El tren comienza a moverse. Daniel busca un sitio y se sorprende al ver que solo otro pasajero viaja en el vagón. Éste se agita nerviosamente y parece dudar si comenzar una conversación. Finalmente busca una retahíla, rápida e incomprensible, como una respuesta de examen mal estudiada y vomitada).

- Nemesio: ¿Cómo, cómo, cómo se encuentra? Me extrañaba no ver a nadie en el vagón. Una situación poco común, ¿no cree?
- Daniel (responde con desdén): ¿Y qué me cuenta con eso, buen hombre?
Cualquier situación es poco común, todas son nuevas. Sólo hay que dominarlas, tranquilícese y no me moleste más. (Consulta la hora en su iphone y abre 'La Nación' con un sonoro bufido).
(El revisor, impasible, asiste hierático e indiferente a la brusca relación de sus únicos dos pasajeros).

(Pasan dos minutos. Nemesio trata de fingir una tensa calma, mirando al reloj y traqueteando la ventanilla con sus dedos. Un ruido inhumano, como un alarido apagado, se oye desde las vías. Nemesio se agita y se levanta de su asiento. Se dirige al revisor, gritando).

- Nemesio: ¿Qué fue ese ruido, señor? ¿Qué pasa aquí?
- Revisor: Cálmese, es algo muy común. Las ruedas a veces chocan violentamente con las vías y chirrían. No tema nada, señor.
- Daniel: Eso es, y que acabe pronto esto ya. No podría aguantar a este caso clínico más.
(Nemesio lo mira con una expresión de dolor contenido. Permanece en silencio).

(Un súbito estruendo sacude el run-run metálico del tren. Un fuerte olor metálico irrumpe en el vagón, instalándose con una invisible presencia).

- Nemesio: ¡Aaaah! (Libera todo su terror, con una seca expansión, con el furor de un sentimiento desamortiguado que hubiera perdido un retén).
- Revisor: ¡Señor, cálmese, por favor! ¡Se trata de la goma de las pastillas del freno! ¡Se quema cada vez que aminoramos la marcha! ¡De ahí viene el olor!
No se preocupe, confíe en mí. Llevo muchos años en esto. (Vuelve a cuadrarse en un postura pesada e inerte).
- Daniel (tras perder su paciencia intenta razonar con Nemesio. Deja ‘La Nación’ apartada en el asiento con un movimiento lento y lastimoso): Mire, señor, como se llame.
-Nemesio (escondiendo la voz): Nemesio…
-Daniel: Tanto más da. Mire, yo tampoco confío en la gente. Sólo hay que abrir este diario para perder la fe en el prójimo. Pero aquí nuestro amigo el revisor tiene razón. ¿Que usted oye ruidos raros o empieza a oler mal? ¡No se preocupe! ¡Es normal, esto es la Argentina!
-Nemesio: Pero…, pero…
-Daniel: ¿Qué?
-Nemesio: Pero es que a mí esto me resulta familiar.
-Daniel: ¡Y claro! A todos… este país es así.
Verás, para que te calmes. Mi mujer y mi hija saldrán del país dentro de una hora. Si no llego a Ezeiza a tiempo se irán para siempre. Ella quiere divorciarse y yo lo voy a impedir, ¿me entiendes?
Pero al final este tren llegará a su hora y yo las alcanzaré en el aeropuerto.
¿Por qué? Porque contra toda lógica, al final se hacen las cosas en este país. Así que dejá de joder y calmate, que seguro que lo tuyo no es tan grave.

(Nemesio asiente con movimientos descontrolados de cabeza de arriba a abajo. Apoya las palmas de las manos en los muslos y permanece callado).

(Un minuto transcurre. Daniel ha vuelto a abrir ‘La Nación’ y Nemesio tararea cantinelas incomprensibles).

