jueves, 31 de diciembre de 2009

Menstruación

'Menstruación’
- Pásalo bien, hija.
- Pasarlo bien no cuenta, sólo me vale arrasar.
‘Pasarlo bien, pasarlo bien… vale para una niña de diez años y para jugar en el patio a la goma’.
Cogió el autobús. Se sentó en el primer asiento y miró con obstinación a través del cristal. Repetía gestos armoniosos y rutinarios con los brazos. Cuando se convirtieron en un espectáculo que atrajo miradas, dejó de ensayar la rutina.
‘Ya casi había visualizado todo el ejercicio… y total, ya hemos llegado’.
Asió la mochila deportiva de color negro volcánico de la que sobresalía una cintita roja atascada en la cremallera. Su cuerpo, enjuto y tenso como el preludio a la tormenta, estaba coronado por un rostro de expresión decidida y marmórea, chocante con sus sonrosados dieciséis años. Miró su reflejo en la puerta acristalada del autobús, atusó su cabellera engrudada y brillante como el alquitrán y saltó casi en marcha.
‘Aquí estamos’.
Traspuso las puertas del edificio de cristal y gris contundencia. Una luz como un muro chocó con su rostro. Sin tiempo a desperezarse, un aluvión de abrazos y voces la sacudió.
¡Ya estamos todas, Pietra!- descifró a través del altisonar de sonidos aún vibrantes de infancia. Abrazó a las compañeras de equipo, se despojó del chandal y el grupo inició una sinfonía de botes de balón, lanzamientos de serpentina, acrobacias imposibles como saltos en el tiempo y blancos planeos de mazas.
El piso, uniformado y pulcro como un portero de hotel, respondía a sus maniobras con un reflejo de sombras grabadas en la madera y con ruidos quejumbrosos como muelles de colchón viejo.
‘Todo, todo, todo va de diez. Ensayado mil veces, en el parquet y en la cabeza, en la cabeza y el parquet. Está controlado. Voy a arrasar’.
‘Rojo, rojo, rojo. Desbordante como un amanecer, fervoroso como una oración. Poderosa, muda naturaleza. Seco, corrosión, olor a vejez. ¡Se acerca!’
Compañeras ejecutando cabriolas, una confusión de cintas, pelotas, aire surcado, mazas e ingravidez lisérgica.
‘Bien, bien, bah, bah. Simple, lugar común… vulgar. Llega mi turno’.
‘Vamos, Pietri. El equipo está contigo. Demuestra cómo se hace la gimnasia’ retumba en el palacio.
Un salto, un vuelo ligero como una pluma, dos botes de balón, sonrisa radiante.
‘Está en el bolsillo’.
‘Furioso rojo. Inevitable. Se acerca imperioso, fluido y bulliente. Torbellino, fuego, inundación. ¡Horror!’
Un liquido rojo, ciego y devoto a la mecánica de los fluidos juguetea en el aire entre una miríada de trayectorias posibles. Colisiona en el suelo, como un big bang atrasado, se rompe en esquirlas de sol y fuego y se vierte como una pátina llameante en el piso.
Pietra la pisa, su talón desnudo empieza a arder, se desliza y queda suspendida en el aire.
Desplome, desolación, llanto. Rumores wagnerianos se funden con los barnices metálicos de la cancha.
La gimnasta se levanta cojeando. Hirmada entre los hombros de dos enfermeros abandona el recinto deportivo y los espectadores, confundidos, se sumergen en un vacío de silencio.

‘Querido diario: hoy he tenido mi primera regla en mitad de una competición que iba a ganar. Sentí un hervor rápido bajar hasta mi vientre. Se derramó en la pista lo que hasta entonces solo había visto tras una caída o un golpe. Fue incontrolable… incontrolable. Curiosa palabra para alguien que entrena movimientos tres horas al día.
Si soy la misma persona que ayer, si he cuidado los mismos detalles, ¿por qué aquel líquido quiso estropearme la vida? ¿No dicen que la esencia de una persona es inmutable? ¿No es que soy la misma chica ejemplar que era ayer, que era esta mañana? Parece que una gota roja puede cambiar todo eso.
Debe de ser que ahora soy otra persona. Otra persona que tendrá que fingir ser la misma…
¿Cómo haré para comportarme en los vestuarios? ¿Cómo soportaré risas ahogadas y murmullos a mis espaldas? ¿Y los chicos? ¿Y si vuelve a ocurrir lo inevitable?’

