martes, 19 de enero de 2010

‘Zambullida’

‘Zambullida’.

- Salta a la barca o te juro por mis dos hermanos muertos que ni todas las leyes de la filibustería me impedirán degollarte ahora mismo.

Honorata bajó del barco pirata a la chalupa. La tormenta revolvía sus cabellos rubios, lacerando como alambres su fino rostro. Ella fijaba su mirada en los ojos duros del hombre al que tanto había amado, y se resistía a llorar.
El Corsario Negro, recortado sobre la densa noche, parecía la misma figura de la Muerte.
La barca se alejó lentamente entre las olas hasta que de Honorata sólo quedó un gemido de muerte.

- Nunca debió de ocultarme que era la hija de mi mayor enemigo. ¡Tenía que matarla!- gritó ante los ojos horrorizados de la tripulación-. Juré vengar a mis hermanos y hasta que no acabe con Wan Guld y toda su familia no podré descansar junto a ellos.

Un relámpago iluminó el puente de mando, donde los sollozos del Corsario Negro, roto entre el recuerdo de sus hermanos y la culpa por haber matado a su amada, se vertían al fondo del mar.
-Mira allí, el Corsario Negro llora- se oyó entre la tripulación.

‘Es cierto, lloro. Pero no por mucho tiempo, porque la venganza ha dado un sentido a mi vida. Las voces de mi antigua raza de esforzados varones no cesarán sus gritos si no muero al asesino de mis hermanos.
¡Hablando de gritos! ¿No me atormentan unos gritos alegres de niños resonando en mi mente? ¿Serán fantasmas de la descendencia que hubiéramos tenido?
¡Oh, Honorata! La más bella de las sombras del Paraíso, no me atormentes, ángel de amor, por mis pecados.
¿Y por qué presagio maldito tirita ‘La Fulgor’ como una gabarra entre las olas?’

- ¡Tierra a babor!- gritó la voz del vigía.
- ¡Adelante, hombres del mar! En aquella isla se esconde el miserable Wan Guld.

El bajel pirata lanzó el ancla. Los piratas, fantásticos como sombras de humo, reptaron con sus botes por la superficie de las olas. Despiadados como bestias salidas del Averno, incendiaron, saquearon, mataron. El Corsario Negro se llegó, como guiado por una infalible determinación, a una discreta choza.

- ¡Ah, cobarde! Sabía que elegirías un escondite discreto para burlar a la Muerte. Pero no lo conseguirás, porque la Providencia está conmigo, como con Edmond Dantès.

El Corsario Negro apretó firmemente el cuello del viejo gobernador. Su rostro, convulso, enmudeció y se deformó monstruosamente en una máscara alargada como la faz de un hombre joven.
- ¡Long John Silver! ¿Qué haces aquí, donde ha un instante yacía Wan Guld?
- Long John Silver es mi cliente. Puede que no merezca proteger a alguien así por 50 dólares mas gasolina, pero el crimen es mi negocio.
- ¿Y quién eres tú?- balbuceó aterrorizado el Corsario Negro.
- Philip Marlowe, detective privado y te voy a invitar a un cochinillo de Segovia.

- Desde Segovia hemos venido a Donosti para que te duermas con tus lecturas todas las tardes en el gabarrón.
Me desperté sobresaltado, sin saber qué decir.
- Ve ahora mismo a nadar con tus amigos- me gritó mi padre, consultando su iphone, emboscado en el gabarrón detrás de su periódico.
Sumergirme en la fantasía siempre fue para mí más agradable que la realidad. Pero, ¡mil rayos y truenos!, con once años y en verano, la época del año en que la realidad parecía volverse cálida como una fantasía, ¿quién no disfrutaría del gabarrón de La Concha?
Me zambullí como en una aventura literaria más, seguro de que la isla de Santa Clara sería por fin testigo de la venganza del Corsario Negro.

Fin



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