-Revisor: ¡Tranquilos, señores, esto es absolutamente normal!
(Inmediatamente después de la advertencia del revisor, la velocidad del tren se duplica).
-Daniel (su cara se incrusta en la sección de política del diario): ¿Cómo que esto es normal? ¡Casi me partí la cara contra el asiento de enfrente!
-Nemesio: Sí, y usted, revisor, ¡su cara se ha vuelto completamente roja, como le ocurrió a mi mujer!
-Revisor: Perdone, señor, usted delira. Esta aceleración está prevista para este tramo del trayecto. Es algo completamente normal.
-Daniel: Sí, ¿qué le pasó a su rostro? ¡Está colorado como un tomate! ¿Qué dijiste de tu mujer, Nemesio? ¿Qué sabes tú de esto?
-Nemesio: No, no fue nada.
-Daniel: Dílo, ¡dependo de ti! ¡Quiero salir!
-Nemesio: Pues…, pues…, ella volvió un día de esta misma línea errada y ya nunca fue la misma. Se comportaba extraño, me mentía, su cara cambió a un color rojo, como la de ese señor.
-Revisor: Cálmense, señores (con mareo en la voz, en un rugir de nervios por vez primera).
-Daniel: ¡No le hagás caso, seguí!
-Nemesio: Tuvo varias crisis como aquella y yo creí que eran tonterías, melindres de gran mujer venida a menos. La obligué a volver al tren, al origen de todo, a que reencontrara la línea correcta. (Pausa. Empieza a sollozar débilmente). Y ya todo acabó, en una crisis final… la obligué a actuar y… ¡me equivoqué! (Grita. Rompe a llorar desconsoladamente).
-Daniel (asustado, como si creyera comprender algo al fin): ¿Quién… quién es tu mujer?
-Nemesio: Es, es… ¡la Argentina! (se desploma al suelo).
(Daniel, sobrecogido, reacciona como un autómata y ayuda a Daniel a levantarse del piso. Este se recupera levemente).
Desde entonces ya no vivo tranquilo, estoy nervioso, me sobresalto y no puedo actuar. (Mira fijamente a Daniel). ¿Cómo saldremos de ésta?
-Revisor (se interpone entre Daniel y Nemesio): No haga caso, su mujer seguro que está bien.
-Nemesio: ¡Y tú que sabrás! ¡Nunca la conociste!
-Daniel (al revisor): Es cierto, ¿qué es lo que ocurre aquí? ¡Dínoslo ya o este tren perderá a su revisor!
-Revisor: ¡Y con él se perderá todo! Pero está bien, infelices, como os dije, no hay nada que temer: esta línea va a la raíz del mal, al mismo infierno. Las religiones os prometen vivir otras vidas después de esta, reencarnaros. Yo os prometo vivir varias vidas dentro de la misma. La gente cambia, sí, porque el Mal les tienta. Tu mujer cambió tras venir aquí. Quizá ahora esté viviendo como otra persona, en otro lugar.
-Nemesio: ¡No, revisor! Se equivoca ahí. Está en el lecho, en su casa, en mi casa, herida, pero recuperándose y un día sanará. ¡Pero vos seguro que ya no!
-Daniel: ¡Nemesio! ¡El mal nos tienta, es cierto, pero podemos decidir qué hacer! ¡Vos podés hacerlo, ya no estás paralizado! ¡Actuá!

(Un rayo de luz destruye la oscuridad que rodea al vagón en movimiento. Una ventana al exterior se abre en la pared del túnel).

-Nemesio (Saca un cuchillo de su maletín. Espera un momento. Su rostro se ennoblece y la ira cambia milagrosamente en un resplandor armónico): Voy a actuar, sí. Algo que sha hace mucho no podía hacer. Y lo haré con la potencia humana más fuerte: respetaré tu vida.
Si todos aprendemos a cooperar, este mundo podrá cambiar. Pero, ¡cuidado! Te estaré vigilando…

(Un matiz de confusión crece en el rostro del revisor. La velocidad ha cesado de repente. El revisor está hundido en un asiento, con las manos velando su rostro, quizá recordando emociones perdidas, que luchan por un rescate).

(Se abren las puertas del Subte. Destino Congreso. Pleno día en el exterior. La gente va y bien con total normalidad. Nemesio y Daniel salen, cansados, envejecidos, como extenuados tras batirse en otra dimensión. Sin embargo, sus rostros muestran una fuerza y un resplandor especiales, contrastando con la prosa anodina de la calle).

-Daniel: ¿Sabes, Nemesio? Si nosotros pudimos colaborar y tentar al mal que nos rodea a volverse en bien, quizá no sea tan normal lo que le ocurre a la Argentina, tu mujer, la mujer de todos… Hay vida, hay esperanza.
-Nemesio: Gracias a Dios.
(El señor de larga barba blanca, de expresión afable y buena, pasa de nuevo a su lado y sonríe en paz).

FIN


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