Por el cristal de naranja níquel de la puerta entra una luz. Pietra cierra al instante su diario y siente cómo el filo de luz atraviesa sus carnes. Frota con fuerza sus antebrazos. Los poros de la piel, fríos, quieren eruptar. Se rasca con sus manitas y angustia todavía infantiles. La piel queda roja.
‘Roja, roja. Roja como el rubor que huye de las mejillas. Roja como el ladrón de colores que deja tus pómulos vaciados de un no ser blanco, lívido. Los cabellos se erizan y se desbarnizan de vida. El marrón de los labios instala su pesada maleta bajo los ojos’.
Pietra se levanta de la silla, lenta como una gata vieja se acerca al espejo y se observa. Se palpa un pechito incipiente. Rápidamente desvía la mirada, como si quisiera prohibir a la imagen imprimirse en su espíritu. Fuera se oyen unas voces. Se pega a la puerta de la habitación y escucha.
- Frígida: ¿Y dices que así fue como Pietrita se hizo mujer?
- Carmen: Así mismo.
- Frígida: ¿Y qué piensas hacer?
- Carmen: Nada, ¿qué iba a hacer?
- Frígida: No se, delante de sus compañeras, delante del instituto… ¡En mis tiempos éramos más recatadas!
- Carmen: ¿No es lo natural?
- Frígida: Pero sabíamos esconderlo y… ¡no incitábamos a nadie!
Pon agua a calentar y tráeme unos paños.
- Carmen: ¡Mamá!
- Frígida: Está bien, está bien. Ya nadie hace caso a una vieja. ¡Trae el mando de la tele!
Pietra camina como una civilización derrumbada y se desploma en el colchón. Llora.

Las gotas de vaho se condensan en el cristal. Pietra se fija en el dedo gordo de su pie derecho. El esmalte rojo está descascarillado.
- Estás muy callada- dice Gloria.
- Como cualquier otro día- responde Pietra.
Gloria tiene la misma edad de Pietra. Su complexión es robusta, tiene unos fuertes hombros redondos y rojos, parecidos a sus mejillas. Su expresión es sonriente.
- No es así. El martes pasado sonreías. ¿Qué te ocurre hoy?
Pietra retuerce la toalla y muerde una de sus puntas. Se oye el goteo de un grifo.
- No me pasa nada- responde Pietra.
- ¿No te pasa nada? ¿Y por qué no te has hablado hoy con nadie?- inquiere Gloria.
Tres chicas se sientan en el banco opuesto. Se despojan de sus toallas en mecánica sincronía y las cuelgan en las perchas del vestuario. Sus cuerpos, vigorosos y aún no completamente formados, luchan entre la rigidez del torso infantil, la energía descoordinada de la adolescencia y las formas femeninas buscando un confuso acomodo. Están completamente desnudas, se ríen, se preguntan por sus novios. Pietra las mira y baja la cabeza.
- No te preocupes si nadan más rápido que tú. Ellas son nadadoras y tú eres gimnasta.
- La profesora no tendrá en cuenta eso al poner la nota – musita Pietra y se rasca el antebrazo izquierdo.
Pietra y Gloria, vestidas con el chandal de nylon azul cobalto, miran a las nadadoras, que observan en los espejos la firmeza de senos y nalgas, de frente y de perfil.
Gloria saca un tampón de la mochila. Pietra se cubre instintivamente la entrepierna. Gloria hace un ademán de bajarse el pantalón.
- ¿Qué haces? – pregunta Pietra temblando.
- ¿Qué? Tú también los usas, ¿no?
Silencio. Las nadadoras se vuelven y se miran entre sí.
El goteo del grifo, cada vez más fuerte, se destaca como un martilleo sordo.
‘Que pare ya ese grifo, que pare ya. Me está poniendo histérica’.
- ¿Los usas?
- Claro… claro que sí. Solo que no me parece decoroso que hagas eso aquí- responde Pietra.
- ¿Decoroso? ¿Qué quiere decir eso? Yo te digo que hoy estás muy rara.
Gloria se levanta y se acerca al espejo. Se abre un espacio entre las nadadoras.
Una de ellas exagera una risa chillona: ‘Me raspas con tu pantalón de lycra. ¡Me vas a poner cachonda!’
Ríen con liviandad de infancia y deseo denso de hacerse mujer.
Gloria vuelve al asiento junto a Pietra. Ésta se ha echado la toalla sobre las piernas y el vientre.
- ¿Te pasa algo? Estás temblando.
- La piscina me ha dado frío.
Plic, ploc, ploc, plic… ¡plic! El goteo se hace casi continuo. Risas, gritos y vaho se apoderan invisiblemente de la estancia.
Pietra se lleva las manos a las sienes.
‘Ese ruido, esa agua que no para de gotear. ¿Sólo la oigo yo? ¿Se han vuelto todas locas?’
- ¡Basta! ¡Cerrad ese grifo ya!- grita Pietra.
El vestuario enmudece. Los rostros de las chicas, los vestigios de sus risas, todo se concentra en Pietra, envuelta en vaho y humillación.
Las nadadoras, ya vestidas, ríen con descaro y dejan la sala.
‘Pobre, la sangre seca se le ha subido a la cabeza’ se oye recediendo.
- No te importe lo que digan. Son estúpidas, la burla se les pasará cuando la nueva colección de Zara llegue a las tiendas – le consuela Gloria.
- Soy la misma que era antes de la competición y me tratan diferente. Me molesta que las cosas cambien – responde Pietra mientras oculta la cabeza entre la toalla.
- No se puede controlar todo en esta vida.
- ¿Por qué no? – responde Pietra aferrando ahora la toalla en el regazo.
- Porque no. Por el pastel de fresa.
- ¿El pastel de fresa?
- Éramos pequeñas y lo cocinaste para mí, ¿recuerdas? No parabas de llorar, no podías aceptar que te hubiera salido malo y deforme.
- ¿Y qué tiene que ver eso con nada?
- Que lo tomes como viene, Pietri. Serás más feliz suelta.
‘Suelta. Sin trabas, libre. Descontención, olor intransigente. Fuerte sequedad y pescado muerto’.

