sábado, 26 de diciembre de 2009

Guernica. Parte 7


Se lo tiene que pasar bien conmigo, me pide que la haga gozar (bandea locamente el reposamuñecas, que se retuerce con una morbidez perezosa). ¡Por Dios, tengo ya cincuenta años!
(Se tropieza con la papelera y se vierte todo su contenido. El reposamuñecas salta despedido y cae a manos del Sr. Domínguez).
- José Luis (Desde el piso. El Sr. Domínguez se ha incorporado del diván para ayudarlo. José Luis lo agarra por los hombros y lo mira cara a cara): Ahora es su turno. Es usted joven, ahora tiene que hacer todas esas cosas perfectamente naturales, que lo angustian. (El Sr. Domínguez ayuda a José Luis a levantarse. Ambos quedan parados de pie. Se dan un abrazo paternal. Se acercan a la puerta).
Es usted un joven normal (le da una palmada en la espalda), un buen muchacho.
- Sr. Domínguez: Gracias, José Luis. (Le da la mano. Está por salir por la puerta del exterior izquierda cuando se para). José Luis, ¿cómo supo que Ana era su mujer?
- José Luis: Lo ví sobre la marcha. Si no era el freno, tenía que ser el acelerador.
(El Sr. Domínguez sale de la habitación. José Luis se sienta en la butaca y abre lentamente el folleto de viajes).



Concierto en el parque Rosedal del barrio de Palermo en Buenos Aires. En el escenario, dispuestas de cara al público, hay una multitud innúmera de sillas plegables de madera blanca. En el fondo escena el decorado representa un lago y un jardín de rosas. Quizá, aleatoriamente, pasarán por ese fondo escena barcas de remos de cartón piedra, con ruedas y movidas a pedales y en ellas parejas jóvenes de apariencia idílica se cortejarán. Cuando oigámos música, ésta procederá de los altavoces disimulados en la escena, sugiriendo el estrado de representación del concierto, que para el público de esta obra quedará a la imaginación.

José Luis y su esposa Ana se acercan a la segunda fila de asientos, contando desde el patio de butacas. José Luis lleva un bocadillo choripán en su mano derecha y un botellín de plástico de agua mineral en la izquierda. Ana lo agarra del brazo derecho y José Luis, arrastrado a trompicones, se deja guiar. Se sientan en sendos asientos del centro de dicha segunda fila. En la primera fila se sentarán algunas personas mientras la escena se vaya sucediendo, mas siempre nos dejarán franca la visión de la pareja. En las filas posteriores, figurantes, que también irán apareciendo sucesivamente, hasta ocupar casi por completo el total de las sillas.

Ambientadores de olor a rosa, canto de pájaros, el filo azul de una barca cortando el horizonte.

- Ana: Te digo que ese choripán no tiene buen aspecto. Si al menos no le hubieras echado tanto chimi. Vós siempres tenés que comprar a los vendedores más grasa.
- José Luis (indica hacia adelante a la palestra imaginaria del concierto, donde en realidad y como ya hemos dicho, se encuentra el patio de butacas): Cashá, que sale Amelita. Ahora comenzará a calentar la voz, un espéctaculo tan grande como el propio concierto. (Se abanica brevemente con un diario. Lo parapeta en su frente, a modo de visera). ¡Dichoso sol de Abril! Nos va a dar el concierto. (Mueve la cabeza, incómodo, buscando eludir los rayos de sol. Posa el diario sobre las piernas).
¡Así, ahora lo veo bien! ¡Grande, Amelita! Mujer o no de Piazzola, habría triunfado igual.
¡Pero mirá qué porte, qué vestidito lindo! ¡Grandee, Amelita! (Grita esto último y aplaude. Los espectadores vecinos se vuelven y lo miran extrañados).
- Ana (levantándose de la silla): ¡Por Dios! Me casé con un cholulo.
- José Luis (la mira, de nuevo con el diario como parasol): ¿Qué hacés, mujer? ¿A dónde vas?
- Ana: Tranquilo, cosita. A estas alturas no no me avergüenzo de tus excentricidades (le acaricia la barbilla). Mientras no empieza, voy sho también a por un chori. (Sale de escena por el flanco izquierda).
- José Luis: Volvé pronto, mi amor. (Con un gesto de la mano y los labios, le envía el aire de un beso).
(A la izquierda de José Luis se sienta una señora. Al lado de ella -a dos espacios del asiento de José Luis- una silla está desocupada, aunque tiene un abrigo 'sobretodo' colgando del respaldo. Se acerca, tropezando con los figurantes que llenan otros asientos, otra señora, alta, muy maquillada y bien vestida, entrada en una cuarentena indefinida y fría. A su paso saltan voces y quejidos y ella responde con el silencio. Mientras, en la palestra imaginaria se oyen los primeros compases de Amelita Bartán cantando 'Loca'.




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