La mañana despereza sus brazos y éstos golpean a oficinistas cansados camino al trabajo. Pietra, apoyada en el costado del quiosco de prensa, consulta el reloj sobreimpreso en la pantalla de su iphone. Un adolescente de elástica sonrisa la incita desde la portada de una revista. Pietra estudia la imagen embozada por el cristal sucio del escaparate. Pietra mira de nuevo el iphone.
‘Las nueve menos cuarto. Aún puedo llegar a la segunda hora’.
Echa otro vistazo más al tipo de la revista, se atreve a observar la vitrina de la farmacia que cruza la calle.
Un bocinazo de camión de reparto, una estela amarilla que se detiene y agarra unas sacas del buzón de correos. Una furgoneta de abastecimiento puntea los colores indecisos del horizonte. Ya clarea.
‘No es tan difícil. Hago cosas más difíciles todos los días. Es entrar y punto’.
Un último examen a la revista, un vistazo al reloj y unos pasos nerviosos.
La señora acarrea el abnegado carrito de escarolas y prensa. La interrogación de una mirada dura golpea el rostro de Pietra.
‘La Felisa, se lo contará todo a mamá o peor aún, a la abuela’.
Titubea, se da la vuelta… el claxon de un auto a punto de atropellarla se aleja sembrando de hiel la garganta de Pietra.
- Pietra, ¡que casi te matas! ¿No tenías que estar ya en la escuela?- le interroga la señora Felisa.
- Sí, sí, ya iba, me he retrasado… haciendo un recado.
‘Ha pasado Felisa. Es ahora o nunca. ¿Por qué me mira así la farmaceútica? ¿No sabe que yo compito, que estudio tarde, que soy una chica… bien?’
- ¡Hola, Pietra!
‘Espontáneo rojo. Un crepitar de burbujas, calor ciego subiendo en huecas llamaradas. ¡Intrépido sofoco!’
- ¿Qué te pasa? Estás lívida. ¿Has visto un fantasma? O peor aún, a la de química. ¡Ja, ja, ja!
‘Es Gino. La primera vez que me habla. Creía que no sabía ni que existía’.
Un regusto fálico, sombreado en la punta de su tabla de surf, apunta a Pietra y paraliza sus pechos.
- ¿Qué haces aquí, Ginés? ¿No vas a ‘Lengua’?
Ambos miran el amanecer estampándose en el cristal de la farmacia.
- Un encargo… iba a hacer para mi padre, sí - balbucea.
Ginés vuelve a mirar de reojo la farmacia y esconde instintivamente un billete de cinco euros en el bolsillo del pantalón bermuda. El fulgor del cristal se traslada a su mejilla.
- Pero… sí, llego tarde a ‘Lengua’- musita y sube la capucha de su sudadera negro ceniza.
- Adios – dice Pietra.
Ginés y su tabla se alejan buscando la calle. Pietra cruza la acera y entra en la farmacia.

‘Vientre, como una ribera monocroma, sin función presente que servir, sin saber que Caronte cruzará sus líquidos, vientre solo. Un aliento fresco eriza las entrañas de sus raras aguas. Unas ondas se forman en su médula y estremecen los poros de carne joven.
Un vals de camelias recorre juguetón las paredes de vientre. Se detiene en una sima y perfuma el vello como juncos. Una sinfonía de olores se muda en un estallido de gases y humores rotos.’
- Hace días que no me sentía tan en paz- dice Pietra.
- ¡Me alegro, Pietri! No eras la misma desde hace unas semanas. Te necesitamos en la competición del domingo- exclama Gloria.
- Gracias por el apoyo – responde Pietra y abraza a Gloria.
Me voy a casa. Hasta mañana en clase.

La alfombra amoquetada del segundo piso. Los pasos de Pietra caen como una lluvia de lana. De fondo, el ladrido sin avisar de un perro, un dormido bocinazo. Ambiente lento de domingo a la tarde, horas desmenuzadas, fuga de relojes.
El pesado umbral se cierne alto, suspenso de una puerta que parece no querer abrirse.
Una lágrima rueda por la frente de Pietra.
‘Voces de jacinto y azalea con el cuello quebrado. Una ausencia de aire concentra el olor antaño a fruta joven. Ese vientre con rostro de muerto, que solo deja en pie aires vueltos del revés. El vuelo de los meses ha agitado sus aguas, ya rojas sangre. Vientre, como una ribera monocroma’.
Pietra se mira al espejo del baño y se lleva las manos al vientre. Un vaso posado en el lavabo.
‘Pirómana de tu sangre, embalsamadora de tu vientre: me presento, soy tu mens…’
- Por fin – se dice a sí misma tras consumir el comprimido y apurar el vaso de agua.

Los gritos en el estadio producen un ensordecedor estruendo. Una muchachita saluda rítmicamente y recibe como un cáliz el clamor de sus compañeras.
- Vamos, Pietri, ya no queda nada… este ejercicio y ganamos la final.
Pietra intenta sonreir pero sus mandíbulas no pueden. Agita nerviosamente las manitas, agarra una cinta de tela azul zafiro y se detiene. La música suena.
Pietra da un par de saltos, lanza la cinta por los aires, un salto punzante surca el espacio. La cinta cae en su mano, no la agarra con seguridad y cae al piso.
La música sigue sonando, acentuada por un eco cargado de reprobación y desespero.
- Aún puedes… ¡sigue! – grita Gloria.
Pietra sigue saltando, mirando a lo alto, se combina con el vuelo caprichoso de la cinta y ‘… todos estos años de familiaridad con los ejercicios… y se me cae la cinta’.
Un salto interminable – el mudo rasgar del tejido del éter, un desinflar fatuo como un sueño espirando- y Pietra aterriza.
El latir alto de sus pulmones no le deja oír aplausos, músicas, gritos. Ella y solo ella parecen quedar en el recinto. ‘Y qué sola me siento, hasta la roca más dura se desgasta. La piedra pierde la fortaleza…’. Se tropieza y cae al suelo. Llora y sus lágrimas empapan el zafiro azul de la cinta, yaciente junto a ella, ambas muertas para la gimnasia.
Nebulosa de voces:
- Tú, Pietra, has subido algunos kilos y estabas descentrada y lenta.
- No pasa nada, hija, en el deporte se gana y se pierde. Sigue esforzándote.
- Vamos, Pietrita, no te apures. Las rabietas son cosas de niñas… no de mujeres.
‘Querido diario. Mi vida es una guerra con mil frentes abiertos. No te contaré lo que me ha pasado hoy en la competición, estoy cansada y confusa. Si no puedo defender bien un solo frente, no defenderé ninguno. Nunca había dejado nada a la mitad… hoy lo hago. Abandono la gimnasia’.

La discoteca está oscura. Suena una canción lenta de David Bisbal. Pietra y Gino sienten el peso de sus cuerpos contra sí.
- No te apretujes tanto, condenada – dice Ginés.
- Aún más que lo voy a hacer.
- No te reconozco. ¿Dónde está la chica trabajadora y deportista que conocí?
- Murió. Nació una mujer.
- ¡Qué cosas más raras dices! ¿De dónde te sacas eso?
- Nada, cosas de chicas.
Ginés da dos pasos hacia atrás, salta y gime dramáticamente.
-¿Qué es esto rojo en mi camisa? ¡Es asqueroso!
‘He vuelto’.
Pietra sigue bailando a su alrededor despreocupadamente. Se contonea, acaricia sensualmente el pecho de Ginés y responde:
- Nada. ¿Nunca viste un pastel de fresa revuelto?
Fin


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